¿Recordáis que la semana pasada hablábamos de cómo se las arreglaba Chris Claremont para recapitular todo el número anterior mediante un diálogo completamente orgánico y sin recurrir a los cuadros de texto para recapitular como si esto fuera la contraportada de un cómic actual de Marvel? ¿Sí? Pues en el número 20 lo que hace es esto:
Cuatro viñetas de Bill Sienkiewicz creadas con esa idea en mente, recapitular a toda velocidad para quitarse el compromiso con los lectores lo más rápidamente posible. Buen trabajo de todas las partes implicadas y Glynis Wein demostrando una vez más que los grandes coloristas lo demuestran cuando usan el mínimo de colores posibles, que con la gama cromática de la cuatricomía de aquellos tiempos es todo un logro. Sienkiewicz sigue en la suya, la mancha es la magia, la línea es la realidad contrapuesta a ese caos y según baja la página vemos como ese caos se adueña de absolutamente todo, para que cuando a la página siguiente lleguemos al «mundo espíritu» del Oso Demonio nos acabemos encontrando con que hasta la rotulación ha sido corrompida por el monstruo:
Llegados a este punto en el que Illyana se va a llevar todo el protagonismo con todo el merecimiento, toca una reflexión; en este momento de la serie gran parte de los personajes todavía no confían en Illyana, algo comprensible en el caso de algunos de sus compañeros más religiosos como Rahne o Roberto, aunque la cosa no llegará muy lejos y la desconfianza de sus compañeros acabará desapareciendo poco a poco, entre otras cosas porque la propia Illyana se lo ganará a pulso y en el fondo terminará siendo lo más parecido a un protagonista principal dentro de una serie tan coral como es New Mutants. Sin embargo, algo que siempre me chocó del personaje de Illyana es su lenguaje, tan alejado de los Bozhe Moi de su hermano y tan propio de una chica norteamericana de su edad (o más bien lo que creo que debía de ser una chica de su edad en los 80, que yo que sé). Esto se justifica porque supuestamente al criarse en el Limbo con los restos de unos X-Men alternativos adaptó su lenguaje a ellos y el ruso no debía de haberle arraigado tanto, pero se hace curioso teniendo en cuenta lo mucho que preocupa a Claremont la caracterización mediante el lenguaje. Yo que sé, cosas mías, vamos a seguir con el oso:
La batalla consiste en Los Nuevos Mutantes desconfiando de Illyana mientras el Oso corrompe a la enfermera Friedlander y al oficial Corsi y se los echa encima convertidos en demonios, tratando por todos los medios de extender su corrupción también a Los Nuevos Mutantes y así poder romper los conjuros de Illyana que están protegiendo el quirófano en el que se está operando a la pobre Danielle a vida o muerte. Tanto el monstruo como sus esbirros se han convertido en manchurrones que le piden al lector un nivel de abstracción superior al que tenían aquellos lectores españoles de los 80 como M’Rabo, por lo que muchos de los que habían aguantado hasta ahora porque les gustaba el complemento del Doctor Extraño -sí, en España esto se llegó a publicar quincenalmente con el Doctor Extraño de Roger Stern, nada menos- acabaron bajándose del carro porque Sienkiewicz se quedó a gusto en este cómic. Y todo esto a pesar de que a mi juicio este cómic es bastante más convencional que los anteriores, a fin de cuentas lo que tenemos es una pelea clásica de superhéroes contra supervillano en la que hasta que el grupo no se da cuenta de que deben confiar unos y otros y empezar a trabajar en equipo son vapuleados por el villano.
Sin embargo, lo que pasa con Sienkiewicz en este cómic es que realiza muchas escenas de acción y rompe demasiado con las convenciones anatómicas a las que estábamos acostumbrados. Si de por si se le podía perdonar que el Oso fuera una masa informe, el que Illyana sufriera esas transformaciones corporales o que Magma fuera «cuatro rayas mal hechas» no era algo tolerable. Y daba igual que el texto de Claremont explicara con pelos y señales lo que Sienkiewicz se empeñaba tanto en «enmarañar», aquel cómic ya no era «bonito» y el correo de los lectores de aquellos cómics, aun estando filtrado por las arteras manipulaciones del Profesor Loki, exhudaba un odio furibundo a Bill Sienkiewicz, con uno de cada dos lectores preguntando «cuándo se se va Sienkiewicz» y hasta hubo un tipo que pregunto, vete tú a saber porqué, «si Bill Sienkiewicz es negro». Sumado a todas estas críticas nacidas de la ignorancia, tenemos la condición humana del pobre Bill, que nunca fue un dibujante precisamente rápido y al que en los números siguientes el desgaste de la periodicidad cada vez se le va a ir notando más y más; puede que en estos primeros números no sea tan aparente -que si rascamos algo se nota- pero a lo largo de los siguientes lo veremos aún más, dando así más combustible a sus detractores.
Pero se pusieran como se pusieran, ni Bob McLeod volvió ni la imagen que quedó de Los Nuevos Mutantes fue la que a todos esos detractores de Sienkiewicz les gustaría, con lo que estos tres primeros números de la colaboración entre Chris Claremont y Bill Sienkiewicz quedarán para siempre como algunas de las mejores páginas realizadas para el género. Y ojo, que no es que la cosa vaya a decaer, porque La semana que viene tenemos una fiesta adolescente ochentera, la puesta de largo de Warlock como miembro del grupo y, en definitiva, otro clasicazo de aquellos tiempos.