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La nostalgia mata más que la droga: Last night in Soho

No, no me gusta la traducción que se ha hecho por estos lares del título de esta película. Porque si fuera The Last Night in Soho sí que sería La Última Noche, pero teniendo en cuenta que para colmo el título se refiere a una canción concreta en la cual se habla de lo que pasó la noche anterior, lo suyo sería haber traducido la película como «Anoche en el Soho». Dicho esto, vamos con la película.

¡Monocromatismo al poder!

Eloise (Thomasin McKenzie, la niña de Jojo Rabbit) vive en casa de su abuela y se ha criado toda su vida con sus discos, con lo que la chica vive nostálgica del pop británico de los 60 en general y del ambiente nocturno del Soho en particular. Como podéis entender los que conozcais la cruz con la que vivo todos los días de mi vida, la premisa de la película no me llamaba en absoluto; bastante es tener que padecer a un nostálgico de los 80 a diario, como para aguantar en una película a una niñata que no llega ni a los veinte idealizando una época que ni siquiera ha vivido. Pero desde el primer plano de la película Edgar Wright -el director de Scott Pilgrim, la trilogía del Cornetto, Baby Driver y demás películas que son de obligado visionado- caracteriza a Eloise como una soñadora inocente, una aspirante a princesa Disney del Soho que sueña con triunfar en el mundo de la moda como Emma Stone en una precuela de 101 Dálmatas.

¡Que no te flipes Ellie, que la prota de esa película era una prostituta en todo menos en el nombre!

Y así es como la chica abandona a su abuela y su casa en la que vive en medio de la nada para irse a estudiar a una escuela de moda en Londres, meterse a una residencia de estudiantes y ser incapaz de relacionarse con nadie porque se pasa el día con los cascos puestos y mirando hacia el suelo. En serio chavales, yo no estuve en el Soho en los 60, pero os aseguro que el que en 2021 se pasa los sábados por la noche mirando al suelo, en el Soho sesentero habría mirado también al suelo, por mucho que la música le guste más. Y así es como la pobre Eloise, incapaz de encajar con el mundo por haber vivido toda su vida aislada «temiendo por su talento» (en ocasiones ve al fantasma de su madre, nada serio), decide que lo mejor es irse a vivir ella sola y alquilar una habitación en su queridísimo Soho, en la buhardilla de una casa administrada por la gran Diana Rigg en su último papel. Y ahí es donde empieza lo gordo de la película, porque según Eloise se mete a la cama… Viaja en el tiempo.

¿Y quién no viaja en el tiempo hoy en día? ¡Ahora la última frontera de verdad es INTERNET!

No puede ser coincidencia que una chica viaje en el tiempo al Londres de los 60 y prácticamente la primera persona que se encuentre sea un personaje interpretado por Matt Smith, el undécimo actor protagonista de la serie británica de viajes en el tiempo por excelencia, Doctor Who. Eloise entra en la noche sesentera como M’Rabo en un buffet libre, con la boca abierta y los ojos desencajados, pero aun así ni se inmuta cuando descubre que su viaje temporal es también al cuerpo de otra chica, Sandie (Anya Taylor-Joy, más conocida por estos lares como Illyana Rasputin), una aspirante a cantante que llega al Soho dispuesta a comerse el mundo y que es la que realmente se encuentra con Jack, el personaje interpretado por Matt Smith y que rápidamente se convierte en su mánager además de llevársela al catre. Eloise despierta encantada con la experiencia de haber sido Sandie por una noche y, como buena nostálgica, lo primero que hace es peinarse y teñírse el pelo de rubia para tenerlo como su nueva «amiga». Y sí, es en ese momento en el que empieza lo realmente chungo.

A ver niña, ¡deja de vivir tu vida a través de la de los demás, que bastante tienen con lo suyo!

Porque si hasta ese momento habíamos visto como para Eloise el presente era un lugar hostil y el pasado un mundo ideal en el que tu y yo podamos decidir como vivir sin nadie que lo impida, el guión de Wright y Krysty Wilson-Cairns (1917 y la serie de Eva Green comiéndose la pantalla, Penny Dreadful) nos deja claro que eso de escapar de la realidad para meterse en una fantasía no suele ser bueno, y que la fantasía, cuando consiste básicamente en revivir el pasado, acaba mostrándote su lado más feo tarde o temprano. Porque romantizar el pasado es deformarlo, es quitar lo malo para quedarse con lo bueno, y esa nostalgia, si no tiene en cuenta las realidades de aquel momento, es la mar de mala y nos puede llevar a cometer barbaridades como quemarse el pelo con el tinte o intentar crear un revival de la moda de los 60. Lo cual es tremendamente peligroso.

¡Llamad a los 4F, al Doctor, a RIP HUNTER, a BOOSTER GOLD O A QUIEN SEA, PERO QUE DETENGAN ESTA PESADILLA PEOR QUE LOS PANTALONES CAGAOS!!!

Más allá de las escenas de McKenzie en el reflejo de Taylor-Joy, la película nos habla sobre la necesidad de crecer, de buscar tu propia identidad y dejar de imitar a los demás, pero el mensaje queda un tanto diluido por ciertos elementos de la resolución final; sin entrar en detalles que bastante he contado ya, muchos espectadores han visto una película que en su tramo final pegaba un giro que se les ha hecho excesivamente brusco, pero que personalmente y después de revisar la película otra vez no es tan imprevisible, la película te va dando pistas de lo que está pasando en realidad hasta el punto de que minutos antes de que se de la revelación hay una voz gritando en tu cabeza «QUE BRUCE WILLIS ESTÁ VIVO!», aunque no eso exactamente por que si no eh… Bah, que narices, que la película sin ser un torrente de sustazos ni nada parecido se deja ver y es la mar de recomendable, que la veais hasta los más acojonaditos y largo de aquí todos que voy a poner el cartel de SPOILERS:

Bienvenidos a M’Rabo: The Movie.

Resulta que la gran revelación de la película es que la señora mayor interpretada por Diana Rigg que alquila su ático a Eloise es nada más y nada menos que la Sandie original. Que la señora, tras obligada a prostituirse por el tal Jack y siguiendo la tradición británica, se ha montado todo un Sweeney Todd cargándose a todos los clientes que ha podido, pero en vez de hacer salchichas con ellos los ha ido enterrando por las paredes de su casa, y sus almas en pena son las que se le han ido apareciendo a Eloise no para matarla ni nada parecido, si no para pedirle a la muchacha que los vengue, que se la cargue. Y claro, cuando la fábula se torna relato decimonónico con la casa entrando en llamas y todo, pues como que a algunos les parece que les han cambiado la película de arriba a abajo, y que el final de la película no cuadra con el principio, con lo que ellos esperaban… Pero puñeta, esta película es los 60. Es la Hammer, es Mario Bava, es hasta giallo. Ésas películas funcionaban así, pasillos estrechos, gente descolocada en el mundo, traumas psicológicos plasmados en lo paranormal, muertes horribles, caos en el tramo final.

¡La nostalgia es fascismo, copón ya! ¡No hay nada más fascista que disfrazar a todo el mundo de pelota de badminton!

Y sí, hasta siendo un homenaje a aquel cine es un poco raro que Eloise no se diera cuenta de que el nombre de su casera era el mismo que el de Sandie, pero probablemente ella estaba pagando la habitación en negro -recordemos que no le habia contado lo del cambio de domicilio ni a su abuela- y ni siquiera ha visto el nombre del buzón porque era la propia Miss Collins la que le pasaba su correo. De hecho, algunas frases de Ms Collins cobran una nueva dimensión como la de no querer fumadores -por si queman la habitación-, que nunca podría vender la casa porque tiene «demasiados recuerdos» o el aviso de que en verano los olores «suben» -de los muertos que tiene enterrados-, que la música en los 60 era mejor -aunque su gesto de desagrado viene a decir que solo la música- y todo ello rematado por la referencia a que ha tenido «inquilinos que han huido en mitad de la noche», tras lo que Eloise promete no hacer eso jamás para que la película corte acto seguido a ella misma escapándose de la residencia con nocturnidad y alevosía y para que el clímax de la película acabe también con ella escapando de la casa en plena noche, aunque sea la propia Sandie la que se lo pida.

Señora, póngase a ver Breaking Bad que hay mejores formas de deshacerse de un cadaver que dejarlo pudriéndose en el suelo durante cincuenta años, ¡puñeta ya!

En fin, que sí, que hay que verla porque hasta los que están más descontentos con el tramo final quedaron encantados con todo lo anterior, la recreación del Londres sesentero, del género en su totalidad y el mensaje final de que la nostalgia es una fantasía y que en la realidad lo que lo peta son los revivals sesenteros horribles. Vale, esto igual es una pega tremenda, pero yo me entiendo; al fin y al cabo la película va sobre la historia paralela de dos chicas que empiezan a tocar con los dedos su sueño y empieza a convertirse en pesadilla, convirtiéndose una de ellas en otra pesadilla el resto de su vida -por aquello de mejor verdugo que víctima, yo que sé- y la otra en una pesadilla para el mundo de la moda. Que horror de vestidos Eloise, ¡córtate un poco ya!

Lo que debería hacer Sandie es ponerle una orden de alejamiento, ¡pero tampoco me extraña que intente matarla!
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