Tras la Segunda Guerra Mundial, Harry Warner y sobre todo Albert «Abe» Warner empezaron a pensar en su jubilación. Ambos contaban con más de sesenta años y se compraron residencias lejos de Hollywood para su retiro dorado, mientras Jack Warner cada vez parecía más adicto a producir películas, a pesar de que con mucha diferencia era el hermano más odiado por sus propios trabajadores; y es que para 1947 y tras varias negativas de cumplir las exigencias salariales del sindicato de actores, éstos se declararon en huelga. Aprovechando que por aquella época empezaba la paranoia anticomunista y lo que se llamó la «caza de brujas», el muy cabrón se lió a acusarlos de comunistas mientras su hermano Harry corría a dar los nombres de algunos de ellos para las listas negras de Hollywood. Cabrones eran un rato, todos ellos.
Cuando el congreso de EEUU le preguntó a Harry Warner le preguntaron por qué había hecho esto, se justificó con «había una guerra… ¡Yo que sé!»
Pero para Jack Warner el enemigo verdadero no venía de la Unión Soviética ni leía a Marx y Engels, no, porque su gran enemigo era la caja tonta, la televisión, que apartaba los culos de los espectadores de los asientos de los cines para dejarlos en el cómodo sofá de sus casas. Para contrarrestar tamaña amenaza, Jack se apuntó a todas las modas locas del Hollywood de aquella época como el 3D, los formatos de imagen enormes, experimentos con el color… Y casi todo fracasó, con lo que a pesar de que los hermanos espabilaron y empezaron a vender contenidos para televisión, para 1956 todavía no habían recuperado la sensación de haberse recuperado del golpe. Lo que es peor, los hermanos -o más bien, Abe Warner- habían seguido con la idea de retirarse y vender la empresa, decidiendo sacarla a bolsa y con aquellos números ni de broma les iban a dar todo el dinero que creían que valía. Estaba claro que había que hacer algo para maquillar esos números, con lo que a Jack Warner no se le ocurrió mejor idea que liarse a vender su fondo editorial: todas las películas de Warner anteriores a 1950 fueron vendidas a la Associated Artist Productions (distribuidora para televisión que acabaría formando parte de United Artists y años más tarde le pasaría dicho fondo a Ted Turner, que tras fundar TCM y jugar una temporada a los coloreables con medio Hollywood clásico, acabaría cediéndole dicho fondo a Time, que a su vez se compraría Warner y… Bueno, que todas esas películas volverían a casa unos cuarenta años después).
¡Animalico!
Pero volviendo a los cincuenta y el perverso Jack Warner, la salida a bolsa de la Warner Brothers se realizó en 1956 y la perrería fue digna de las macarradas más chungas de los personajes de Jimmy Cagney antes del código Hays: a pesar de que los tres hermanos Warner habían decidido jubilarse todos a una, Jack no estaba en absoluto por la labor, y esto Harry lo sabía. El hermano mayor, que se había pasado todos aquellos años peleando contra él, a pesar de sus 75 años no estaba dispuesto a jubilarse si eso dejaba la empresa en manos de Jack, con lo que tras muchas presiones de Abe (que sí que se moría por jubilarse) decidió aceptar la oferta de un fondo representado por un tal Serge Semenenko por el 90% de las acciones de la empresa. Tanto Harry como Abe quedaron satisfechos con la venta porque jubilaba también a Jack, pero Harry tuvo literalmente un infarto cuando poco después descubrió que detrás de Semenenko estaba Jack, que había acordado desde un principio con Semenenko recomprarse parte de esas acciones y quedar como presidente de la nueva Warner. Huelga decir que su familia jamás volvió a dirigirle la palabra, ni siquiera cuando un año más tarde se presentó en persona durante la celebración de las bodas de oro de Harry y tuvo que largarse por donde vino. Debió de aprender la lección, porque un año más tarde y tras la muerte de Harry -«Jack lo mató», según su esposa- Jack Warner pasó de ir al funeral y prefirió seguir jugando al bacará en un casino de Cannes. Que poco después tuviera un accidente que casi le costó la vida puede ser considerado justicia poética o, simple y llanamente, una distracción al volante causada por una conciencia intranquila y un camión muy gordo.
El nuevo presidente de Warner trabajó rápido y con poco romanticismo respecto al viejo orden; una de sus primeras medidas fue vender el edificio de Nueva York que la familia había comprado en sus inicios y construir otro en el número 666 de la Quinta Avenida (sí, ése edificio en el que estuvó alojada DC Comics una buena temporada) para el fondo de Semenenko. Los grandes musicales volvieron rápidamente a ser el centro de la producción de Warner y My Fair Lady consiguió el Oscar a mejor película casi dos décadas después de Casablanca, pero a Jack Warner empezaban a pesarle los años. Sus grandes enemigos, sus propios hermanos y los grandes magnates de Hollywood, habían muerto o ya se habían retirado, y la única oposición que tenía eran mesas de consejos de administración sin ningún tipo de interés para él. Escribió su autobiografía, se pegó contra sus inversores y terminó vendiendo sus acciones a Seven Arts Productions en 1966. Perdía la presidencia pero se quedaba con la parte divertida, hacer películas, y se volcó en, un musical llamado Camelot! que fracasaría estrepitósamente, haciendo que Warner se tambaleara y terminando con gran parte de la paciencia de los nuevos propietarios. Curiosamente otra de sus producciones sobre «gangsters», Bonnie & Clyde, maquillando los números de la Warner, a pesar de que el propio Jack la rechazó en un primer momento porque «no veía bien eso de las chicas disparando».
La última película 100% Jack Warner en Warner, Camelot!
Fuera como fuese, los dueños de la nueva sociedad no soportaban a Jack -nunca le gustó recibir órdenes, de ahí lo mal que se llevaba con Harry- ni acababan de entender que fuera normal el tener un negocio que caminaba sobre la cuerda floja, por lo que en 1968 decidieron vender Warner a un tal Steven J Ross, propietario de la Kinney National Company, un conglomerado especializado en aparcamientos y funerarias que a su vez acababa de comprar poco antes una pequeña editorial llamada National Periodical Publications, más conocida ya en aquellos tiempos como DC Comics. La nueva Warner Bros. Inc no iba a contar en absoluto con Jack Warner, que tras un breve periodo como productor independiente se retiró en 1973 para acabar falleciendo en 1978. Hollywood ya era solo cosa de ejecutivos.
La Warner «de los ejecutivos» iba a batallar durante todos los 70 a golpe de estrellas, de los nombres de grandes actores y directores, pero la intención de Kinney iba más allá de las películas y por eso renombraron todo el grupo como Warner Communications, imitando el modelo de Disney con la adquisición de parques temáticos y abriendo el negocio a nuevos medios como los videojuegos con la compra de Atari en 1976 (que luego quebraran la compañía ocho años más tarde tanto da, no veas la de billetes que generó durante todos esos años). Sin embargo y por la cuenta que nos toca, tenemos que detenernos en 1978 para fijarnos en algo que marcará la historia de la Warner Bros cinematográfica; y es que tras haberse pasado buena parte de la década ignorando a los personajes de DC y limitándose a explotarlos en series de televisión como Superfriends, los productores Alexander e Illya Salkind le ofrecen a Warner la posibilidad de llevar a cabo una película de una de las licencias más potentes de la editorial, Superman. Ésta película no solo es importante por lo que nos toca a la patata, si no porque sale un año después de la Star Wars de George Lucas y su modelo de explotación es completamente deudor de ella: El cine ya es algo secundario, lo importante es la sinergia de marketing entre los cómics, los juguetes, los videojuegos de Atari, las futuras series de dibujos animados, camisetas, posters y todo lo que haga falta. Es la primera película Warner de la era de los blockbusters, el negocio ya es transmedia, llega a todas partes y a donde sea.
Y podríamos hacer un repaso más exhaustivo de todos los entresijos de la Warner de los últimos cuarenta años, pero en el fondo es una repetición de una historia que ya conocéis; en 1989 e hinchada en precio por la batmanía creada por el estreno del Batman de Tim Burton, Warner es vendida a Time Inc y de ahí se crea Time Warner (y con ello viene HBO), se fundan canales de televisión como The WB (la actual CW), la desastrosa compra de AOL… Sí, poco tenía que ver ya esta Warner con la de los susodichos hermanos, porque se había convertido en otra corporación sin alma que tanto compraba como vendía empresas, destripándolas en el proceso a la espera de encontrar una que la hiciera más rica todavía. Mientras tanto se va a intentar y reintentar repetir aquel pelotazo de Superman con otro Batman, con Harry Potter, El Señor de los Anillos… La historia creativa de Warner ha estado marcada por intentar repetir aquellos años 70 en los que el pelotazo de Superman se complementaba con el cine de «estrellas» y grandes directores, a pesar de que ya no eran los tiempos en los que Jack Warner se creía que podía tener amarrada a Olivia DeHavilland a perpetuidad. Y así irían pasando los años hasta que en junio de 2018 Warner fue comprada por AT&T, que la refundó como Warner Media y en esta nos han dejado. Un final nada romántico para la empresa que fundaron los hermanos Warner, pero un final que Harry Warner se veía venir cuando firmaba la venta de sus acciones y decía aquello de que «nunca pensé que viviría para ver Warner en manos de una corporación». Ni Jerry Siegel y Joe Shuster desearon eso mismo para Superman, pero así estamos.