Muchos de los lectores de Brainstomping creen que uno de los tipos a los que más detesto del mundo mundial es Jim Lee, y eso no es del todo cierto. Normalmente me molestan más esos fans a ultranza que glorifican todo lo que hace desde el más triste de los desconocimientos, porque después de todo Jim Lee es consciente de sus propias limitaciones como autor y con los años ha intentado taparlas -que no tanto como eliminarlas- como mejor ha podido. Pero en 1996 yo mismo podía haber sido el mayor fan de Jim Lee…
Y es que mi trauma con DeFalco -primero destrozando el trabajo de Simonson en Thor, luego haciendo lo mismo en los 4 Fantásticos- es mayor del que nunca tuve con Jim Lee, y en aquel momento estaba en su máxima expresión. Acogí la noticia de Heroes Reborn rebosante de felicidad, ¡por fin nos habíamos librado de la bruja mala! Y aunque no me hacía ni la más mínima gracia que se cancelara el volumen 1 de los 4 Fantásticos o que los pobres Vengadores tuvieran que padecer a Rob Liefeld -recordemos que hasta «el Capitán América tiene tetas» pocos habían denunciado publicamente a Liefeld como el esperpento artístico que es- hay que reconocer que el que el equipo artístico original de WildCATs se hiciera cargo de los 4 Fantásticos era toda una liberación que había que apoyar, porque seguíamos con la amenaza permanente de que Heroes Reborn terminara y Tom DeFalco volviera. Y eso jamás, así que uno de los primeros cómics americanos que encargué en la librería fue el número 1 de Fantastic Four, cosa que en aquel momento hacía tilín porque quieras que no uno no tiene siempre la oportunidad de hacerse con el primer número de una serie tan importante de… Ya, vale, éramos mucho más inocentes y con el tiempo acabaría teniendo unos cuantos números uno. Pero en aquel momento era la primera vez que renumeraban la serie, copón.
Como decíamos ayer, Jim Lee entregó a Marvel exactamente lo que habían pedido, una vuelta a los orígenes con todas las de la ley. El primer número nos viene a contar lo mismo que el original de Lee y Kirby pero completamente alargado y complicándolo a lo tonto; ahora la millonaria es Susan -y Johnny, que tiene casinos y furcias- mientras que Reed se dedica sólo al aspecto científico y Ben es un veterano de la Guerra del Golfo -la original, la de la invasión de Kuwait en el 91- que sigue trabajando como piloto de pruebas. Todos ellos se reunen para lanzar un cohete al espacio -el Excelsior- y probar un nuevo motor cuántico diseñado por Reed, pero en el último momento aparece el agente Wyatt Wingfoot de SHIELD y les confisca el cacharro afirmando que hay una anomalía rara en el espacio muy peligrosa y que van a mandar agentes preparadísimos a investigarla, encerrando al cuarteto en una celda para que se queden mirando. Naturalmente a Reed y compañía no les hacen ni pizca de gracia ni los modos ni las formas del tipo, y cuando ven que los «agentes» empiezan a cargar una bomba atómica en la nave deciden escaparse.
Y aquí es donde el cómic se complica hasta el absurdo; mientras los «agentes de SHIELD» -que en realidad trabajan para el Doctor Muerte, en la que supone la primera vez que se vincula el origen del cuarteto al latveriano- lanzan el Excelsior con las bombas nucleares, los 4F deciden usar un prototipo que tenían colgado por ahi con combustible suficiente para subir y salen al espacio, resaltando machaconamente durante varias páginas que lo que están haciendo es peligrosísimo y preguntándose unos a otros si están seguros de que quieren hacer lo que van a hacer. Que tampoco es que a los lectores nos cuenten gran cosa sobre lo que piensan hacer, porque por lo visto quieren investigar la anomalía antes de que los latverianos la revienten, pero teniendo en cuenta que el Excelsior es más rápido y lleva bombas atómicas dentro, como que poco tiempo iban a tener antes de ser engullidos por una explosión. Y eso es exactamente lo que hacen, llegar y ser bañados por una mezcla de radiación atómica y radiación de rayos cósmicos de la dichosa anomalía. Estupendo.
Y el resto del primer número avanza más o menos igual, el cuarteto se estrella en una isla, descubre que tiene poderes fantásticos y para el final del número se encuentran rodeados de monstruos y un señor regordete con muchos dientes que se hace llamar El Hombre Topo. Es triste que mientras Lee y Kirby trataran en sus primitivos orígenes de hacer humanos a sus personajes, el centro de los esfuerzos de Lee y Brandon Choi recae en hacer «verosimil» y lo más espectacular posibles ciertas convenciones de la ciencia ficción. Que está claro que la idea de Lee/Marvel era hacer un blockbuster, algo «peliculable» y recontar el origen del grupo para las nuevas generaciones del momento, haciendo atractiva una serie que sólo leía «gente mayor» y nostálgicos de John Byrne, con lo que podría decirse que cumplieron de sobra con su cometido. Si añadimos a todo esto el hecho de que tampoco es que se separe mucho del original de Lee/Kirby, tenemos uno de los mejores trabajos del duo Lee/Choi, y probablemente el mejor de su carrera. Eso sí, es triste ver como estos cómics han envejecido en los últimos veinte años más que etapas anteriores como la de Byrne o Simonson, pero supongo que el sentimiento de liberación que produjo el fin de la etapa DeFalco compensaba cualquier disparate.