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Trama vs formato: Deskandorizando los cómics (III)

Si algo bueno tuvieron la Marvel de los «hippies» y la DC de los complementos, fue su poco respeto por algunos de los dogmas que la etapa de Lee y Kirby habían dejado en pie, explorando las historias de «continuará» de personajes irrelevantes a los que a nadie les importaba que tuvieran un cambio real en su status quo. La entrada del Universo Marvel en el mercado de los años 60 había dejado claro que el «todo cohesionado» vendía a las mil maravillas, con lo que ambas editoriales entraban en los 70 buscando el que las historias de cada una de sus series influyeran unas a otras. Sin embargo, se corría el riesgo de olvidar la otra gran lección de los 60, el hecho de que los personajes solo parecían tridimensionales si eran reactivos a su entorno, a las cosas que les iban pasando por el camino. Lamentablemente, la venta de Marvel a Cadence al terminar la década había forzado una política inmovilista que pretendía congelar a todos los personajes en su «estado de éxito», con lo que entraríamos en la era de la «ilusión de cambio»…

Gwen es uno de los poquisimos personajes que se mantiene muerto. Y eso que intentos de traerla de vuelta los ha habido a paladas…

Y es que lo dicho, una vez un personaje era considerado «exitoso», no podía cambiar. Tenía que permanecer en la misma situación, Steve Rogers debía ser el Capitán América siempre, lo mismo que Clark Kent y Bruce Wayne habían sido Superman y Batman durante cincuenta años. Es esta política la que llevó a Jack Kirby a largarse a DC y crear sus propios personajes, con lo que Stan Lee pasaría a un segundo plano y dejó que los «peludos» -Roy Thomas, Len Wein y demás- se encargasen de la editorial. Al poco de empezar la década uno de ellos, Gerry Conway, decide cargarse a la novia de Spiderman, Gwen Stacy. El cambio podría haber sido deshecho unos meses más tarde, pero el impacto emocional tanto en personajes como lectores es tan grande y funciona tan bien, que a nadie se le pasa por la cabeza traer a la pobre Gwen de vuelta; hay una evolución en la personalidad de Peter Parker y algunos de sus secundarios que, si bien en su día ya habían sufrido por la pérdida del padre de Gwen, el Capitán Stacy, al tener Gwen un recorrido muchísimo más largo en la serie, el impacto es mucho mayor. Que las lecciones aprendidas por la muerte de Gwen Stacy fueran muy malinterpretadas a posteriori ya es otra historia…

Algunos las aprendieron FATAL.

Conway se da cuenta de que, si Spiderman no puede cambiar, si Peter Parker tiene que seguir congelado en carbonita, lo único que puede modificar es su entorno, sus secundarios. Por eso él y, a medida que avanza la década, sus contemporáneos -que pronto llegarían nuevas series del personaje como Marvel TeamUp y Spectacular- comienzan a introducir más y más personajes en la serie, contar sus historias y desarrollarlas a lo largo de varios números de fondo mientras la historia principal, la pelea, se resuelve en uno o dos números. Spiderman se convierte en una serie de historias paralelas que de vez en cuando chocan entre ellas estallando en peleas tremendas, en un Peter Parker que se va dando golpes con la vida pero que nunca puede cambiar. Y así es como el personaje sobrevive a sus creadores hasta la década siguiente, durante la que empieza a experimentarse con grandes sagas a lo largo de varias series coordinadas por editores como Christopher Priest, pero eso ya es otra historia, porque ahora sí, ahora toca hablar de Chris Claremont.

Conway mantuvo multitud de personajes revoloteando alrededor de Peter Parker.

Decidme lo que queráis, pero Moses Magnum o Garokk no son grandes personajes. Ni siquiera el emperador loco de la galaxia de los pollos es gran cosa, el primo malvado de Banshee siempre fue lamentable y, por mucho que luego fuera otra cosa, en principio el Club Fuego Infernal era un plagio de una serie de televisión que les gustaba mucho a Claremont y Byrne. Tal vez uno de los personajes más originales de esa etapa es Arcade, y en fin, como que nunca tuvo mucho recorrido ni pies ni cabeza… Así que, ¿por qué funcionó tan bien la etapa de Claremont y Byrne en X-Men? Pues por los personajes. Por los protagonistas. Por esos don nadies por los que Marvel no daba un centavo y que conseguían hacer que la historia fuera sobre ellos, que aprendían número a número lecciones nuevas. Por esas cosas que pasaban de fondo en una viñeta y explotaban en el número siguiente o diez números después.

No daban por ellos ni un duro.

Vista superficialmente, La Patrulla X de Claremont/Cockrum/Byrne es un tebeo estructurado en sagas de tres o cuatro números con algún que otro número suelto entre medias, pero ya en aquel momento Claremont ya está plantando semillas desde un primer momento como la relación entre Xavier y Lilandra, los traumas personales de Ororo y Peter -otra cosa es que algunos de ellos fueran a alguna parte- la relación imposible entre Logan y Jean… Todas estas ideas trascienden el formato, son imposibles de llevar a cabo en un encorsetamiento de historias autoconclusivas de seis números, de etapas de autores que no pasan de un año. El impacto emocional del lector de la muerte de Jean Grey o la de Gwen Stacy no viene de la muerte en sí de un personaje, viene de la inversión emocional de los personajes y el propio lector en esa situación. Es «economía narrativa» por así decirlo; a mayor inversión mayor riesgo, sí, pero mayores beneficios.

Es lo que comentábamos no hace mucho, sin un recorrido del personaje a lo largo de varios años escenas como esta tendrían muchísimo menos valor. Y eso trasciende formatos.

El que el cine esté montando sus universos cinematográficos y el público en general se haya volcado en la series de televisión modernas -más centradas en la evolución de los personajes a lo largo de varias temporadas- lo que nos indica es que el público busca historias como The Mandalorian, en las que hay una historia principal autoconclusiva, un Moses Magnum al que vapulear, pero que está deseoso de invertir a largo plazo en los personajes. Desengañémonos, el «Yo soy Iron Man» del final de Endgame no habría tenido ningún valor si hubiéramos venido solo desde Infinity War.

La trama debe trascender el formato o si no se verá sometida a él, y éso precisamente es lo que le ha pasado a los superhéroes de hoy en día.

Y al final es que es éso lo que me ha pasado con Wonder Woman: Dead Earth, que dejando de lado mi hartazgo postapocalíptico -porque para colmo de males estamos en 2020 y no apetece- echo de menos historias en las que la inversión emocional sea bien grande. Por muy bien que hagas una película, la susodicha inversión emocional va a ser menor que si hubieras hecho toda una serie, y al final, no nos vamos a engañar, el principal valor que tiene el género de superhéroes en general y Marvel y DC en particular es… Que nos gustan sus personajes, que nos importan. En el momento en el que nos dejan de importar es cuando dejamos de leerlos, de ver sus películas y pasamos a otra cosa. En fin, que novelas y pelis hay muchas, universos compartidos que abarcan décadas poquísimos. Espabilad, señores de Marvel y DC, y daros cuenta del verdadero valor de vuestras «licencias».

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