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Viva la gente: 30 años del adiós de Chris Claremont (VI)

Me gustaría empezar esta última parte con algo memorable, algo bonito. Porque no deja de ser el último número que se publicó de Chris Claremont en la serie, porque esto no deja de ser un funeral irlandés por nuestra inocencia perdida que nos hacía pensar que todos los cómics de superhéroes podían e iban a ser así en el futuro y porque que narices, si hace treinta años nos hubieran avisado de lo que estaba por venir, Disney jamás habría comprado Marvel porque antes la habríamos quemado. Así que no, no puedo escribir algo bonito para esta introducción, con lo que lo mejor será pasar al tebeo de marras…

Narrar con imágenes, ese arte tan esquivo para algunos.

Lo habíamos dejado la semana pasada con el segundo acto de violencia sexual «tolerada» que sufre Jean Grey en tres cómics -que sí, que lo otro fue un robot, pero para darnos cuenta de que esto ya tiene poco de Claremontiano ya vale- cosa que como son los noventa sigue con las tortas y con el cómic dejando claro que los autores siguen siendo muy vagos para inventarse nombres para los acólitos porque solo hablan de Cortéz  y para el resto no se les ha ocurrido nada y por eso usan el de uno de los agentes de SHIELD, el Delgado ese. O simplemente puede ser que originalmente los acólitos fueran tres (Cortéz, su hermana que cambia de pelo y Cromo) y la idea es que poseyeran a Delgado y Winters, pero como Jim Lee es un patazas y dibujó a los dos Delgado juntos, por eso luego el Delgado de SHIELD desaparece a pesar de que el Delgado acólito del tercer número ya no tiene barbas. Que se las habrá afeitado por confundirnos, que estos acólitos son muy pillos, os lo digo yo. O eso o Jim Lee iba con un ciego tremendo (está comprobado que estos cómics se hicieron con prisas, a pesar de que Marvel le dió tiempo de sobra) y de un número para otro ni se acordaba de las pintas que tenía cada uno, yo que sé.

¡Jean, mándalo al cuerno ya! ¡Que no te merece! Y sí, sigo detestando el rediseño del traje de Jean, que tanto lo podía llevar Jean que Perica los palotes, ni en colores ni en diseño dice «Jean Grey»; más lo que dice es «que cojones más gordos los de Jim Lee».

Pronto descubrimos que la manipulación genética de Moira dura solo mientras el manipulado use sus poderes, con lo que la señora perfectamente podría haber manipulado a toda la humanidad sin necesitar el microchip de la vacuna del COVID ni nada parecido, pero nunca a los mutantes y la muy burra va y se lo aplica precisamente a esos, menuda conspiradora krakoana está hecha. Y sí, la excusa de que usar los poderes rompe el «control genético» es completamente absurda y peregrina de narices, porque al final lo que se intenta con esa idea -aparte de darnos una escena de pelea la mar de chorra que supongo que viene a cuento de Jim Lee queriendo rehacer la pelea espacial del X-Men 100- es el dejar claro que los actos de Magneto no vinieron condicionados por sus poderes, si no porque estaba cuerdo y ahora con los excesos de Cortéz se ha vuelto loco. Excusa triste, lamentable y mal hilada -sobre todo porque se supone que personajes como Cíclope o Lobezno están constantemente usando sus poderes, por lo que no debería haberles afectado en ningún momento y anda que Ciclo no coge la manipulación con ganas, el gen de terrorista mutante debía de haberselo metido Mister Siniestro en el orfanato o que se yo- pero, en definitiva, una excusa que utiliza Claremont para justificar que Magneto vuelva a ser malo no por desarrollo de personaje, si no porque una fuerza externa a la historia -Jim Lee/Cortéz- lo quería así.

Por lo menos los acólitos van con los colores de Magneto, ¿pero Jean? Jean ni verde ni amarillo ni rojo, NARANJA. Naranja y azul, porque sí. Anda que….

Y aun así, lo siguiente que vemos es como Cíclope se tira como loco contra Magneto -este tipo es bipolar, o todo o nada- y los que recurren a las tortas son los acólitos, con Magneto desaprobando la actuación; es en ese momento en el que tal vez venga la mejor parte del cómic, esa en la que en vez de liarse simplemente a tortas con Magneto -que no nos engañemos, son más difíciles de dibujar, es mejor plantarlos a todos en posecitas y enseñando los dientes- los personajes se ponen a hablar, a discutir, a razonar mientras Magneto poco a poco va cayendo de la burra hasta que Cortéz le asesta la puñalada trapera, escapando por su cuenta de la estación y activando el cañón de plasma que SHIELD, la ONU y los como se llamen esos llevaban cargando desde el número anterior. Que ojo, como digo a posteriori se retconeará esta escena diciendo que Cortéz lo hizo porque es uno de los Arribistas y todo formaba parte del dichoso juego de matar el máximo de mutantes posible, pero en lo que se cuenta en este cómic, en lo que Claremont escribe, Cortéz lo justifica diciendo que la muerte de Magneto y la Patrulla X los convertirá en martires de la causa mutante que él podrá explotar en un futuro y así poder liderarla (y de paso conquistar el mundo, bwa hah hah hah y tal).

Aquí se ve por qué Tormenta es mejor líder que Cíclope, que el muy desgraciao ni lo ve venir (síii, ya lo sé, pero cualquier ocasión es buena para arrearle al soso).

Es un final tópico, casi hasta caricaturesco del género, con el traicionero Cortéz escapando (solo le falta llevar monóculo y perilla), mandando un mensaje por megafonía a toda la estación y toda la base del villano viniéndose abajo. Y se supone que esto es trágico, porque llegada la hora de la verdad y a pesar de todas las tortas que se pegan, Xavier intenta salvar a Magneto (aunque en un principio de los acólitos no dice nada) pero el amo del magnetismo rechaza esa ayuda «porque tiene que mantener el escudo que mantiene la integridad de la estación». Claro, nadie dice que no pueda mantener el escudo desde dentro de la nave de la Patrulla, pero esto de hundirse con el barco supongo que quedaba más dramático, sobre todo cuando los acólitos rechazan también la ayuda de Xavier para quedarse con Magneto, a pesar de que algunos de ellos supuestamente han sido manipulados mentalmente para cambiar de bando y que una de ellos es la hermana de Cortéz y del cabreo debería estar saliendo por la escotilla con un rifle más gordo que los cojones de Jim Lee (que son bien gordos).

Las piruetas que tiene que hacer Claremont en los diálogos para justificar todo el esperpento son dignas de estudio académico en la Universidad de Constantinopla, oiga.

Y ése es el final de la Patrulla X, con Xavier reconociendo en Magneto otra vez a su amigo, descubriendo que a pesar de tanta manipulación y tanto esperpento sigue siendo la misma persona. Que claro, acto seguido le viene a decir telepáticamente que mejor que palme ya mismo, porque como se vuelvan a ver se liarán a tortas otra vez y le va a poner el culo como las calderas de Apokolips, pero supongo que eso ya viene de una exigencia editorial porque aunque Claremont lo mata aquí, Marvel ya estaba pensando en la de pasta que se iban a sacar con su reaparición.
Xavier le lee la cartilla a Moira porque «no tiene derecho a trasetar con el yo interior de otra persona», pero puñeta, ¡si es que lo estaba intentando curar! ¡Que lo que estuvo feo es que lo hizo para experimentar una cura para su propio hijo, la palabra fea es EXPERIMENTAR!

Pero en fin, que la última página es simplemente Claremont diciendo adiós con un discurso, un discurso laaargo de cojones, con Xavier hablando sobre dejar el mundo mejor de lo que lo encontraron, de hacerlo lo mejor posible. Y de que sí, que aquello era un ideal, tal vez un imposible, pero al final uno tiene que intentarlo, se llame Charles Xavier o Chris Claremont. Porque al final puede que llegue un Fabián -Fabián, ¡no puede ser casualidad!- Cortéz, un Jim Lee o un Portaccio de la vida y te joda todos tus planes, que hasta parezca que treinta años después todo tu trabajo se ha echado por tierra, que no ha servido de nada, pero esos quince años ahí se quedan y no los borrará nadie por más que algunos se crean que eso de los equismen empezó con una serie de animación de 1992.

Chris Claremont allá por los 70, cuando todo esto era campo.

Treinta años, sí, treinta años. Se dice pronto, suena mal, nos hace sentir muy, muy viejos, pero a la hora de la verdad estos treinta años no dejan de ser un testimonio al grandísimo trabajo de Chris Claremont, Loise Simonson, Ann Nocenti, Dave Cockrum, Roger Stern, Len Wein, John Byrne, John Romita Jr, Alan Davis, Paul Smith, Bill Sienkiewicz, Bob McLeod, Marc Silvestri, Tom Orzechowski, Glynis Wein, Terry Austin y tantos y tantos que trabajaron y en algún momento ayudaron a que Uncanny X-Men fuera el mejor cómic de superhéroes de la historia. Si treinta años después seguimos leyendo cómics de mutantes esperando un milagro no es por Jim Lee, Stan Lee, Bob Layton o las ideas peregrinas de Kurt Busiek, es porque durante quince años y contra viento y marea, Chris Claremont hizo que personajes de cómic fueran gente. Gente de papel y con trajes estrafalarios, pero personas al fin y al cabo que nos marcaron de por vida y a las que treinta años después seguimos echando muchísimo de menos.

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