Hacia finales de los 60 Jack Kirby preparó el primer Ragnarok. Iba a ser un crepúsculo de los dioses como es debido, iban a morir todos los dioses, los lobos gigantes se iban a comer el sol y todo eso. Y después de eso ya se acabó Thor, ya se acabó Asgard y Loki y todos esos, porque íbamos a tener los Nuevos Dioses… Y por supuesto, aquello no pasó.
Y no pasó primero porque la Marvel de finales de los 60 ya no era la misma de apenas unos años antes, porque vendía cosa de 50 millones de ejemplares al mes y la idea de cerrar una serie que funcionaba para crear otra no se justificaba ni aunque crearas siete en su lugar. Podías hacer esas siete series nuevas, sí, pero queremos seguir teniendo a Thor en las estanterías todos los meses, porque Thor es un valor seguro, Thor funciona y hay que ordeñarlo hasta que deje de hacerlo. Y esta orden no solo venía del despacho de Stan Lee, también del de Martin Goodman y del de los que compraron Marvel en 1968, la Perfect Film and Chemical Corporation que los había adquirido con el único objetivo de convertir Marvel en la nueva Disney, para lo que se necesitaba unos personajes conservados en ámbar, inmutables, que no cambiaran jamás. Y así es como Hulk dejó de cambiar, Spiderman estuvo veinte años estudiando la carrera y Hulk se paseó dando tumbos por el desierto queriendo estar solo hasta que la serie estuvo al borde de la cancelación. Porque efectivamente, se vendería por todos lados que las cosas iban a cambiar para siempre y la palabra cambio se convirtió en un valor comercial, pero en la nueva Marvel lo único que la forzaba al verdadero cambio iba a ser el miedo a la muerte, el miedo a la cancelación.
Los yanquis tienen un dicho «si no está roto, no lo arregles». Quince años después de la frustración de Kirby por no poder hacer sus New Gods -pudo intentarlo poco después en DC Comics, pero la cosa no acabó del todo bien- Alan Moore escribía en «Blinded By The Hype: An Affectionate Character Assassination» todo un panegírico dedicado a Stan Lee que, como todo lo que ha escrito el de Northampton, ahora es mirado con lupa y venerado cual reliquia de Santo/Beato Panfilobobo de la Pataquebrá, pero cuyo mensaje era la mar de simple; los tebeos de Marvel funcionaron porque las cosas cambiaban, ahora que las cosas ya no cambian han perdido todo el interés. Iba Moore más allá, y hablaba de Roy Thomas y Chris Claremont como discípulos competentes de Stan Lee que habían entendido esto y creaban cambio en sus cómics, citando los 300.000 ejemplares vendidos de Uncanny X-Men como el caso claro de un cómic que cambiaba pero que ni de broma vendía tanto como lo hicieron los grandes éxitos de Stan Lee en su día. Había mucha amargura en aquel texto del guionista que iba a poner patas arriba el género de superhéroes en particular y el cómic en general, ya fuera en su Cosa del Pantano como en Watchmen, dos obras en las que pues sí, hay cambio porque hay miedo a la muerte.
Y es que Swamp Thing era una serie que bordeaba claramente la cancelación, y con ella volvió a repetirse lo que pasó en Marvel con el Daredevil de Frank Miller; darle carta blanca al guionista de una serie al borde de la cancelación para hacer lo que le venga en gana; por mucho que Moore se hubiera quejado de que DC se había convertido en una fotocopia de Marvel con las peleas de Green Arrow con Hawkman o ese Firestorm a lo Peter Parker, su llegada a Swamp Thing venía a ser una maniobra parecida, y gran parte del camino por el que avanzaría su carrera en DC seguía los surcos del camino que habían abierto Frank Miller y otros. Aun así y siendo todo lo justos que tenemos que ser con Alan Moore, hay que reconocerle que su etapa en La Cosa del Pantano fue honesta y arriesgada, dándole cambio al lector hasta el punto de que cuando dejó la serie ni los personajes ni el propio cómic iba a ser el mismo; el cambio había sido tan exitoso que no hubo lugar al retconeo, al dar el paso atrás para mantener la ilusión, llegando hasta más allá de donde había llegado el Daredevil de Miller, cuyos cambios quieras que no fueron deshechos por autores posteriores que, aunque periódicamente fueran carroñeando las ideas de Miller, tendían todos a volver al abogado con el bufete de éxito, a Foggy Nelson y al Back to Basics. Back to Basics, que por cierto, es una expresión popularizada por John Byrne…
Un John Byrne del que no podemos olvidar que era la gran superestrella de principios de los 80, y cuya carrera como guionista se basó en devolver a los personajes a su estado original con una mínima actualización a los nuevos tiempo y construir a partir de ahí un cambio permanente; sin embargo, es en Alpha Flight, una serie de creación propia, donde Byrne realiza cambios permanentes sistemáticamente hasta el punto de que ninguno de sus sucesores es capaz de encontrar el agarre del «momento dulce» en el que cristalizar la serie. Ni con Jimmy Hudson de Guardian o Heather como Vindicador, Alpha Flight era un X-Men low cost en el que a nadie se le pasaba por la cabeza el back to basics, sobre todo porque la serie fue una de las mayores víctimas de la «fiebre intensita» de la segunda mitad de los ochenta que uno se pueda echar a la cara, con los personajes volviéndose locos, siendo asesinados de forma horrible y con revelaciones locas constantes y tremendamente efectistas que en la mayor parte de los casos se daban exclusivamente porque el guionista de turno no sabía que hacer con los personajes heredados por su antecesor. Era cambio, sí, pero era cambio guarro, cochino, el cambio por el cambio sin ningún sentido.
Y ése es el problema, que se empezó a considerar el cambio como un recurso de quita y pon que se usaba en momentos concretos, no algo orgánico y una consecuencia lógica de la trama. Tal es así que la verdadera razón por la muerte por éxito de Claremont en Uncanny se dió porque el cambio, desde Australia hasta lo que estuviera por venir, ya no era bienvenido, tenía que seguir haciendo lo mismo que a principios de los 80, seguir congelado en el tiempo con cambios meramente cosméticos. A partir de aquí los cambios van a ser generacionales -más o menos cada diez o veinte años hay un revival clásico en el que se intenta volver a los orígenes, tras el cual se destroza todo para poder volver a los dichosos orígenes- con historias efectistas de por medio en las que hay cambios de traje que no van a durar o cambios que tienen tanto éxito que se alargan en el tiempo más de la cuenta y con los lectores pidiendo la hora como la Saga del Clon o, seguramente, los mutantes Krakoanos.
Todo esto siempre hablando de lo que hizo Marvel, porque DC por su parte ha creado una estructura de reinicios constantes basada en cambiarlo todo para que todo siga igual, con lo cual ha acabado haciendo de menos a la mayor virtud que tenían sobre su competidor directo, su gestión del «legado». Porque puede que DC hiciera trampa al crear un recambio generacional de la JSA -al fin y al cabo, la JSA estaba muerta y enterrada en aquel momento- y admitamoslo, habría que ser muy idiota para cambiar a Barry Allen y Hal Jordan si los dos hubieran estado en su mejor momento de ventas, pero lo cierto es que Wally West funcionó, fue el cambio que necesitaba un personaje que nunca había conseguido despegar. El tiempo en Batman se mide por su cantidad de Robins, y aunque es cierto que últimamente les ha entrado demasiada prisa creando Robins -obviando a Jason, de Dick a Tim pasaron unos cincuenta años, treinta si solo contamos Tierra 1, mientras que de Tim a Damien pasaron unos quince, no te digo ya de los Robin sucesivos- la verdad es que hasta cierto punto se puede elaborar una visión del conjunto de la historia de Batman a pesar de todos los reinicios del universo y demás mandangas, aunque nadie parezca interesado ya en molestarse en hacerlo a estas alturas.
Pero como decía, hoy en día el cambio es más conocido como recurso de ventas en el que los editores permiten que mates a la tía May porque sabes que vas a resucitarla en unos pocos meses que por otra cosa, con lo que cuando le cambian el uniforme y el nombre a Carol Danvers no le das mayor importancia porque das por hecho que no durará, y cuando la cosa dura tanto que hasta hacen una película y parece que eso no se va, pues hasta te cabreas porque dabas por hecho que aquello no duraría. Pero porque esto ya no son cambios, porque exceptuando a unos pocos guionistas, tanto en Marvel como en DC todos parecen estar de paso, todos parecen tener mucha prisa por contar una historia determinada pero no como zutanitoboy llega a la situación emocional que justifique sus actos en tu gran epopeya de seis números.
Y sin embargo los lectores tienen mucha culpa, porque son los primeros en pedir cambio pero detestarlo en cuanto asoma. Corren a comprar el cambio superficial, sí, pero corren aún más cuando Peter Parker vuelve a ser Spiderman y Superman recupera sus calzoncillos. Corremos a leerlo y hablar de él cuando vuelve a lo que creemos que debe de ser su estado natural, pero nos aburrimos del personaje enseguida tras el embelesamiento de los primeros números; el caso más claro lo tenemos en la resurrección de Superman, que estuvo hinchadísima por la especulación, sí, pero los números bajaron consistentemente en ventas y provocaron un estado de pánico en el Supersquad que lo llevó a hacer cómics memorablemente horrendos como La Caída de Metrópolis, La Muerte de Clark Kent o el Superman Pitufo Que Nadie Pidió. Absolutamente todas ellas se basaron en cambios transitorios y efectistas, que no explotaban en absoluto las situaciones planteadas porque no había ningún interés en mantenerlas o explorarlas, simplemente asomar la patita y volver para dentro a la mínima oportunidad.
Y éso es el cambio en los cómics de superhéroes, el cartel aquel de «Y SPIDERMAN NO VOLVERÁ A SER EL QUE ERA» repetido hasta la saciedad. Que sí, que se van inventando personajes nuevos que prenden en mayor o menor medida, pero en su mayoría se van arrastrando desde un mayor o menor éxito hasta la más penosa irrelevancia se llamen Firestorm, Miles Morales, Kyle Rayner o -ugh- Kamala Khan. Siempre habrá excepciones, pero al final siempre acabamos en el mismo sitio, porque aunque muchos empezaran con los New Avengers de Bendis, para nosotros los Vengadores son Thor, el Capitán América, Iron Man, Ojo de Halcón, la Avispa, la Bruja Escarlata y la Visión. Luego ya habrá más debate sobre Hank Pym -a pesar de ser fundador- Hulk -otro fundador, pero que se largó en cuanto pudo- Mercurio -que tampoco estuvo tanto tiempo, pero es un clásico- y demás, pero a la hora de la verdad tenemos una idea fija de los personajes y la única forma que tenemos de cambiarla es que la propia historia nos convenza de que las cosas han cambiado, de que deben de cambiar. Y ésa es, en definitiva, la lección que no aprenden ni Marvel ni DC, que el cambio debe de ser orgánico, y que no tiene sentido que de la noche a la mañana la Patrulla X se disfrace de Matrix o se vayan a vivir a una isla que devora mutantes.
Pero claro, hay que entender que de un tiempo a esta parte Marvel y DC compiten con el cine, y constantemente tratan de crear una experiencia parecida a la de un guión cinematográfico con los tomitos de ciento y pico páginas; seguramente porque piensan algo parecido a lo que dicen aquellos garrulos que afirman con todo el cuajo que los cómics no son lo que eran, que las películas son más «refrescantes», vamos, que son superiores; ¡nos ha jodido, un cómic no puede ser más cine que el propio cine! Por no hablar de que, más allá de lo bien o lo mal que hagan las películas, gran parte del éxito del género de superhéroes en la gran pantalla viene de destilar lo mejor de ochenta años de historia de un personaje y ofrecerte todo un concentrado de la evolución del mismo a lo largo de una película! Hemos llegado a ver una evolución del Capitán América o de Tony Stark a lo largo de un puñado de películas que se permite darle un final a sus historias, cosa que en los cómics solo hemos visto en What Ifes y demás porque en las viñetas toca dar marcha atrás a la semana siguiente.
Visto el percal, normal que haya chavalería pasando de los cómic y siendo fans solo de las películas, porque allí la evolución es clara consigo misma y mucho más directa, sin cabriolas retconeadoras ni la sobrecarga de equipaje que ellas conllevan; cosa que, por supuesto, también explica por qué se vuelcan con el manga, que suele mantener el mismo autor y ofrecer series que, aunque en ocasiones son alargadas hasta la saciedad, si que te aseguran una evolución y un horizonte en el que la historia tendrá un final definido.