A ver como explico esto sin que la gente se eche otra vez las manos a la cabeza… Los 90 no son culpa exclusivamente de Jim Lee. Ni de Todd McFarlane. Ni siquiera de Rob Liefeld. Ni, aunque tuvo bastante culpa de ello, no nos vamos a engañar, Tom DeFalco. No. La culpa la tuvieron más mamarrachos como Ron Perelman y su esbirro Terry Stewart, la culpa la tuvieron los que antepusieron el dinero a corto plazo al largo, la culpa la tuvo un sistema económico que premia a los torpes y perjudica a los competentes. La culpa la tuvieron, también, los lectores.
Ey, lo sé, tú no sabías nada. No sabías nada cuando llegaste, la fiesta ya estaba empezada. ¿Cómo ibas a saber que Uncanny X-Men estaba construida sobre una mitología de más de quince años creada por un señor medio calvo que luchó a brazo partido contra su propia editorial para convertir la serie en la obra de su vida, aunque en ningún momento fue el propietario de la misma? No lo sabías, y hasta entiendo que te parezca más molón Rojo Omega que, yo que sé, Coloso. Coloso para ti era el ruso traidor que se fue con Magneto y sus acólitos, esos que querían declararse independientes del resto de la humanidad y crear su propia nación mutante, con todo lo horrible que te parecía aquello. Que traidor Coloso, que personaje más aburrido, solo sirve para lloriquear porque han matado a su familia; en aquel momento no sabíase quién era Kitty -poco asomaba- mucho menos Zsaji o aquella chavala del pueblo de la cascada. Mucho menos sabías quién era Illyana Rasputin, más allá de que era una niña muerta, y los rumores sobre su olor a azufre te sonaban tan disparatados que dentro de tu propio headcanon preferías que todo aquello no existiera. Todo lo anterior a Jim Lee no existe, no merece la pena, no se parece a la serie de animación de X-Men; al fin y al cabo éso es lo clásico.
Probablemente no eras muy consciente de los viejos cascarrabias que leían a gente como John Byrne, ni tampoco entendías muy bien a esos que solo leían Conan y te decían que el mejor dibujante de la historia era un tal Barry Windsor Smith -que dibujaba muertos de hambre sin músculos, no nos vayamos a engañar- o un tal John Buscema, que parecía un dibujante de tebeos viejos. Lo cierto es que ni tú ni ellos teníais ni puta idea porque el nombre de Neal Adams ni os sonaba, mucho menos los de la generación anterior como Jack Kirby. Fíjate, una vez conocí a una estudiante de filología que se negó a dar una asignatura sobre construcción de narrativa porque decía que conocer como funciona arruina el truco de magia. Por más que le intenté explicar que la única forma de disfrutar realmente de un libro al máximo es entenderlo por completo, ella me decía que eso haría que solo pudiera disfrutar de una pequeña cantidad de libros, mientras el resto nunca le satisfaceríaa. Que la ignorancia iba a hacerla más feliz, porque así podría disfrutar de muchísimos más libros, aunque nunca llegara a entenderlos por completo. He perdido el contacto con ella y no sé que pensará al respecto hoy día, porque quieras que lo que se enseñaba en aquella clase acabas aprendiéndolo a fuerza de leer igual que un espectador de Se ha escrito un crimen aprende perfectamente cuál es el esquema de cada capítulo y quién suele ser el asesino.
Puede que ser ignorantes nos haga ser más felices igual que aquellos chavales que no se daban cuenta de que Rob Liefeld no sabía dibujar ni pies ni absolutamente nada. M’Rabo suele decir que salió de los Nuevos Mutantes por Sienkiewicz y volvió por Liefeld, y vive encantado contando los dientes de cada personaje. Lo que es peor, yo recuerdo vivir los años de furor por Todd McFarlane pensando que algo se me escapaba, que aquel dibujante que tanto le gustaba a la gente tenía que ser bueno, solo que yo no lo entendía. Era un crío, daba por hecho que no tenía ni puta idea de nada -no había sido más sabio en mi vida- con lo que traté de entender a McFarlane pese a que para mi el referente absoluto de dibujo de Spiderman en aquel momento era John Romita Sr y Alex Saviuk me parecía el mejor dibujante de aquel momento (el tercer dibujante en discordia era Sal Buscema, que me seguía pareciendo mejor que McFarlane). Con los años he aborrecido el plagio insípido de Saviuk y he aprendido a valorar mucho más al bueno de Buscema, pero aquel Spiderman descoyuntado de McFarlane lleno de dibujitos a boli de la esquina del cuaderno -todos los que dibujábamos en los márgenes de nuestros libros de texto en el instituto creo que entenderéis ese concepto- nunca me pareció un buen dibujante, a pesar de que seguía siendo mejor que Liefeld o Lee. Porque ésa es otra, Jim Lee.
Jim Lee repito, nunca fue un buen dibujante. A nivel superficial, en elementos como sus préstamos de Michael Golden en su uso de las texturas -y esto probablemente sea más cosa de Scott Williams- hacía algunas cosas interesantes, pero a la hora de la verdad como narrador era un Liefeld con más nociones formales. Que ojo, estamos hablando de nociones formales me refiero a anatomía y perspectiva, con todo ello basado en repetir siempre las mismas poses y tiros de cámara. No, no creo que os esté contando nada nuevo, porque todos los que vivimos aquella época nos cansamos de ver a dibujantes que repetían las mismas caras y mismos personajes como si estuvieran tratando de reivindicar a John Byrne, al que se le acusaba exactamente de eso mismo pero ni de broma habría llegado a jamás a los extremos de un Ron Lim. Sin embargo, lo peor de aquellos años no estaba en que los cómics estuvieran mal dibujados, si no en las historias en sí. El hecho de que hubiera semejante inflación en los honorarios provocó una fuga de talento en las dos grandes hacia proyectos independientes que en la mayor parte de los casos nunca vieron la luz, con lo que las dos grandes -sobre todo Marvel- rellenaron sus plantillas con guionistas aun más atroces que los Liefeld o Lees, con dibujantes todavía peores que no podían arreglar aquellos desaguisados. Fue una generación de autores que muy generosamente podríamos calificar de irregulares, malogrando a muchos creadores que, de haber llegado al medio en otras circunstancias y rodearse de gente con más oficio, tal vez podrían haber llegado a estar a la altura.
¿Te has preguntado por qué el All Star Batman & Robin The Boy Wonder era tan malo? Puede que fueras de los que pensaba que Miller estaba gagá, porque después de todo ha soltado unas cuantas barbaridades y culpa de Jim Lee no puede ser, porque él solo dibujaba. Aunque tal vez puede ser que la historia que estaba contando Miller no fuera la más apropiada para Lee, después de todo todos sabemos que los chistes de Chiquito de la Calzada eran malísimos, pero lo que nos hacía gracia era cómo nos los contaba. Si Frank Miller escribe «-¡Papá, papá, llévame al circo!» Jim Lee es incapaz de darnos una escena que no parezca tremendamente dramática -y eso que Lee seguramente sea uno de los «Imagebros» que más se empeñan en hacer humor en sus cómics, tampoco nos engañemos- y cuando el padre responda al hijo «-No, si quieren verte que vengan a casa.» Lee lo mismo nos casca un niño con la mirada perdida en el suelo, buscando un abismo al que tirarse. Frank Miller estaba gagá, pero escribió un cómic pretendidamente humorístico y Jim Lee le devolvió semejante esperpento. Dios, que vergüenza.
Pero volvemos a la pregunta inicial, ¿te puedes avergonzar de que te gustaba Jim? Sí, por supuesto. Pero eso es bueno, eso es que vas aprendiendo. La vergüenza es un sentimiento que delata el hecho de que hubo un momento en el que estabas equivocado y ahora no lo estás, no tienes por qué esconderlo, eres humano y hubo un momento en el que no tenías el conocimiento suficiente como para actuar de otra forma. Que alguien te diga «sobre gustos no hay nada escrito» y tendrá razón, hasta te puede gustar el jodido Ron Lim destrozando el Guantelete del Infinito, aunque sea por pura nostalgia por el sabor del bocadillo de nocilla que te zampaste mientras llenabas de migas aquella horrenda edición otoñal de Forum. Te puede gustar, no pasa nada, pero está bien que sepas que Ron Lim no era capaz de dibujar dos caras distintas. Que sus alienígenas y demonios eran absolutamente todos iguales, y que él solito -y su editor- se cargaron series prometedoras como X-Men 2099. Sobre gustos no hay nada escrito, desde luego. Yo tolero.
Pero luego no me vengas cargando como el Rino un dia de Ikea en el que discute con su novia porque los Vengadores de Bendis «no son los Vengadores». Hijo de la gran puta, ¿eran los Nuevos Mutantes de Liefeld los Nuevos Mutantes, so cabrón? ¿Era la Patrulla X de Jim Lee la Patrulla X, o solo una jodida parodia de lo que habíamos estado leyendo durante los quince años anteriores? ¿Era el Spiderman de Michelinie el de Stern, siquiera el de Wolfman o Conway? ¿Matanza Máxima está al nivel de la saga del Duende? No, no lo está. Nadie en su sano juicio diría que lo está. Y Los Vengadores de Bendis tampoco están al nivel de los de Jim Shooter, ni creo que lo pretendan. Intentan ser algo completamente distinto, algo que llame la atención de una nueva generación. Tratar de ser un «guardián de las esencias» con los -mediocres- Vengadores de Thomas en una mano y con la Patrulla X de Jim Lee en la otra se me antoja, cuanto menos, hipócrita. Tienes derecho a decir lo que opinas, pero ni se te ocurra mirar por encima del hombro a los chavales porque disfruten de Invasión Secreta -la de Bendis, ojo-. Porque al final, todos tenemos un Ron Lim, un Jim Lee en el armario. Y algunos todavía no los hemos llegado a identificar, y seguimos flipándolo con los dibujitos de Jim Lee o hasta creyendo que Scott Lobdell es un buen guionista.
Al final esto no deja de ser la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio, y el reconocer que te gustaban autores mediocres o directamente malos no hace otra cosa que ser un testimonio de tu propio aprendizaje y hasta de tu propia humildad. Hay multitud de cómics de los 80 que leí en su día que me parecieron obras maestras -Cinder & Ashe, por poner un ejemplo- que hoy en día me parecen atroces, y no deben de caérseme los anillos por reconocerlo. No es que hayamos subido el listón, es que hemos aprendido a valorar las cosas por lo que son y no tanto por lo que nos hagan sentir. Una historia no necesita giros efectistas para ser «adulta» igual que no necesita a los personajes saltando hacia el espectador a cada página. Una buena historia construye personajes y situaciones sin tomarse esos atajos, porque no le hacen falta; los 90 fueron la era de los atajos, atajos creados y construidos específicamente para engañar a la generación de lectores que les estaban leyendo. Así que no, la culpa no era vuestra -no del todo- ni de los autores que prefirieron tomarlos porque el dinero llovía del cielo. Que no todos pueden ser como Dan Panosian y algunos se quedaron allí, cierto, pero los mayores responsables fueron los que podían haber impedido aquella atrocidad y decidieron tomarnos el pelo a todos porque así ganaban más dinero.