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El Menú (y mis traumas)

Tu puedes ver El Gran Lebowsky y pensar que es solo una película sobre un tipo cabreado porque le han meado la alfombra, o también puedes fliparte y descubrir los secretos del universo en una patata frita. Y supongo que El Menú hace un poco de ambas cosas.

Eso de la alta cocina está muy bien pero, ¿y el alimentarse dónde queda?

En el post de ayer hablábamos un poco de caracterización, de cómo para algunos Coloso es una mierda de personaje porque, a diferencia de personajes como Lobezno, su caracterización estuvo en segundo plano y superficialmente era solo un conjunto de novias y algún berrinche, pero que extrañamente había conseguido llegarnos a la patata durante la etapa de Chris Claremont mientras que, en los treinta años posteriores, la cosa se había quedado bastante sosa, por no decir lamentable. Y supongo que por eso me acordé de Coloso mientras estaba viendo El Menú, una película que dice más de lo que cuenta, que telegrafía lentamente quienes son los personajes que aparecen en ella y que nos revela mucho más sobre ella misma en los márgenes que en sus propios diálogos que, por cierto, son bastante buenos.

Hay que decir que entre The Great y El Menú Nicholas Hoult se ha especializado en hacer de perfecto imbécil con demasiado poder/dinero.

La película empieza con Tyler Ledford (Nicholas Hoult, el Hank McCoy de X-Men First Class) invitando a su pareja Margot Mills (Anya Taylor Joy, aka Illyana Rasputin y de ahí no me sacas) a una cena exclusivísima en uno de los mejores restaurantes del mundo, con un precio superior a los mil dólares por cubierto. Margot manifiesta desde un primer momento su estupefacción ante el despropósito económico que supone el restaurante, porque después de todo ella parece provenir de un perfil más humilde y ni mucho menos entiende la pasión gastronómica de Tyler, un «foodie» de esos que se pasa el día sacándole fotos para Instagram a absolutamente todo lo que come -aquello fue una pandemia casi peor que el COVID, menos mal que parece que la horterada va muriendo- y que venera a los chefs mediáticos como Julian Slowik (Raph Fiennes, el John Steed de los Vengadores), que por supuesto tiene su propia serie de documentales y un montón de estrellas Michelín. Por supuesto, la película no tiene complejos a la hora de atacar programas como Master Chef y parecidos, que endiosan a los cocineros y le atribuyen a la gastronomía de una mística y trascendencia tremendamente enfermiza, hasta el punto de convertirla prácticamente en un culto; que en los tiempos que corran emitan un programa en el que hacen llorar a niños porque no les sale un sandwich de pollo me parece tremendamente lamentable, y más si el canal en cuestión es público. La cocina debe ser algo divertido y creativo, y si se te quema algo nunca debe de ser un drama, ya saldrá bien la próxima vez. Que vale ya de ínfulas artísticas, que no tenéis ni puta idea y lo único que hacéis es esclavizar gente, ¡cojones ya!

Por no hablar de que estos gualtrapas no han tenido que luchar por algo en su vida, pero eso ya es otra historia.

Pero volviendo a la película, lo que vemos durante casi toda su duración es una cena. Con todos los actores sentados a la mesa haciendo de figurantes para los planos de los demás, con cada mesa contando su propia historia y su trasfondo, con el equipo de cocina teniendo la suya y el Chef -nunca lo llames «cocinero», es el Chef- por encima de todos ellos. Por supuesto, el avatar del espectador no deja de ser Margot, que no acaba de entender las porquerías que le están sirviendo en una película que rápidamente pasa de criticar las hipocresía del endiosamiento gastronómico a las diferencias sociales y el materialismo de unas élites que son incapaces de afrontar la realidad y prefieren vivir de la apariencia; la mayoría son como Tyler, clientes satisfechos de antemano que disfrutan con cada ocurrencia del Chef, mientras otros están ahi por interés y se preguntan que puñetas se le pasa por la cabeza al cocinero este. Y tendrán razón.

Todos los comensales tienen su propia historia mientras se cuentan de fondo las de los demás.

Porque al final la película es una crítica al mercado del arte en general, a ese momento en el que el artista se convierte en un valor de mercado más. Ese instante a raíz del cual te das cuenta de que da absolutamente igual lo que hagas, porque ya tiene un valor determinado que solo puede subir o bajar, pero va a seguir siendo mercancía hagas lo que hagas. Se explora la relación del artista con sus aprendices, con sus críticos y mecenas, con los que vienen a sacar dinero de él sin importarle su obra. Así, y mientras en un principio a Margot solo le interesa no quedarse con hambre mientras su pareja trata de adoctrinarla en el culto al Chef, la historia va retorciéndose hasta convertirse en una crítica mucho más gráfica de ese mundo, a ratos tal vez demasiado literal. Con esto no estoy diciendo que la película se eche a perder -lo importante es transmitir el mensaje y el cómo, y ambas cosas las hace correctamente- pero sí que me habría gustado que esa primera parte, esa tensión latente en la que la información iba administrándose poco a poco, hubiera durado un poco más. Y aun así, estoy encantado con la película.

¿Queréis una performance? ¡Pues toma performance!

Porque alguno hasta me la vendió como película de terror, y lo que es es una comedia negra acidísima que corroe tanto todo lo que toca que llega un punto en el que parece que no sabe como darnos un final satisfactorio. Y aun así consigue mantenerse fiel a su idea original, y nos entrega una conclusión lógica, a pesar de que ni mucho menos resuelva el problema porque, no nos engañemos, sigue siendo un problema del mundo real. Hay multitud de gente que es «fan» de directores de cine sin entender como dirigen o que hacen, simplemente hubo un momento en el que les cayó en gracia y a partir de ahi lo defienden a capa y espada como si fuera el equipo de futbol de su barrio. Esa conexión tribal con tu consola de videojuegos, tu dibujante favorito o con tu cafetera es uno de los mayores problemas del «fandom tóxico» de nuestro tiempo, y lo triste es que estamos hablando de gente que se niega a aprender sobre su pasión porque en realidad lo único que busca es pertenecer a un culto, mantener su fe. Es trágico y a la vez confieso que me da la risa tonta, porque luego soy yo el idiota que se siente mal cuando escribo un post y no acabo con la sensación de haber verbalizado todas las razones objetivas por las que recomiendo algo. Sigo aprendiendo, sigo machacándome, mientras otros sentencian sin pararse a pensar un solo segundo.
Y a ver si me dan una alegría y cancelan Master Chef de una santa vez, o por lo menos que lo manten a Telecinco o una de esas…

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