Duele esto de que vivamos en un lugar del mundo en el que decir las palabras «memoria histórica» provoque que algunos ya se revuelvan en su asiento. Porque no deja de ser uno de nuestros mayores fracasos como sociedad, pero ésto es lo que hay. Japón no es una excepción en todo esto, pero allá por los años treinta y a diferencia de los españoles, contaban con la pequeña «excusa» de que para ellos la edad media terminó en el siglo XIX y su sociedad tuvo que modernizarse a pasos agigantados, con lo que tecnológicamente podían ser una mala bestia, pero su constitución ética y moral todavía estaba entroncada en conceptos de lealtad inquebrantable a individuos y conceptos abstractos y no en algo que ahora se nos hacen tan básico como la empatía.
Con esto no quiero decir que tanto españoles como japoneses fueran unos bárbaros sin compasión -que algunos lo eran- si no que su cultura estaba justificando la barbarie constantemente, y relativizando los fundamentos morales más básicos. Que, en resumen, el fin justifica los medios, y que si te haces el oprobiado, el agredido, el ultrajado, puedes justificar cualquier respuesta por desmedida que sea. Vamos, lo que sigue haciendo la gentuza hoy en día. La cuestión es -y con esto vuelvo al Japón de los años treinta, sí- que hacer estas barbaridades nunca sale gratis, y que las consecuencias se quedan grabadas en la memoria de la ciudadanía. Que por más que intentemos borrarlas ahí se quedan, y que si McArthur firmó la paz con Japón a costa de arrebatarle la condición de divinidad al Emperador Hirohito y forzar al país a dejar de tener un ejército «en condiciones», muchos ciudadanos aquel tratado lo vieron como una humillación, como otro oprobio. Porque ellos no vieron los horrores del imperio japonés en Corea, en China y el sudeste asiático, no vieron los campos de trabajos forzados, las «mujeres de consuelo» y la segregación racial que crearon forzando a los nativos a ser ciudadanos de segunda en su propia tierra.
Por eso Japan (Buronson y Kentaro Miura, 1992) y Zipang (Kaiji Kawaguchi, 2000-2009), dos mangas que tratan el trauma japonés «a su manera», son piezas curiosas; ninguno de los dos lo explora de una forma directa ni trata de reconciliar el presente con aquel pasado, porque en realidad están escritos desde la óptica de los japoneses que vieron/sobrevivieron a la posguerra, de gente que no fue consciente del horror que desencadenó. De caer en la excusa fácil «Hitler era peor», «Stalin mató más gente», «los chinos ya se mataban solos» o el muy imperialista «nosotros fuimos a civilizarlos para que pudieran resistir al europeo». Absolutamente todas esas excusas se ven en Japan, un manga sobre un grupo de japoneses de 1992 que es trasladado por el fantasma de un cartaginés a un futuro postapocalíptico. En realidad el mensaje final del cómic es un llamamiento bastante tontorrón a que Japón se rearme, porque la gente de fuera odia Japón y solo les gusta su dinero; Buronson expresa esto claramente en su metáfora de Cartágo, hablando del imperio de Aníbal como uno netamente comercial -mentira- que fue odiado por los demás por su poder económico y que por eso lo hundieron, igual que estaba pasando con Japón en ese mismo momento. Poco sabía Buronson que al poco la burbuja japonesa estallaría y llegaría una recesión de cojones que duraría hasta nuestros días, y que lo único que mantendría Japón fuera de la esfera de influencia china -por el momento- serían sus alianzas con «occidente» y no tener el palo más duro y más grande.
En Japan se resucita el fantasma colonial europeo en un mundo absurdo en el que los europeos se reorganizan en un imperio «neo europeo» que esclaviza a los japoneses. Más tarde nos hablan de que también han esclavizado a algunos asiáticos que se solidarizan con los japoneses, pero es algo que se ve en dos viñetas y cerca del final del cómic en el que los protagonistas refundan Japón con los «amables asiáticos» sin diálogo como ciudadanos. Un país sin clases, sin distinción de razas y blablabla, pero de entrada está fundada por japoneses y se llama Japón, no Libertonia o Estados Unidos del Mundo o algo así, sin disimular. No hay una reflexión, es un cómic escrito con una mentalidad adolescente, directa y, en definitiva, lo que podríamos esperar del escritor de El Puño de la Estrella del Norte. Todo esto va aderezado también con racismo contra los españoles, con una escena inicial en Barcelona en la que unos niños «locales» desharrapados le piden dinero a los japoneses protagonistas, que se lían a tirarles monedas al suelo para demostrar su generosidad; desde el punto de vista del cómic, ellos son gente estupenda y si acaso aquí los malos son los niños, porque solo les quieren su dinero, cuando en realidad la escena es la cosa más repugnantemente clasista que te puedas echar a la cara, con el rico obligando al pobre a recoger moneditas del suelo. Y también podríamos hablar del protagonista yakuza que se enorgullece de ser yakuza y sus valores yakuza, idealizando a unos mafiosos que ni siquiera los japoneses actuales se creen ya que son lo que predican, o de como los personajes femeninos son tremendamente lamentables y los estereotipos típicos de los mangas de la época. Y luego tenemos Zipang, de Keiji Kawaguchi.
Si en su día me provocó todo tipo de incomodidad Battleship Yamato por reflotar el buque insignia del fascismo japonés y transformarlo en la nave espacial que salvaría la Tierra de unos nazis espaciales -recordémoslo, los nazis alemanes peores que los japoneses- Zipang es algo bastante más sutil; no solo nos muestra un guión bastante más adulto y trabajado en su documentación, si no que los protagonistas son los tripulantes de un crucero AEGIS moderno que se ven desplazados a la batalla de Midway. Vamos, como el Experimento de Filadelfia pero a la inversa, con los marineros enviados del presente al pasado y tratando de cambiar la historia, pero esta vez son japoneses siendo conscientes de que Japón no estaba haciendo lo correcto y enfrentados al dilema enorme de saber que si su país pierde la guerra otra vez el pueblo japonés es el que lo va a pasar tremendamente mal. Y claro, así pasan de tratar de ser neutrales «yo me vuelvo a mi casa pero no se como y mientras tanto me quedo aquí» a que la situación se vaya forzando, y que los americanos les ataquen tanto, que poco a poco acaban casi poniéndose del lado del fascismo japonés… Porque no pueden permitir que mueran otros japoneses.
Y sí, el manga está documentadísimo, los personajes están bastante mejor trabajados y sus motivaciones y contradicciones morales tienen sentido, pero en todo momento te das cuenta de que esto lo ha escrito un japonés que valora la vida de los japoneses por encima de las de los demás. Que, hasta cierto punto, la perspectiva de un autor que se ha documentado tanto como Kawaguchi sigue siendo la misma que la de Buronson, la de entender el pasado como un agravio a la nación japonesa y no como la vergüenza de haber cometido un genocidio mayor del que cometió ninguna potencia europea en Asia, llegando incluso en el caso de Buronson a atribuir algunos de los crímenes de guerra más característicos del imperio japonés a los «neoeuropeos» con las llamadas «mujeres de consuelo» y enfrentando a las protagonistas al dilema entre sobrevivir «o perder el honor» y prostituirse. Finísimo.
Si una persona no puede aprender realmente de sus errores hasta que los reconoce, ¿cómo no lo van a hacer los estados, los países, las culturas? Podemos leer estos cómics e interpretarlos solo como historias de aventuras, sustituir mentalmente la palabra «Japón» por «Latveria» o cualquier país imaginario, y aun así te darías cuenta de que la brújula moral de los protagonistas no atina a dar con el norte, que no todo encaja en su sitio. Cuando los superhéroes americanos llegaban a cualquier país del mundo y arreglaban absolutamente todo el país, cuando los 4 Fantásticos de Waid invadieron Latveria y se quedaron a gobernarla poniendo la camiseta de Mr Fantástico como bandera, te dabas cuenta de que algo no iba bien. Que sabías que unos eran los buenos y los otros los malos porque éra lo que te decía la historia, pero sojuzgar a los demás creerte en el derecho de hacerlo, ya sea porque tenía armas de destrucción masiva o porque creías que eran nazis -el nazi eres tú, pedazo de basura- no son maneras. Cuando las bombas vuelan y empiezan los genocidios muchos se preguntan aquello de «¿cómo pudimos llegar a esto?», y la respuesta suele estar en las pequeñas cosas, en no haber querido entender el pasado, en explicaciones maniqueas, en querer poner en manos de la divinidad o los hados trabajo diplomático e intelectual que deberías haber hecho tú mismo. Vivir es aprender, tratar de mejorar, y solo se mejora entendiendo que funciona y qué es lo que falla, lo contrario es un suicidio a distintas velocidades.
En fin, que Japan es una puta mierda de cómic, un absoluto desastre que no hay por donde cogerlo. Que no solo es que el cómic sea malo, es que el mensaje es vomitivo, con lo que mejor que podemos hacer es decirle a M’Rabo que vuelva al BL, que por lo menos ahí se celebra el amor y no se dan excusas para el genocidio. Que por cierto, ¿se puede saber para qué saca Buronson a la vieja cartaginesa esa al principio del manga, si luego no vuelve a aparecer por ningún lado? ¿Que clase de advertencia es esa que te manda directo al futuro apocalíptico y luego no te devuelve al presente? ¿Que cojones de sufrimiento desastroso y terrible sufren los protagonistas si lo único que vemos es una agresión sexual y ninguno de los demás personajes muere? Si es que cuando digo que todo el cómic es un desastre digno del peor Liefeld me quedo corto…