Ahora que se ha puesto tanto de moda el Bella Ciao gracias a la Casa de Papel, creo necesario recordar que a la vez que los partisanos italianos la cantaban mientras trataban de liberar su tierra de la escoria fascista, el ejército aliado que desembarcaba en las costas francesas cantaba una canción un tanto más prosáica, y no me estoy refiriendo precisamente a Lilly Marlene:
¡Un clásico en toda regla, oiga!
¿Os suena la canción? Sí, a mi también me suena. Es la «Marcha del Coronel Bogey», compuesta en la Primera Guerra Mundial y adaptada libremente para el contexto de la segunda. Ésta es la primera versión que conocí -creo que como casi todos- la que aparece en El Puente sobre el Río Kwai, ese peliculón de David Lean de 1957 en el que Alec Guinness se empeñaba en ser un prisionero modelo. Lamentablemente en aquella película veíamos la marcha original sin letra, pero años después acabaría leyendo un cómic que me descubriría lo maravillosa que puede ser esta melodía con la letra adecuada:
¡Solo tiene un co-jón!
Hitler solo tiene un cojón, Göring tiene dos pero bien pequeñitos, Himmler anda parecido y el pobre Goebbels no tiene ninguno, la mejor definición de una banda de miserables que mandaban a otros a morir mientras se arrogaban todo su mérito. En esta semana en la que veremos como aventureros, supersoldados y demás héroes patean los perversos culos del fascismo, creo que es la mar de apropiado recordar el cómic que inspiró esta canción, un cómic surgido hará unos veinte años a cargo de dos auténticas estrellas de lo suyo: Garth Ennis y Carlos Ezquerra.
Porque allá por el año 2000 Garth Ennis era una estrella en toda regla. Todas las conversaciónes sobre cómic estaban monopolizadas por el final de la serie de moda, Preacher, que estaba considerado como el «nuevo Sandman» -a pesar de la guerra de fandoms que hubo entre ellos- por ser el principal peso pesado del sello Vertigo, con lo que cuando Joe Quesada fichó a Ennis y Dillon para hacer Punisher -El Castigador, sí- aquello fue todo una sensación. Sin embargo, Ennis no se iba ni mucho menos en exclusiva a Marvel, y continuaría su trabajo en Hitman un año más, además de poner en marcha también en DC la antología bélica «War Stories». Es en aquel momento en el que Ennis se junto al gran Carlos Ezquerra para realizar una miniserie injustísimamente olvidada por la propia DC y las generaciones posteriores, la historia del día antes del día D y la historia del cojón de Hitler, la historia de las Aventuras de la Brigada de Fusileros.
La Brigada de Fusileros no es el tipo de gente con el que te gustaría cruzarte un viernes por la noche si te gusta conservar toda la dentadura. Habituados a destrozar todo lo que se les pasa por delante, la mayoría de ellos son criaturas del caos a las que la guerra les ha venido estupendamente, porque les permite dar rienda suelta a sus numerosas pasiones enraizadas en la violencia como, por ejemplo, hacerse gaitas forradas con escrotos nazis. Todo muy sano y deportivo. La brigada en cuestión está compuesta por el Capitán Hugo «Khyber» Darcy, el Segundo Teniente Cecil «Doubtful» Milk, el Sargento Crumb, el Cabo Geezer, Hank The Yank y The Piper, que no estoy seguro de que tenga rango en el ejército pero como su familia lleva varias generaciones sirviendo a la del capitán, pues allá que se va a la guerra. En la única traducción que se ha hecho de la serie al español los nombres de los personajes son Hugo Darcy, Cecil «Dudoso» Milk, Sargento Crumb, Cabo Geezer, Hank el Yanqui y el Gaitero.
Nuestra historia comienza en junio de 1944 poco antes del desembarco de Normandía, con nuestros aguerridos comandos felicitándose por la inteligente decisión de ordenarles tirarse en paracaídas en mitad de un bombardeo, porque «con tanto avión nadie se fijará en unos simples paracaídas». Para animar a la tropa y para ilustrar al lector hasta que punto esta gente no está del todo equilibrada, el gaitero entona una bonita canción con su gaita en el tono exacto para animar a sus compañeros pero provocar multiples hemorragias internas en cualquier otro ser humano, con lo que los pilotos del B52 en el que van les ruegan encarecidamente que se tiren de una vez.
Una vez en tierra, nuestros muchachos dan buena cuenta de unos soldados alemanes borrachos y se visten con sus uniformes para poder infiltrarse en las líneas enemigas, sin tener ningún reparo en el hecho de que sus uniformes están completamente ensangrentados, no les acaban de valer del todo y que en fin, un gaitero con faldas no es que pegue mucho en la wehrmacht. Y todo va a las mil maravillas hasta que un par de páginas después los nazis se dan cuenta de que uno de los fusileros lleva las solapas del uniforme mal puestas, por lo que nuestros valerosos héroes acaban teniendo que armar una escabechina, salir corriendo y acabar en las garras de la gestapo. Putos nazis.
Hautmann Venkschaft, el jerifalte de la gestapo de por allí, los pone a merced de Gerta Gasch, una dominatrix nazi que tiene cuentas que saldar con el Capitán Darcy por haber provocado una estampida de elefantes en la India que mató a su padre mientras se masturbaba en una letrina. Y así comienza una saga de aventuras, incompetencia y nazis muertos, eviscerados y descuartizados, masacrados de forma horrible y sumergidos en su propia sangre y heces. En definitiva, montones de nazis muertos en un cómicque no deja títere ni nazi con cabeza, poniendo a caer de un burro a los fascistas, la hipocresía de moral británica de la época, conceptos absurdos como el «honor» y la «caballerosidad» en la guerra…
Ennis y Ezquerra volverían al frente un año más tarde con Aventuras de la Brigada de Fusileros: Operación Cojón, en la que los muchachos de Darcy emprendían la búsqueda del celebérrimo cojón de Hitler, ese que según la canción estaba en el Albert Hall pero por más que buscaban por allí no lo encontraban. Lo que viene a continuación es una atropellada aventura por el reino de Semmen, donde la brigada, los nazis y un aventurero americano con látigo llamado Maryland Smith hacen una versión cafre de En busca del Arca Perdida en el que mueren bastantes nazis y muchos gilipollas variados. Vamos, otra gamberrada.
No tengo mucho más que añadir, portadas de Brian Bolland y Glenn Fabry, sátira y cachondeo cafre mientras montones de nazis mueren de forma horrible, ¿que más se puede pedir? Ah sí, la cuenta de nazis muertos. Pueeees… En la primera miniserie mueren treinta y seis -no es tanto el número de muertes como la calidad de las mismas- y una escabechina en una fábrica de misiles que no sé, pero lo menos había ciento y pico nazis dentro. En la segunda la cosa ya es más relajada porque es un rollo Indiana Jones, con lo que aparte de volar una residencia de ancianos en la que algún nazi habría, digo yo, solo se matan unos catorce que se vea en las viñetas, aunque seguramente sean más porque cuando el gaitero se pone a tocar eso acaba tremendamente mal. Así que tenemos unos cincuenta nazis menos, algunos degradados a chupapollas de segunda y, en general, creo que todas estas muertes valen por dos o por tres porque, quieras que no, la forma en la que maltrata Ennis a sus villanos muchas veces vale por mil muertes.