No quería escribir este post, porque tenía la esperanza de poder hacer para las navidades de 2022 una serie de posts sobre el centenario del nacimiento de Stan Lee, algo más currado y meditado, a la altura y sin tener que escribirlo a lo vivo, recurriendo sólo a mi (excesivamente humana) memoria. Y es que me pasa como creo que a todos vosotros, estoy impactado porque soy incapaz de recordar un mundo sin Stan Lee; no sé cual fue mi primer contacto con el, con su personaje, porque debí tenerlo siendo tremendamente joven. Supongo que me pasó como a tantos y lo vi por primera vez en aquellas cajetillas de texto de Marvel que ponían aquello de «Stan Lee presenta», como si Stan Lee fuera Alfred Hitchcock, Walt Disney, el escritor más influyente de la segunda mitad del siglo XX o un patriarca bíblico. Heh, tendría gracia que en la Biblia pusieran un cuadro de texto en plan «Moises presenta: El Génesis». Seguro que yo lo habría leído con más interés, vaya.
Hace no tanto, durante el centenario de Jack Kirby, leí muchísimo sobre la figura de Stan Lee, buscando más al hombre que al personaje. Y me pasó que, mientras que cada nuevo dato sobre Kirby aumentaba mi admiración hacia el Rey, a la vez también empezaba a entender mucho más la figura de El Hombre, de Stanley Martin Lieber. Porque mientras Jack era un talento desbordante y casi sobrenatural, Stan era humano y hasta había empezado en los tebeos de rebote, por un enchufe familiar en Timely, la editorial que se convertiría en Marvel Comics. Pienso en aquel Stan Lee al que todavía le duraban los granos de la adolescencia mirando a aquellos gigantes constructores de titanes, contemplando como Joe Simon y Jack Kirby creaban al Capitán América y se enfrentaban a los nazis que les insultaban por humillar a Hitler, y puedo entender la metamorfosis interna de un chaval que había llegado completamente sobrado a aquel trabajo temporal porque soñaba con escribir la gran novela americana; los cómics eran «un peldaño en la escalera hacia su futuro», pero de repente aquellos dos maestros no mucho mayores que él le descubrieron en que consiste realmente la pasión por crear.
Pero Stan se quedó con las ganas de crear, porque veinte años después seguía en aquel primer peldaño de la escalera hacia su futuro y no estaba creando nada más que clónicos de tebeos del oeste, siendo un mandado de su primo político y propietario de la editorial, Martin Goodman. Para entonces ya se habían ido hace muchísimo sus ídolos Jack y Joe -ya fuera por la picaresca de Stan o por su inocencia- y él era prácticamente el único empleado de la redacción de Marvel, lo que luego se llamaría el Bullpen. No quiero ni pensar qué podía pasarle por la cabeza a Stan en aquellos días de finales de los 50, siendo incapaz de levantar una editorial a la que distribuía su competencia directa -National, la que luego sería DC Comics- y cuyos muebles, siempre según Jack Kirby, estuvo a punto de vender para pagar deudas. Una cosa está clara, Stan Lee no estaba viviendo su sueño y ni mucho menos era feliz, por lo que cuenta la leyenda que una noche le dijo a su esposa Joan que lo iba a dejar porque no se sentía capaz de hacer nada a su gusto, y nada de lo que hacía vendía. Su esposa -según contaba Stan Lee- le dijo que probara a hacer una serie a su gusto, como le apeteciera, que lo peor que iban a hacer era despedirle. La providencia -y un conflicto legal con National- le proporcionaría el regreso del mismísmo Jack Kirby, que necesitaba dinero y estaba dispuesto a lo que sea. Y así, nacidos de la desesperación y el hartazgo tuvieron su génesis en 1961 The Fantastic Four, el cómic que cambiaría su futuro y el del mundo del cómic para siempre.
Y eso que aquel cómic de Fantastic Four aparentemente no era gran cosa, daba la impresión de estar hecho con prisas y de que no iba a destacar respecto a lo que se estaba publicando en aquel momento. Pero los personajes eran raros, se vestían como gente normal y tenían reacciones más lógicas ante las situaciones en las que se encontraban. Ben Grimm estaba furioso por haber sido transformado en un monstruo, el que Susan se hiciera invisible provocaba un pavor absoluto, y el resto del cómic era un trasunto de los Challengers of the Unknown que Kirby había creado junto a Simon para DC Comics. Pero había algo distinto en los 4 Fantásticos que no había en los tebeos de DC, porque aquí el editor era Stan Lee y podía permitir a Kirby dar rienda suelta a su talento y al suyo propio. Y aunque a Kirby en un principio le movía unicamente el querer sacar adelante a su familia, pronto las aventuras de aquel cuarteto empezaron a despegar y a crear un pequeño mundo lleno de personajes peculiares como los Skrull, el Doctor Muerte, Rama Tut, El Hombre Milagro… El éxito de la serie les llevó a crear otros personajes como Hulk, Iron Man, Thor, recuperar al Capitán América y fundar los Vengadores, pero a la vez también empezó a pasar algo más increíble que todas aquellas criaturas: Stan Lee se dio cuenta de que se lo estaba pasando de maravilla, hacer aquellos cómics eran divertidísimos y comenzó a interconectarlos, primero como maniobra para publicitar las series que vendían menos y luego porque también era divertido. De repente los cómics de Marvel mostraban un mundo vivo e interconectado y Stan Lee y Jack Kirby eran el mejor tandem creativo que se había visto en la historia del género de superhéroes, la imaginación desbordante de Kirby había encontrado por fin a un editor capaz de hacer vendible y creíble hasta lo más absurdo que salía de la mente del Rey: Porque si Jack Kirby pensaba en cada personaje por separado, Stan Lee pensaba en el conjunto porque estaba escribiendo todas las series de la editorial, con lo que aquel pequeño mundo hecho de viñetas se juntó en el primer Universo de Superhéroes.
Porque hasta entonces Superman y Batman se podían cruzar en World’s Finest o en Justice League, pero Stan Lee llevó la idea muchísimo más allá e hizo que unas series influyeran a otras, cruzando villanos de unas series a otras y creando así la metahistoria que distinguiría a Marvel de su competencia durante años. Y todo esto por no hablar de la forma en la que se comunicaba con los lectores, tratándolos con una familiaridad inédita hasta el momento y creando una jerga personalísima -Excelsior! ‘nuff said! True believer!- que lo convertían en un personaje entrañable, una especie de «tío enrollado» que bebía mucho de los editoriales que Bill Gaines escribía para los cómics de la EC. Para Stan ya no era todo una huida hacia delante por el pánico al abismo del fracaso, y lo que había empezado a principios de los 60 comó una carrera enfervorecida por crear nuevos personajes antes de que DC se enterara de lo que estaba pasando o de que surgiera otra editorial y le quitara el filón que acababa de encontrar, se transformó en verdadera pasión por su trabajo, por los cómics y hablar de cómics. Todo parecía ir viento en popa pero aun así Stan todavía estaba por crear su personaje más grande, uno que llegaría de la forma más tonta cuando uno de los proyectos que andaba barajando junto a Jack Kirby acabó siendo rebotado a la mesa de dibujo de Steve Ditko: El Asombroso Spiderman.
Si en los 4 Fantásticos algunos ven a Jack Kirby en Ben Grimm y a Reed Richards y Susan Storm como Stan Lee y su esposa Joan, Spiderman en origen fue una pelea feroz entre Stan Lee y Steve Ditko. Porque Peter Parker era el Steve Ditko adolescente, se movía como el Ditko de aquellos tiempos y padecía como el, mientras que su forma de hablar cada vez se parecía más a aquel muchacho que trabajaba para Jack Kirby y Joe Simon. Los dibujos de Ditko cada vez se parecían menos a las palabras que escribía Stan Lee en la boca de Peter Parker, con lo que para cuando Ditko sale de la serie y lo sustituye John Romita Sr -que siga vivo por muchos años- Peter Parker es Stan Lee. Con veinte años menos, pero Stan Lee.
Spiderman es el mayor icono de todos los creados por Stan Lee y terminó siendo su obra más personal, porque aunque dejó de escribir el cómic a principios de los 70, oficialmente siguió escribiendo la tira de prensa hasta hoy. Porque Stan Lee sólo fue el editor jefe de Marvel y escritor de casi todos los títulos de la editorial durante unos diez años, porque una de las condiciones que puso Cadence Industries para comprar Marvel por aquellos años fue la de blindar a Stan Lee en la editorial y transformarlo en una figura equiparable a la de Walt Disney. De repente Stan tenía que salir en la televisión y en los periódicos no ya solo en calidad de guionista, si no como la de «creador», como el «nuevo Walt Disney». Y aunque esto causo lógicas asperezas con Jack Kirby que Stan no fue nunca capaz de limar del todo, lo cierto es que su nueva vida le encantaba; estamos hablando de un tipo que en diez años había pasado de sentirse un fracasado en un trabajo miserable al que había llegado por el dudoso mérito de haber sido enchufado y al que de repente aclamaban como heredero directo de uno de sus héroes de la infancia.
¿Había perdido el norte, se había convertido en Funky Flashman? Y un cuerno, Stan Lee se había convertido en el mayor fan de los cómics y su disfraz sólo exteriorizaba al niño que llevaba dentro, un niño cuyo trabajo en la década de los 60 ya lo había convertido en un mito sin necesidad de ningún disfraz, pero un niño que disfrutaba con los tebeos al fin y al cabo. Es en los 70 cuando Stan empieza a lucir su bigote y sus gafas características, realizando sus cameos en producciones Marvel de dudosísima calidad y contagiando su entusiasmo en cada una de sus apariciones, pero a la vez empieza a darse cuenta de que el tiempo corre y ya no es uno más del bullpen de Marvel, que hay una nueva generación y ya no es «el que está haciendo cómics». Su trabajo ahora está más centrado en Marvel Magazines, una sección de la editorial ruinosa y un vestigio de los tiempos de Martin Goodman, con lo que para entonces lo único que hacía Stan con los tebeos era aprobar sus portadas y hablar de vez en cuando con el EIC de turno y asesorarlo en lo posible, despegándolo tanto del bullpen que para cuando se estrena la película de Superman y todo el equipo se va junto a verla, se encuentran a la vuelta a Stan Lee sólo y profundamente jodido porque no se habían acordado de él.
Pronto se mudaría a California a tratar de convertir Marvel en una productora de cine y televisión -admito que soy el primero que nunca pensó que lo conseguirían- y, aunque sus colaboraciones en cómics cada vez serían más raras de ver -una novela gráfica de Estela Plateada con Moebius, los primeros números de Ravage 2099, los «Stan Lee meets…» y hasta una colaboración con DC Comics- sus apariciones en salones del cómic en todo el mundo fueron constantes hasta nuestros días. Stan cruzó medio mundo saludando, sacándose fotos, firmando y alucinando a multitud de fans que no se creían estar ante el creador de tantos personajes, que aquel hombre fuera el gigante creador de tantos titanes cósmicos con pies de barro. Un hombre que, a pesar de haber perdido gran parte de la vista y del oido, seguía hablando de tebeos, discutiendo con los autores sobre problemas editoriales, le pedía a la gente que le contara las películas de Marvel que el ya no podía ver…
Todavía no puedo creerme que hayamos perdido a Stan Lee, que nos hayamos quedado sin sus cameos, sin sus comentarios, sin sus minivideos en twitter que ya conseguían sacarte una sonrisa antes de empezar a verlos. Pero a partir de ayer Stan Lee decidió trascender e irse al Universo Marvel para ser un personaje más, a pesar de que no hace tanto fuera el hombre que cambió nuestras vidas en mayor o menor medida y al que le debemos algunos de los mejores ratos que hemos pasado con nuestros tebeos. Vayas donde vayas Stan, espero que consigas encontrarte con Jack y hacer aquel último cómic que nunca pudisteis hacer. No se nos ha ido «uno» de los grandes, se nos ha ido el más grande que quedaba entre nosotros y poco o nada puedo deciros, así que como diría el bueno de Stan… ‘nuff said!