A ver, yo no quería. Pero treinta años son treinta años, son el doble de tiempo del que estuvo Chris Claremont en Uncanny X-Men, y en aquellos tiempos aquello nos parecía a todos una eternidad, como si los diez años de Stan Lee, Roy Thomas o Arnold Drake hubieran estado solo para calentarle el asiento a Claremont. Hasta al Editor Jefe Tom DeFalco y al editor de los mutantes en aquel momento, Bob Harras, la partida de Claremont les pilló con el paso cambiado, porque antes de Claremont la serie era, literalmente, un fracaso.
Que sí, que Neal Adams suele contar que su etapa fue un exitazo que solo cerró por lo mucho que se retrasaban las cifras de ventas en aquellos años, por no hablar de que el Giant Size X-Men a cargo de Len Wein y Dave Cockrum no vendió nada mal para ser el especial de una serie que en aquel momento era un engañabobos que reeditaba material antiguo con portadas nuevas, pero Claremont era el que la había sacado del hoyo y la había convertido en el auténtico superventas de Marvel, y viendo como el año anterior el número uno del Spider-Man de McFarlane había vendido la friolera de 2.5 millones de ejemplares, nadie podía imaginarse hasta dónde podía llegar a vender un nuevo número uno de una serie que de por sí ya rascaba los 700.000 ejemplares vendidos cada mes. Por supuesto, todo esto eran cifras hinchadas por la especulación -aunque estas cifras ya las hacían durante la era Shooter, cuando la burbuja no estaba tan hinchada- con lo que para cuando Claremont echó el cierre, lo hizo asegurándose su último cheque de royalties, los tres primeros números de la nueva X-Men, con ese número uno de cinco portadas alternativas con su respectivo poster exclusivo cada una de ellas, en un vergonzoso despliegue de todo lo que se nos iba a venir encima en los 90 y en el siglo XXI. X-Men nº1 vendería la escalofriante cifra de ocho millones doscientos mil ejemplares, aunque tengo la certeza de que la mayor parte de esos cómics no llegaron a ser leídos…
Pero, ¿qué es X-Men 1? ¿Es realmente el último cómic de Chris Claremont, el broche de oro a toda su etapa o él ya solo está ahí para poner la firma? Desde luego, a los lectores -sobre todo a los que solo teníamos acceso a lo que publicaba Forum- se nos vendieron estos cómics como lo primero, porque Claremont se iba, pero lo importante era Jim Lee, Jim Lee, Jim Lee y Jim Lee; porque el gran Jim Lee (Jim Lee) iba a seguir, y ahora no solo iba a dibujar los cómics si no que iba a contribuir de lleno en sus guiones. Para entendernos, un tipo que ya había demostrado ser incapaz de hacer tanta rallita de número a número y había obligado a la serie a caer en el más vergonzante baile de dibujantes que había tenido desde los tiempos de Roy Thomas, ahora sería tambien el responsable de los guiones de la serie, más trabajo todavía con el que poder retrasarse. Y por supuesto, que nadie se acordase de Claremont porque, ¿has visto que chulo el nuevo uniforme de Cíclope, que le han puesto correas por todas partes? ¿Y el nuevo branding que llevan los personajes, con la x roja esa por todos lados?
Que sí, que se me ha ido la olla. Que se suponía que esto iban a ser tres posts y que en cada uno de ellos iba a repasar cada uno de los tres últimos números de Claremont en la serie, pero perdonadme si en vez de eso hago trampa y os hablo del verdadero último número de Chris Claremont en X-Men, en Uncanny X-Men. Un cómic escrito en un momento en el que Claremont, tras luchar a brazo partido contra las exigencias de Jim Lee y Bob Harras, se encuentra en el percal de que ahora tiene que cederle el control de los argumentos de Uncanny a Whilce Portaccio, un dibujante no muy talentoso que ha alcanzado ese lugar por hacer tantas rayitas o más que Jim Lee y, sobre todo, por ser compañero de estudio y amigo personal del susodicho. Si es que estas cosas hacen que le cojas un cariño a Jim Lee tremendo, joder.
Como hace bien poco ya hemos hablado de las circunstancias en las que se realizó el aborto que supone Uncanny 279, vamos a ahorrarnos los detalles y pasar al meollo de la cuestión en sí, al propio cómic. La historia empieza firmada por Claremont y Nicieza -Claremont la primera mitad del cómic, Nicieza haciendo de remendón en la segunda- pero destaca la nota que agradece especialmente a Jim Lee la ayuda con el argumento. Ya digo que la zarpa del dibujante era alargada, porque este cómic ni siquiera lo dibuja él, y en los últimos números de la serie -esos de la Patrulla en el espacio con los Skrulls y demás- se había llegado a acreditar a Jim Lee como coargumentista; la buena recepción de esas historias «cortas» había animado a Harras a darle más cancha a Lee en detrimento de Claremont y… Bof, vamos con el tebeo:
La historia empieza contada desde el punto de vista de Charles Xavier, que acaba de regresar a las ruinas de su queridísima escuela -que la reventaron cuando Inferno, mira si había llovido ya- y allí se encuentra a Stevie Hunter -personaje del que no se acordarán los sucesores de Claremont, y mejor que sea así- y a Coloso poseido por el Rey Sombra. Que viene con ansias homicidas, la boca abierta y esas cosas. Algo a destacar del monólogo interno de Xavier a lo largo de este número es la amargura del Profesor, la forma en la que se siente haber fallado. Se ve desde la primera página, cuando habla sobre cómo su arrogancia le hizo ver más en Coloso a un mutante, a un guerrero, que a la verdadera alma de Peter Rasputin, el artista.
A lo largo de la persecución, Claremont no se corta en utilizar a Stevie Hunter como el instrumento para familiarizar al lector con el personaje del Rey Sombra y lo que supone -«en muchos aspectos, la razón principal por la que crée la escuela y a la Patrulla X»- mientras sigue exhibiendo la principal baza que hizo triunfar la serie a lo largo de aquellos quince años, su capacidad para crear un diálogo que creaba y mostrarba a los personajes como seres humanos, como algo vivo y con personalidad; hasta ese momento las interacciones de Xavier y Stevie Hunter habían sido breves y directas, pero en este caso los dos se encuentran metidos en medio de una escena de acción y tratan de sobrevivir como pueden.
La batalla final entre el Rey Sombra y Xavier se llevará a cabo en la Sala de Peligro, en una recreación de aquel primer combate entre los dos en un bar de El Cairo. Curiosamente Ahmal Farouk no deja de ser una de las primeras creaciones de Claremont en Uncanny -aunque para entonces ya se había sacado de la chistera a personajes como Black Tom Cassidy, los Saqueadores Estelares o a Lilandra y los Shi’ar- y es hasta trágico que su última historia sea el enfrentamiento que llevaba cebando desde aquellos tiempos, aquel enfrentamiento final entre Xavier y el Rey Sombra que supuestamente debería haberse dado en Uncanny X-Men 300, casi doscientos números después de la primera mención del personaje.
Repito que el argumento del cómic es de Jim Lee/Portaccio y no Claremont, que él solo puede hacer los diálogos y así es como nos acabamos encontrando que Claremont empieza poco a poco a personalizarse en Xavier y a retratar al Rey Sombra, un demonio que va cambiando de cuerpo, como una criatura que pensaba haber derrotado, que creía haber superado pero que finalmente reaparecía en la forma de su propio pupilo, alguien a quien había formado y enseñado y que ahora, con todos los brillitos y rayitas del mundo, llegaba para rematarle. Xavier -Claremont- sabe que el verdadero enemigo no es Peter, es el Rey Sombra, por lo que trata de llegar a su alumno, negociar con él, liberarlo del control del malvado y así conseguir plantarle cara unidos al maligno. Sí, puede que todavía tuviera esperanzas mientras escribía esto de que le dejaran seguir escribiendo Uncanny mientras le cedía a Lee los argumentos de X-Men, tal vez podía pensar que la nueva serie era «otro Factor X» y en paz, seguir con sus propias tramas. Pero en este cómic, en este momento, le estaban obligando a terminar con tramas que llevaba planeando más de diez años. Y es en ese momento cuando Piotr Nikolaievitch Rasputin y todos sus brillitos y rayitas se niega a liberarse del control del Rey Sombra y salta a estrangular a Stevie Hunter, provocando que Xavier tenga que atacarlo con todo y… Y ése es el final de la etapa de Chris Claremont en Uncanny X-Men.
No es de extrañar que Claremont, llegados a este punto, fuera incapaz de escribir la siguiente página. Tras su visita al Lugar Peligroso, Coloso había llegado a alcanzar la felicidad bajo la identidad del artista Peter Nicholas, sin tener el más mínimo recuerdo de haber sido mutante, granjero o haber nacido en la Unión Soviética. Peter era feliz pintando sus cuadros y montando sus exposiciones en Nueva York, y de repente una fuerza externa y maligna le obligaba a ser quien no quería ser, a volver una vida que ya había dejado atrás, a repetir lo ya andado. El argumentillo de Jim Lee era cruel hasta la extenuación, y probablemente Claremont ni siquiera le echaba tanto la culpa al dibujante o a su editor como a la maquinaria comercial de Marvel, ésa que le obligaba a contar la misma historia cada mes porque era lo que los lectores pedían, pero no la que necesitaban.
Para entonces, los tres primeros números de X-Men ya estaban escritos y entregados, porque puede que Claremont tuviera fama de ser lento, pero Lee lo era aún más y por eso sus X-Men acabarían saliendo cuatro meses más tarde de su último número de Uncanny. Aquellos tres primeros números de X-Men habían sido escritos con la esperanza de poder arreglar ciertas cosas a posteriori, con el compromiso de «sí, te cargas todo mi trabajo con Magneto, pero por lo menos no lo vamos a tener asomando por aquí en uno o dos años porque el que lo ha matado eres tú». Claremont se iba a quedar con el equipo de Tormenta, Jean Grey, Coloso, el Hombre de Hielo y Arcángel, el Equipo Oro, pero seguiría dialogando el Equipo Azul y llevándolo en lo posible por el buen camino. Pero entre el tres y el cuatro de X-Men Portaccio no cedió con su mamarrachada arribista y sus planes de reventarlo todo y Claremont no tuvo más remedio que decir basta.
Y sí, esta vez sí que podemos decir que la Patrulla X nunca volvió a ser la que era.