Pues… La semana pasada hemos tenido un tebeo de Claremont. Uno nuevo y de mutantes, uno autoconclusivo al estilo de los que hacía John Bolton en los complementos de aquellas reediciones del Classic X-Men, y tengo que decir que me ha venido estupendamente.
Aquellas pequeñas historias que supuestamente servían como una especie de ampliación para dar un poco de contexto a las historias que acababas de leer, Claremont las acabó utilizando para hacer pequeños retratos de sus personajes. Trataba así de contarte qué era lo que movía a Magneto en el momento en el que se enfrentaba por primera vez con la nueva Patrulla X -la de Tormenta, Lobezno y demás, no la de Morrison- un personaje que en aquel momento era un simple megalómano más plano y con menos interés que las aventuras genocidas de un trasto de cocina espacial. Claremont pacta con sus editores y sus dibujantes un plan a largo plazo sobre Magneto: si la archinémesis del grupo tiene que ser tomada en serio, necesita no ser derrotada decisivamente durante años. Sin embargo, el plan de Claremont va mucho más allá, porque durante los sucesivos enfrentamientos del grupo con el villano empieza a humanizarlo cada vez más, empieza a notarse un cambio en su personalidad.
Así, la derrota de Magneto no debía hacerle recibir una simple paliza al uso, debía perder también en el plano ideológico que produjera en él un cambio de personalidad, que cambiara su forma de pensar. A fin de cuentas, tanto Magneto como Xavier eran dos formas de afrontar el mismo problema, con lo que todo cambio de opinión de unos y otros podía acabar acercando sus posturas o separándolas aún más. Claremont perfiló ese cambio psicológico en Classic X-Men a través de esos pequeños retratos, esos perfiles psicológicos camuflados como historias personales del pasado o del presente de aquel momento de los personajes. Veíamos allí al Magneto que era feliz y perdía a su familia por el prejuicio, el Magneto al que la huella de la crueldad de la humanidad no le permitía tener fe en un futuro sin violencia. Y al no tener esas historias ninguna necesidad de mostrarte tortas o de venderte el cómic, acababan siendo en muchas ocasiones auténticas joyas a recuperar y reivindicar. Y así estamos treinta años después, con el nuevo editor mutante Jordan D. White encargándole a Chris Claremont que cuente una historia de Magneto. Y por supuesto, a Claremont eso le sale solo…
La historia, situada veinticuatro horas después de un enfrentamiento entre La Patrulla X y Magneto, nos cuenta como Magneto entra en un área de servicio en mitad del desierto de Texas, vestido de paisano y sin armar jaleo. Se sienta a comer algo y se dedica a pasar el rato, dibujando tranquilamente mientras una cría que trabaja en la empresa familiar se pone a charlar con el. Magneto agradece la conversación y la chica se presenta como Kate, nombre que le trae bastantes recuerdos al mutante porque no deja de ser la chica que casi mata en Uncanny X-Men 150 y que provocó que dejara el terrorismo y esas cosas. Y mientras la conversación continúa y la chica descubre que Magneto es una de las víctimas del holocausto, por la televisión se habla de que en la frontera cerca de allí hay un centro de internamiento de niños mutantes a los que han separado de sus padres. La chavala manifiesta su repulsa a la idea de separar a niños inocentes de sus padres, y cuando algunos de los parroquianos manifiestan estar encantados con el campo de concentración y Magneto está a un pelo de liarla, Kate disuelve la bronca revelando que él es un superviviente del holocausto; es como si Claremont estuviera diciéndonos que por muy intolerante que parezca o sea el personal, la mayor parte de la gente todavía tiene un asomo de decencia en su interior.
Tras revelarle a Kate que es mutante y pedirle que nunca pierda sus ideales de tolerancia, Magneto se va a liberar a los niños mutantes, consiguiendo saltarse la mayor parte de unos sistemas de seguridad que asumen que cualquier ataque vendrá de alguien en un vehículo y no a pie; es en ese momento en el que yo me pregunto quién cuernos ha diseñado esa base para pensar que una prisión de mutantes no va a ser atacada por mutantes que vuelan, corren más rápido que el sonido o que simplemente pueden cruzar el desierto a pie sin necesidad de usar un vehículo para reventar sus paredes a puñetazos. El caso es que no tardan en echarle encima una armadura centinela -ojo, he dicho una armadura con alguien dentro, no un centinela- y Magneto se da de tortas con el hasta que arranca a la piloto de dentro que, como no, le vuelve a recordar a Kitty y a la otra Kate que acaba de conocer, con lo que decide no matar a absolutamente a nadie y solo dejarlos semidesnudos en mitad del desierto y llevarse volando la prisión entera y a los niños.
Sin embargo, y aunque Magneto acaba reafirmando su amistad con Kate y su esperanza en un mundo mejor, los soldados y la piloto del centinela reafirman su intención de matarlo según tengan oportunidad, y el cómic acaba dejando claro que el ciclo va a continuar a pesar de todo, ya sea Magneto el agresor un bando u otro. Y hasta aquí el regreso de Claremont a los mutantes tras ni sé cuantos años de estar cobrando para que no escribiera…
Dejando de lado el hecho de que no es lo mismo un Claremont mes a mes con un rodaje y las ideas claras que uno al que le piden «ven aquí y habla como Magneto» y el hace hablar a Magneto como es realmente Magneto, la verdad es que tenemos a un Magneto adaptado a la realidad actual y dando un discurso adaptado a este momento concreto. Tenemos campos de concentración en la frontera con México, tenemos paletos echando pestes de los «liberales», tenemos racismo y tenemos una xenofobia rampante hasta mayor que en los 80 con Reagan, y al final X-Men es una serie que iba exactamente de eso, del «nosotros», el «vosotros» y el «ellos» tratando de entenderse. Magneto es el villano que se cae del caballo y ve la luz, y aunque a posteriori llegara Jim Lee y jodiera por completo la progresión del personaje, el Magneto que nos muestra aquí Claremont todavía es el suyo.
En definitiva, que después del espantajo de final de X-Men Blue -los que la han leído saben de que estoy hablando- viene bien quitarse el mal sabor de boca volviendo a leer a un Magneto que habla con su propia voz, esa voz que el propio Claremont se pasó años desarrollando durante el mejor trabajo de su carrera. Ah, y el X-Men Black también lleva una historia de Apocalipsis, pero me vais a perdonar que no hable de ella…