Eh, lo sabemos. No se nos caen los anillos por reconocerlo, el «estilo Marvel» no lo inventó Stan Lee, de hecho hasta el mismo lo reconoce. Que fue un trabajo en equipo, a lo largo de muchos años, con lo que realmente no estoy contando nada nuevo. La realidad es que el «estilo Marvel» en realidad no era algo tan rompedor y novedoso cuando apareció en los 60, porque en realidad lo que había ocurrido hasta ese momento es que lo que se había impuesto era el «estilo National». El «estilo Archie». Y se había impuesto pasando por encima del «estilo EC», el «estilo Timely» o el mismísimo «estilo Siegel & Shuster»; simplemente, el cómic estadounidense se había estandarizado.
Cuando se publica el primer número de Marvel Comics, desde luego que Martin Goodman no sabía lo que tenía entre manos, a pesar de ser el propietario de la editorial. Y tampoco se puede decir que fuera un cómic que cambió el mundo, en absoluto, porque la mayor parte de sus tiras son muy inferiores a las que están publicando en ese momento National o All Star, además de buena parte de las editoriales que surgieron por la época y de las que muy pocos se acuerdan. Marvel Comics era un relleno, material de derribo de un packager llamado Funnies Inc. que había intentado sacar adelante su propia revista y tras fracasar decidió subcontratar todo su material a otras editoriales. Dentro del primer número de aquella revista que no llegó a estrenarse, Motion Picture Funnies Weekly, la historia principal constaba de ocho páginas y hablaba sobre un híbrido entre humano y hombre submarino, un tipo a caballo de dos mundos que aun así estaba completamente cabreado contra el mundo de la superficie. La tira la había creado íntegramente un tal William Blake Everett, y el personaje se llamaba The Sub-Mariner. Era un cómic distinto para la época, la mar de interesante, pero aun así el que acabó llevándose la portada del Marvel Comics número uno fue Human Torch, que era un personaje que se antojaba más espectacular por estar envuelto en llamas y todo eso. Y debían de tener razón, porque Marvel Comics funcionó la mar de bien, pero el interesante sigue siendo Namor…
Porque allí donde la Antorcha Humana de Carl Burgos era un héroe con un origen peculiar -era un androide- pero su desarrollo fue completamente convencional al convertirse en un superhéroe de manual con su identidad secreta, haciendo cosas heroicas al servicio del orden establecido y hasta teniendo un interés romántico, Sub-Mariner era un adolescente enfadado y hasta adelantado a su época, porque el motivo principal de su odio hacia el mundo de la superficie provenía de la conciencia ecológica del personaje, de su lucha contra la idea de que el mar podía ser el vertedero -o el campo de batalla- de los respiradores de aire, de los hombres blancos en concreto. Porque ésa es otra de las claves de ese Namor primigenio, su odio al imperialismo del hombre blanco, como identifica al enemigo por su color de piel y todos los atlantes lo nombren su paladin que les vengue por la destrucción que el hombre blanco de la superficie les ha infligido.
Namor es retratado como un villano, pero no un villano maniqueista como los que se mostraban en otras series, porque Sub-Mariner tiene razón en querer vengarse, y aunque no para de atacar a gente supuestamente inocente, en parte está personificando una rabia contra la autoridad que compartían muchos de los lectores de la época. Namor sigue siendo un «enemigo», sigue siendo un incomprendido y sigue siendo muy deudor del monstruo de Frankenstein, probablemente más del de la película de James Whale que del de Mary Shelley, porque destruye y ataca todo lo que pilla pero aun así salva a una mujer de morir en llamas para luego llevársela bajo las aguas y casi ahogarla. Namor es la serie rara, el perro verde, más parecido a los superhéroes británicos que se crearán para Fleetway dos décadas más tarde que al modelo de Superman y sus contemporáneos. Y supongo que por eso no apareció en la portada de la revista hasta el cuarto número, porque aun reconociendo su popularidad, Martin Goodman no pide a Funnies más antihéroes como Namor, si no más Antorcha Humana.
Desconozco qué es lo que llevó a Everett a domar a la bestia, a que Namor se fuera calmando, pero creo que no fue idea suya. Sí es cierto que ya desde su tercera aparición tiene un encontronazo con los nazis y empieza su amistad con Betty Dean, una mujer policía -otro elemento rompedor- que trata de pararlo y lo acaba convenciendo para luchar contra los submarinos nazis que dan caza a los convoys británicos. Sin embargo y tras ser detenido y juzgado por la policia, Namor acaba enfrentándose a la Antorcha Humana y, poco a poco y en parte gracias a que la guerra se ve como inminente, empieza a colaborar cada vez más con él y Betty Dean, hasta el punto de que se convierte en un cómic integramente bélico en el que el protagonista está haciendo constantemente lo que Superman o el Capitán América dirán a posteriori que estuvieron haciendo durante la guerra. Namor está hundiendo submarinos nazis desde un primer momento y dicha actividad acaba convirtiéndose en su marca de fábrica hasta el punto de que los sucesores de Everett tras la guerra y el propio Everett ya no parecen saber que hacer exactamente con el personaje, que aunque ya posée su propia cabecera cuatrimestral, el personaje poco a poco se vuelve más mundano, más simplón y más parecido a Superman o Captain Marvel. Para muestra un botón, el último número de Sub-Mariner Comics presentaba en portada la historia «The Man Who Grew!» en la que gracias a beberse una poción creada por su archienemigo el malvado científico Doctor Dill el Hombre Submarino empieza a crecer de forma incontrolada, siguiendo a rajatabla el manual de Mort Weisinger y hasta con un mensaje de que el cómic está asesorado por una asociación de psiquiatras y pedagogos.
Y testigo de fondo de todo aquello estaba Joe Simon, que había empezado a colaborar con Funnies a finales de 1940 y, tras un breve paso por la infame Fox Features Syndicate donde había empezado a colaborar con un tal Jacob Kurtzberg, los dos fueron despedidos de la empresa por pluriemplearse en secreto y acabaron en la calle, con la suerte de que Martin Goodman se fijara en su trabajo en Fiery Mask, un clónico de la Antorcha Humana solicitado por él mismo para Funnies, y decidiera contratarlo «Nos estamos metiendo en una trampa en la que sin Funnies no tenemos empresa -le dijo Goodman- Pero si tenemos un editor, podemos crear contenido nosotros mismos si hace falta.» Y así es que como Timely empezó a crear su propio contenido a partir de su primer editor, Joe Simon, que no tardó en contratar a su ya mencionado colaborador Jack Kirby y presentar a Goodman un personaje en el que habían estado trabajando, el Capitán América. Un éxito fulminante y probablemente el mejor golpe editorial de la carrera de Goodman, que apoyó a sus trabajadores contra viento y marea a pesar de todas las amenazas de los nazis que todavía pululaban por las calles de Nueva York.
Sin embargo, y a pesar de su contrato de exclusividad con Timely, Joe y Jack siguieron pluriempleándose a la mínima oportunidad, porque no dejaban de haber pasado lo peor de la Gran Depresión y le tenían demasiado miedo al hambre. Y así es como se pusieron a trabajar para Fawcett en Captain Marvel Adventures, la primera serie del personaje fuera de su cabecera original en Whiz Comics y cuyo primer número hicieron por completo, excepto por la portada del propio creador del personaje, CC Beck. Todo se hizo en secreto, y todo iba estupendamente mientras seguían trabajando para Goodman sin ningún problema, lo que es más, Simon ya era amigo de alguno de los hermanos de Goodman y tras empezar a colaborar juntos, no era extraño que otros miembros de la familia salieran a tomar algo con el, porque Goodman era un tipo que había empleado a muchos familiares. Un día, uno de los primos de Goodman, Robbie Solomon, un tipo bocazas que había empezado a trabajar para la editorial poco después que el propio Simon y que según cuenta él mismo su trabajo consistía en «que todos los sillones tuvieran su cojín», le trajó al trabajo a un chavalín de unos dieciséis años, hijo de su hermana Celia Lieber. «Martin quiere que lo pongas a trabajar» -le dijo a Simon. Y así es como Stanley Lieber se convirtió en el becario de Joe Simon y Jack Kirby.