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Y digo yo, ¿para qué sirve el cine?

Ayer hablamos de una película que se acaba de estrenar en cines, cosa rara porque llevábamos dos años y medio sin hacerlo. Y la razón de que no hayamos hablado de estrenos de cine en tanto tiempo se ha debido a cierta pandemia, sí, pero por el camino también ha servido para que acabemos haciendo una reflexión sobre qué es el cine y para qué vale el cine… Y no solo en el contexto de una pandemia. Que va a tocar mencionarla de vez en cuando porque es el contexto de la mierda de tiempo que nos ha tocado vivir, pero procuremos centrarnos en los cines. A ver si nos aclaramos.

Más cómodo que en el sillón de tu casa.

Cuando estábamos recién salidos de un encierro de casi tres meses, la idea de ir a un cine era un absurdo total y absoluto; ¿para qué cuernos íbamos a encerrarnos en una habitación cerrada llena de desconocidos, todos sentaditos y algunos de ellos comiendo palomitas como si no hubiera un mañana? ¿De qué servían las restricciones a la hostelería si encerrabas a la gente en habitaciones de intercambio de aire solo para ver una película? ¿Hasta que punto en aquellos días en los que la curva parecía una montaña rusa aquello no era una imprudencia y un peligro sanitario? Pero había que vivir, había que comunicarse, el ser humano es una criatura social y su cordura depende de verse con otra gente. Bien, lo entiendo, es lo que nos hace humanos y no cangrejos ermitaños, de acuerdo. Lo veíamos venir ya en los tiempos más cavernarios de aplauso a las ocho de la noche, pues vale. Pero también creímos que aquel sería el verano de los autocines, que se inventarían soluciones para poder seguir nuestra vida de una forma más segura. Que podríamos volver al cine tranquilamente… Y la solución que nos dieron, más allá de hacer unos cuantos estrenos directos por streaming a precios indecentes, fue… Videos como éste:

¡EL BAR DE LA ESQUINA YA ES UN LUGAR MÁS SEGURO SÓLO PORQUE SE DEJA LA PUERTA ABIERTA, ATONTAOS!

Ésto fue una tomadura de pelo y, personalmente, hicieron que se me quitaran todas las ganas de ir al cine. Porque entendámonos, ir al cine es algo que en tiempos tenía sentido porque en un televisor de 625 líneas apenas podías ver una película decentemente, y encima la veías en mono. El cine te ofrecía una pantalla gigante, sonido envolvente, una definición inigualable… Experiencias como ver La Guerra de las Galaxias en cine por primera vez eran algo maravilloso, y por eso no eran raros los reestrenos constantes de los grandes clásicos. Lo que es más, había cines locales y cineforums que te enseñaban cine rarísimo al que no podías acceder ni encargando las películas al videoclub de la esquina o pidiéndolas a través de catálogos internacionales, el cine como espacio físico era un espacio indispensable, parte de la comunidad. Y se socializaba y hasta se metía mano, sí. Pero entonces llegaron los grandes centros comerciales, las grandes cadenas con empleados eventuales malpagados y ahora…

A algunos nos impresionaba más verle las espinillas a Luke que todos los Jabba digitales que nos metieran.

Ahora te vas al cine y en muchas ocasiones ni siquiera la pantalla está a la altura de tu tele 4K (o 1080p, que el master de referencia de muchas de las últimas pelis de celuloide estaba hecho con el 2K como referencia). Y sobre el sonido pues que quieres que te diga, mucha gente ni percibe el estereo como para enterarse de como va el surround ese, no digamos ya si está eso lleno de gente masticando palomitas como si no hubiera un mañana. Que llamadme viejo cascarrabias, pero a mí la idea de pagar diez pavos por oir a la chavalería lloriquear cuando el Capi coge el martillo de Thor no me ha parecido la gran experiencia de mi vida, habría visto la película mucho más cómodamente en mi casa… Y ahí es a donde yo quería llegar, que los meses de pandemia me han demostrado que no echo de menos en absoluto el cine, pero lo que es nada, por mi que los reacondicionen como teatros y santas pascuas. Que los de la música o el teatro se lo han ganado, porque sobre todo los segundos siempre han sido vocacionales y nunca han tenido el músculo de Hollywood para respaldarlos, con lo que desde el minuto uno sacaron el su trabajo a la calle y pelearon por mantener la cultura viva. El cine de verdad llevaba muerto para entonces bastantes años y el espantajo que en estos tiempos se hace ahora pasar por él dijo con su vocecilla de Pennywise: «Ven chiquitín, ven, que vengas coño, da igual que se infecte tu abuela, tu ven porque si medio internet no te destripa en la primera semana la última película de tu franquicia favorita, te la voy a empezar a spoilear yo por las cuentas oficiales dos o tres meses antes de que puedas verla en tu casa. Y aun así seguirás pagando la suscripción, gilipollas.» Que no lo olvidemos, Disney es la empresa que abrió sus parques de atracciones y trató de convencernos de que todo iba bien cuando estábamos todos pasando el verano más miserable de nuestra historia reciente:

Todavía no nos habíamos acostumbrado a vivir en una distopía, y van estos y hacen un video para decirnos que no pasa nada a base de recordarnos constantemente que está pasando algo.

Pero resulta que los diez pavos (o más) de la entrada suman un dinerito que al que no quieren renunciar, a pesar de que bien que lo intentaron en su día con esas películas a veinte o treinta en la comodidad de tu casa. Que sabemos que lo que de verdad quieren venderte es la suscripción de su servicio de streaming, y a veces hasta parece que las películas no son más que promos de la dichosa suscripción de marras, pero la realidad es que el cine les debe dar la suficiente publicidad y réditos económicos para que les merezca la pena seguir chantajeándote por spoilers, aunque sea utilizando ese modelo tan caduco que solo sirve a las grandes mientras que a las pequeñas productoras pues… Pues mira, para qué nos vamos a engañar, si estrenan en cines es porque es lo que está subvencionado, pero donde realmente esperan hacer el negocio es vendiéndolo a televisión y a los servicios de streaming, porque los DVDs ya pasaron a mejor vida.

Y no, ésto tampoco es ninguna solución a todos nuestros males. Pero de éso ya hablamos otro día.

Que nadie se engañe, me encanta el cine, casi tanto como el cómic. He disfrutado muchísimo en el cine, y hasta reconozco que parte del ritual tenía su encanto, pero lo dicho, que no, que ya no tengo ganas de ir al cine. Dejando de lado lo dicho sobre que el cine «ya no es el cine», me parece un ritual que mantenemos por una tradición fomentada por los intereses económicos ajenos y que a la hora de la verdad le veo tanto sentido como meter una moneda y encorvarme sobre un kinetoscopio. Que narices, si en su día el modelo de negocio de los salones recreativos murió -aun siendo espacios de socialización muchísimo máyores que el cine, que consiste en encontrarte gente a la entrada/salida y gracias, porque el resto del tiempo SE SUPONE que deberías estar callado- ¿por qué nos empeñamos en mantener viva una faceta de la industria que en realidad sobrevive solo con la venta de palomitas? ¿Por qué no nos bajamos la careta, y hacemos directamente que sean restaurantes con película, salas de conciertos, cafés teatro? Tal vez sea porque lo llevamos muy dentro, que lo llevamos en la sangre. Y tal vez la chavalería, enganchada a las salas de cine por la cultura del spoiler -y porque «mamá dame cincuenta euros para el cine» está mejor visto que «mamá, dame cincuenta euros para cubatas», aunque sea más sincero- acabe siendo la que corte definitivamente el grifo de un modelo cultural que necesita una transformación urgente que ni todos los videos de Cinema Paradiso del mundo van a poder salvar.

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