Corría el año 1985 y John Byrne era la mayor estrella del cómic de superhéroes. Sí, teníamos a gente como Frank Miller, Chris Claremont o el todopoderoso Alan Moore, pero Byrne era el autor completo que estaba en todas partes, el que levantaba series de la nada y el que hacía que series que no vendían como X-Men o Fantastic Four se tornaran en superventas. No tardaría en largarse a DC y dejar en evidencia la decadencia de la era Shooter, pero a ojos de los lectores todavía parecía imposible que Byrne hiciera algo así. Y entonces saca este cómic:
La etapa de Byrne en Los 4 Fantásticos probablemente sea la más recordada del autor y la que lo consagró como guionista, pero sus historias se centraban en lo cósmico, lo épico y hasta lo humorístico, pero su punto débil solía ser el drama. Y no es que no lo hubiera intentado con episodios como el enfrentamiento de Susan con el Psycoman, pero temáticamente Byrne funcionaba mejor utilizando otras herramientas para plantear sus preguntas; una historia costumbrista nos permitía cuestionar si merecía la pena ser libres si la esclavitud nos daba mayor felicidad, y una historia cósmica a todos los niveles nos respondía a la pregunta de por qué luchaban los superhéroes más allá de conceptos como ley o justicia. Con esto lo que quiero aclarar es que la carga dramática de la serie era enorme, y no necesitaba recurrir al melodrama para trasladársela al lector, no necesitaba ser «sensiblero». Y sin embargo, John Byrne vió «El chico que coleccionaba cómics de Spiderman» de su amigo Roger Stern -publicado cosa de un año y pico antes- y decidió hacer su versión de esa historia, pùblicándola en el 285 de Fantastic Four, probablemente el canto del cisne de su etapa:
La historia presenta uno de tantos casos de leyendas urbanas de niños que se atan una toalla al cuello y se tiran por la ventana para «ser como Superman», pero aplicándolo a un niño que es fan de la Antorcha Humana. Alguno de vosotros recordaréis esa otra leyenda urbana según la cual la Antorcha Humana fue sustituida en los 4 fantásticos de DePatie–Freleng (esos en los que trabajó el mismísimo Jack Kirby, sí) fue sustituida por un robot llamado Herbie por miedo a que los niños se pegaran fuego, aunque en realidad lo que ocurrió fue que también estaba en desarrollo otro proyecto sobre la Antorcha Humana original -el señor Hammond, sí- y no querían confundir al público con dos personajes con el mismo nombre porque los niños son idiotas o algo. John Byrne toma la idea de la leyenda urbana y enfrenta a ella al propio Johnny Storm -el miembro más joven y frívolo del grupo-, pero lamentablemente y más allá de hacernos un mini que bello es vivir a través del Todopoderoso, el cómic no hace mucho más, porque el pobre Tommy Hanson muere en cuanto ve a la Antorcha Humana y Johnny no llega a experimentar muchas secuelas más allá de lo que ocurre en el propio cómic.
Y ése es el principal problema de este cómic, que está intentando seguir el modelo de lo que vemos en Spiderman sin entender que lo más importante de esa historia está en el giro de que el niño muera, que Peter le revele su identidad y demás, con lo que Spiderman puede quedar marcado por el amor del chaval, mientras que Johnny debería quedar marcado de por vida y aun así Byrne lo plantea casi como un cómic de relleno, como un trauma de tres o cuatro páginas que se acaba con un paseo con el Todopoderoso -para los que no lo sepan, durante un crossover llamado «Secret Wars II» el tipo del mismo nombre se paseó por todas las series de la editorial haciendo cosas todopoderosas y cada autor lo colocó dentro de la serie como buenamente pudo-. Para el siguiente número Johnny ya está otra vez en segundo plano haciendo figuritas de fuego, jugando con sus poderes y con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando hablamos de que la fuerza del cómic de superhéroes radica precisamente en su capacidad de plantear situaciones cuyas consecuencias se van viendo mes a mes -un modelo que, tristemente, hoy en día se ve más en series de televisión que en los propios cómics- es muy triste que una historia basada en sentimientos y tripas como esta no tenga una continuidad, que Byrne la castre y la limite de semejante forma.
Para que os hagáis a la idea, cuando el Enemigo -la némesis de Byrne, Chris Claremont- hace una historia parecida en Nuevos Mutantes, con el Todopoderoso matando al grupo y resucitándolo poco después, el trauma que les deja a los pobres chavales se nota durante meses, con los niños perdiendo las ganas de vivir porque joder, es que no eres nada, en cualquier momento viene un pelanas con rizos y te revienta sin que puedas hacer nada. Byrne no, Byrne no se corta un pelo en cascarnos esta última página para «Héroe»:
Por eso no me gusta Héroe, porque aunque toda la parte «costumbrista» de la vida de Tommy Hanson es tremenda y llega a la patata por lo sensiblera y tal, en cuanto metes a la Antorcha Humana de verdad y al Todopoderoso el cómic se cae del todo, ya no tiene interés. Y por eso es triste que precisamente este cómic sea considerado como «la mejor historia de la Antorcha Humana», porque al final es su presencia en la historia la que lo hunde. Su reacción inicial de no querer andar ardiendo por ahi es comprensible, pero que el Todopoderoso le diga que «la vida de Tommy era un infierno al que sobrevivía gracias a tí» no quita que Johnny no prefiriera buscar una forma más discreta de usar sus poderes, madurar, dar aunque sea un paso simbólico equivalente al que dió su hermana al pasar de ser la Chica Invisible a la Mujer Invisible. Digo yo.
John Byrne no tardaría mucho en dejar la serie, pegándo su primera gran espantada y ni siquiera aguantando hasta el número 300, a pesar de que lo tenía al caer. Por el camino habría dejado algunas de las mejores historias del cuarteto y de la editorial, la que probablemente fuera la obra maestra de su vida y unos cómics de los que crean afición, pero a la vez dejaría el amargo sabor de que todo esto podría haber ido más allá, de que la irregularidad a la que abocó la serie en su tramo final no habría existido de no haberse puesto Byrne a combinarla con la serie regular de La Cosa, Alpha Flight y demás camisas de once varas. Y por cierto, os pido por favor que en los comentarios no habléis de Jean Grey y Factor X, que ya hablaremos otro día y hoy tocaba Tommy Hanson…