La interpretación romántica de la guerra de Espartaco es la de la lucha contra la esclavitud, sin pararse a pensar que el concepto de esclavitud estaba tan institucionalizado en Roma que a nadie se le pasaba por la cabeza su abolición, pero sí el escapar de ella. No era raro que un esclavo consiguiera su libertad y corriera a conseguir más esclavos para no tener que volver a trabajar en su vida, se daba por hecho que la esclavitud era otro estrato de la población sin el que la sociedad se derrumbaría. Los historiadores romanos hablan de una revolución para conquistar Roma o para escapar de ella, y nunca se ponen de acuerdo en lo que pretendía Espartaco realmente, pero en lo que sí se ponen de acuerdo es en que los que consiguieron aplastar la rebelión fueron, sobre todo, las ocho legiones de Craso… Y tal vez la llegada a última hora de Pompeyo. Y así triunfaron los cabrones y se llevaron toda la gloria.
Para el año 73AC Sila ya ha acabado con su dictadura y hasta se ha muerto, con lo que la República debría haber recuperado la normalidad. Lo cierto es que las consecuencias de su intervención habían herido gravemente la institución, demostrando que ciertos sacrilegios podían llevarse a cabo y no sufrir castigo alguno de los dioses, por lo que los partidarios de Sila se pavoneaban por el senado tranquilamente pese a que buena parte de las reformas del dictador hubieran sido derogadas. Sin embargo, buena parte de los damnificados por Sila seguían desposeidos de sus tierras, repartidas entre unos soldados que no sabían gestionar el premio y acababan malvendiéndolas a terratenientes que tenían ya demasiadas tierras, con lo que la Roma de casi diez años después de Sila aparecía repleta de esclavos trabajando la tierra y soldados que no habían conseguido adaptarse a la vida civil. Todo esto se sumaba a todos los damnificados por Sila, desposeidos de todas sus posesiones o exiliados en el mejor de los casos, cuyo papel históricamente de desconoce pero su animosidad debió de durarles toda la vida. Y aun así, en ninguna de las versiones de la Tercera Guerra Servil se les menciona, como si esto fuera un conflicto que llevaron a cabo un día los esclavos porque se volvieron locos. Debía ser algo que bebieron, yo que sé.
El inicio de la rebelión pasó completamente desapercibido en Roma, porque no era algo tan raro; en una escuela de gladiadores del sur de Italia los esclavos se habían rebelado y habían matado a sus captores usando cacharros de cocina, robando armas y echándose al monte. No era raro que un grupo de esclavos se escapara de esta forma y acabaran convertidos en bandidos, así que Roma reaccionó de la manera habitual, montaron unas milicias que cercaron el monte en el que estaban los criminales y se echaron a dormir, pensando que se morirían de hambre. Sin embargo, los bandidos esta vez eran un pelín más espabilados, y consiguieron burlar el asedio y aniquilar a sus perseguidores, armándose más todavía y saliendo de allí para saquear las ciudades cercanas y reclutar más y más esclavos. Aquello ya no eran medio centenar de desharrapados echados al monte, aquello empezaba a tener el tamaño y la organización de un ejército y empezaba a ser realmente peligroso. Cuando una segunda expedición poco antes del invierno fracasó e hizo más fuertes a los rebeldes, que ya contaban con un ejército completamente moderno y a la altura de las legiones romanas, el Senado tuvo que empezar a tomarse en serio la situación y para la primavera del año siguiente mandó un par de legiones consulares a acabar con lo que ya era dificil considerar como otra cosa que no fuera una rebelión abierta. Fracasaron.
Para el año 71 Craso llevaba ya un tiempo ofreciendo sus servicios al Senado, entrenando soldados con su amplísima experiencia militar y viniendo a hacer campaña en su persona como el único general capaz de sofocar la rebelión, con lo que no es de extrañar que cuando el Senado no tuvo otra que reconocer que aquello ya se le había ido de las manos, le dieran ocho legiones a Craso para que se encargara del asunto. Tanto sus enemigos del Senado como Craso tenían claro que para el aquello era su gran oportunidad, la cual le venía al pelo porque en aquel momento su gran rival, Pompeyo, estaba demasiado ocupado encargándose de otra rebelión en Hispania, la de Sertorio. Quinto Sertorio era un militar anti Sila que llevaba cosa de diez años vacilándoles cosa mala y cuya rebelión parecía ya estar en las últimas, por lo que probablemente el Senado pensó en esperarse a que volvieran las legiones de Pompeyo para encargarse de sofocar la rebelión, pero con el avance hacia el norte de los rebeldes la situación se volvió tan insostenible que tuvieron que enviar a Craso a arreglarlo todo, y él empezó a frotarse las manos porque no dejaba de disponer del ejército más grande y mejor coordinado que se había enfrentado a los rebeldes. Para entonces se dice que el enemigo tenía ya 120000 hombres, más del doble que las legiones de Craso, pero como los historiadores romanos eran unos fantasmas tampoco nos lo podemos creer mucho.
Craso estaba ansioso por la victoria y no se tomo bien que su primer enfrentamiento con los esclavos acabara en una derrota, con sus soldados huyendo en desbandada y dejando otra vez sus armas y pertrechos al alcance del enemigo; esto tenía el escarnio añadido de que Craso se había presentado durante dos años como la gran solución y su primera batalla había dado el mismo resultado de siempre, el enemigo salía completamente reforzado y mejor equipado. Así que Craso tomó la decisión de recuperar el castigo del diezmo, el cual consistía en ejecutar a uno de cada diez hombres de las legiones que habían huido para dar ejemplo; dado que en esa primera batalla solo participaron dos legiones, se desconoce si Craso aplicó el castigo a sus seis legiones o solo a esas dos, pero en cualquier caso el resultado fue que los soldados de Craso lo temieran a él mucho más que al temible Espartaco.
Finalmente Craso obtuvo su victoria cuando el ejército rebelde comenzó a moverse hacia el norte de nuevo, con lo que ordenó a dos de su legiones el perseguirlos por la retaguardia mientras él se reservaba el grueso de su ejército para una confrontación directa. Su legado tenía órdenes de perseguir al enemigo pero no atacar, pero al hombre le pudieron las ansias de gloria y atacó, resultando aniquilado… Hecho que Craso aprovechó para echarse encima de Espartaco y sus hombres y conseguir su primera gran victoria. Conociendo a Craso uno duda sobre la posibilidad de que el cabrón no utilizara esas dos legiones como señuelo dando por hecho que su legado iba a atacar de todas formas, pero se lavó las manos de la masacre diciendo que al otro le pudieron las ganas. A saber, el caso es que los que huyeron despavoridos esta vez fueron los esclavos, a los que fue persiguiendo hasta el sur de Italia mientras urdían planes desesperados de huir a Sicilia con la ayuda de piratas que les estafaron como les dió la gana. Cercado y totalmente aislado, el ejército rebelde quiso negociar, pero Craso se negó, aun sabiendo que el Senado acababa de dejar claro que Pompeyo ya había vuelto de Hispania y venía a toda velocidad para sofocar la rebelión con la que Craso no había podido terminar. Cabreado como una mona porque ni de coña iba a dejar que Pompeyo le robara su gloria, Craso atacó a los rebeldes y los aniquiló, haciendo una escabechina tremenda en la que murieron tanto esclavos como legionarios romanos de forma completamente inútil. Con el ejército rebelde completamente desperdigado y viéndose contra la espada y la pared, los esclavos lucharon como gato panza arriba en la batalla del río Silario, siendo derrotados definitivamente. Cuenta Plutarco que el propio Espartaco se echó encima de Craso para matarlo, pero que fracasó y solo consiguió matar a un par de sus centuriones antes de que los legionarios lo rodearan y lo mataran; lo cierto es que no se sabe que fue de Espartaco realmente porque nunca se encontró su cuerpo.
Que buscarlo lo buscaron, pero les costó lo suyo y aun así no lo llegaron a encontrar.
Hinchado por la victoria y tras la captura de seis mil rebeldes (que crucificaría a lo largo de la Via Apia, sí), Craso se las prometía muy felices… Hasta que descubrió que Pompeyo había estado cazando grupos aislados de rebeldes que habían huido hacia el norte, y que se había montado una campaña de autobombo diciendo que «Craso ha derrotado a los rebeldes, pero yo he terminado su guerra». Conscientes de que tanto uno como el otro eran serios contendientes para el consulado, ambos generales llegaron a Roma y se negaron a disolver su ejército, dejándolo a la entrada de la ciudad mientras iban celebrando sus respectivas victorias (y por eso el precedente de Sila era tan nocivo, sí). El Senado acabó ofreciéndole el consulado a Pompeyo, pero consciente de que tenía una guerra civil entre manos acabó decidiendo compartir el puesto con Craso y así es como acabaron los dos compartiendo el puesto como buenos amigos (fatal avenidos, eso sí).
Para la nueva década y tras un consulado sin muchos sobresaltos -en el que lo más destacable, curiosamente, fue la derogación de buena parte de las leyes de Sila- ambos consules se retiraron de la vida pública sin aceptar la recompensa habitual de tomar el gobierno de una provincia. Tanto Craso como Pompeyo querían seguir cerca del poder, y así es como Craso se pasó los años siguientes atendiendo sus negocios y hasta alguno dice que manejando los hilos en la sombra, aceptando un puesto de Censor y financiando la carrera política de un jovencito prometedor, un tal Cayo Julio César. César, más espabilado que el propio Craso o Pompeyo, ya estaba maniobrando para conseguir el consulado y por eso consiguió el apoyo tanto de Pompeyo como de Craso, haciendo de palanca equilibradora entre los intereses de ambos y fromando así el primer triunvirato. La influencia de los tres hombres en el senado era tal que siguió condicionándolo tras el fin del consulado de César y su partida a la Galia en el 59, dividiéndolo entre partidarios y oponentes al triunvirato, que con senadores como Cicerón al frente trataron por todos medios de resquebrajarlo, pero finalmente fueron los triunvirios los que en el año 56 consiguieron poner de acuerdo a Pompeyo y Craso para que compartieran candidatura para el consulado el año siguiente, con el apoyo de César.
Para entonces Craso tenía ya 63 años y cualquier otro pensaría que estaba ya más preocupado por su legado que por su presente, pero su rivalidad con Pompeyo y ahora con César había llegado a tal punto que lo mismo le iba a dar por cometer un error tremendamente craso…