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Y las secuelas se nos fueron de las manos: Hacia los universos compartidos

A todos nos ha pasado, terminamos de leer o ver una historia y nos queda la sensación de que queremos más, de que necesitamos ver que pasó después todavía, aunque los protagonistas murieran de forma heroica y todo estuviera atado y bien atado. Y ya sea por necesidad de llenarse los bolsillos o porque al autor todavía le quedaron historias en el cajón de las ideas, muchas veces tenemos una secuela, precuela o incluso una intercuela. Muchas veces nos da igual que sea absurda la idea, que esté realizada por distintos autores o que nos cambien la ambientación por completo, tenemos otra historia de Sherlock Holmes, de Los Tres Mosqueteros, de Corto Maltés o de Christian Grey y vamos a intentar recuperar las sensaciones de la primera vez que tomamos contacto con el personaje. Pero, ¿realmente eso es lo que buscamos?

Los evangelios apócrifos durante la edad media se usaban casi como las secuelas de la biblia, con Jesucristo ahi a tope bajando a los infiernos para joderle a Satanás.

No nos engañemos, la mayor parte de los lectores de Brainstomping somos secueleros y leemos «secuelizaciones crónicas» como los cómics de superhéroes, las series de televisión y en general material serializado. Algunos hasta leen series de novelas o hasta novelas spin off basadas en películas, con lo que más de uno tiene ese placer culpable de leer novelas de Star Trek o Star Wars a pesar de saber que en su mayoría son más bien un mojonazo. Que cuando alguien ataque nuestras compras nos defenderemos hablando de aquella novela pasable que estaba bien, pero que de ningún modo justifica toda la morralla que hemos ido comprando a lo largo de los años. Nos gustan las secuelas, y todo esto a pesar de que tenemos dichos como «segundas partes nunca fueron buenas» que nos dejan claro que la mayor parte de las veces las secuelas no funcionan. Y es que la primera secuela de una película no funcionó en absoluto…
Era como Amanecer Rojo pero con alemanes. Sí, se fliparon un poco.

Porque la primera secuela fue The Fall of a Nation (1916), que venía a continuar directamente El Nacimiento de una Nación de David W Griffith, uno de los directores pioneros de Hollywood y auténtico motor de la industria cinematográfica estadounidense en una época en la que en Europa era la primera potencia en absolutamente todo, como debe ser. Si Griffith en su película reinventaba el lenguaje cinematográfico haciéndolo abandonar las convenciones del teatro y mareando al espectador con primeros planos de los personajes y movimientos de cámara que hoy en día ni siquiera notaríamos, The Fall of a Nation estaría dirigida por el escritor de la novela en la que se basaba la película original pero sin el talento de Griffith (supongo yo, porque la película se ha perdido y fue un absoluto fracaso). Pero lo interesante de esta secuela no estaba en lo racista y reaccionario de sus autores, si no en como se les pudo ocurrir hacer una secuela de una película que contaba la historia de EEUU desde su guerra civil hasta la actualidad de aquel momento. Estamos hablando de algo tan disparatado como escribir en una novela la historia de la Unión Europea hasta la actualidad para luego publicar una secuela que sea pura ficción especulativa, porque The Fall of a Nation venía a contarnos que los alemanes invadían EEUU y como el facherío yanqui se armaba para expulsar al malvado invasor. Una secuela innecesaria del estilo de Doomsday Clock, que no entendía al original y que lo único que buscaba era sacar pasta. Afortunadamente y después de todo el revuelo que hubo con la película original, The Fall of a Nation se la pegó en taquilla y la apología del racismo pasó a un segundo plano en Hollywood, a pesar de que se siguieron matando indios indiscriminadamente.
Son of Kong pincharía por tener muy pocas novedades respecto al original y ser un pelín inferior.

No sería hasta la llegada de 1933 y The Son of Kong cuando por fin tendríamos la primera secuela puramente cinematográfica, sin estar basada en la continuación de un libro ni nada parecido. Que ojo, el primer sorprendido soy yo, porque todos hemos crecido viendo secuelas en el cine y sorprende el pensar que durante un tercio de la historia del cine no había secuelas. Había seriales en radio y en cine -igual que los folletines que se publicaban en las revistas literarias del siglo XIX- pero las películas, lo que vendríamos a llamar el «plato principal», siempre tenían un planteamiento nudo y desenlace claro que terminaba al final de la película y no había secuelas que valgan. Por eso Son of Kong es una secuela complicada en la que se recupera personajes de la original pero no a King Kong, porque eso de -oh dios mio spoiler de una película de hace ochenta años- resucitar al monstruo que había muerto al final de la película anterior sonaba demasiado disparatado para unos años en los que todavía no habíamos visto a un hombre volar en mallas. La película no tuvo mucho éxito y recibió unas críticas atroces, a pesar de que vista hoy en día nos da la sensación de que es bastante mejor que mucha de la morralla con la que nos bombardean hoy en día en los cines.
El equipo creativo de King Kong haría otra película de monos gigantes con Mighty Joe Young, que si no hubiera fracasado habría tenido una secuela con Tarzán, creando lo que hoy en día llamarían «RKO Cinematic Universe».

Sin embargo no tardaríamos en ver una secuela que por fin funcionara, Tarzán and his Mate (1934) secuela de Tarzan the Ape Man (1932), películas ambas basadas en las novelas de ER Burroghs y protagonizadas por Johnny Weissmuller, el Tarzán más famoso de la historia del cine. Estamos hablando de películas que, adaptando una serie de novelas pulp, introducen al cine ese concepto de «serie de películas» y repetición de personajes que contribuirían a la normalización de las secuelas dentro de ese espacio. Por la misma época también tenemos a la Universal con Dracula (1931) basada en la novela de Bram Stoker y su secuela que ya no adapta ningún libro, Dracula’s Daughter (1936). Estas películas de la Universal son importantes porque suponen en si mismas el arranque del primer universo compartido de la historia del cine con el estreno de Frankenstein Meets the Wolfman (1943) y House of Frankenstein (1945), creando un espacio compartido que, aunque ya lo habíamos visto en los cómics de superhéroes de la época en mayor o menor medida, su éxito comercial sólo se vio truncado por el declive del género de terror tras la Segunda Guerra Mundial.
Vale, sí, sin Bela Lugosi no era lo mismo.

Tardaríamos unos cuarenta años en ver otro universo compartido con Star Trek: The Next Generation (1987) serie de televisión que compartía universo con la serie cinematográfica del mismo nombre que a su vez también había empezado como serie de televisión. Para los 80 la situación ya es completamente distinta y hasta hemos tenido alguna precuela cinematográfica oscarizada (The Godfather II, 1974) con lo que el combinar televisión y cine no era algo ya tan descabellado, a pesar de que personajes de la serie original se mezclaron con la nueva en diversos momentos y hasta llegaron a convivir las aventuras de Kirk y Picard con otra serie más, Deep Space Nine en 1993. Fuera ya de complejos y en plena era de los blockbusters que el mismo había iniciado veinte años antes, George Lucas tira la casa por la ventana y anuncia una trilogía de precuelas de La Guerra de las Galaxias que se estrenaría en 1999, mientras se multiplican los rumores de una posible película que cruzara a Batman con Superman y hasta una hipotética película de La Liga de la Justicia. El género de superhéroes, que tanto depende del concepto de universo compartido y que hasta ese momento siempre se había adaptado a la pantalla grande como si cada personaje fuera una isla, de repente tiene un reverdecer con las adaptaciones de X-Men (2000) o Spider-Man (2002), películas que empiezan a introducir como guiños al lector original pequeñas menciones de otros personajes de los cómics pertenecientes a otras series.
«-¿Cómo llamamos a este tipo? -¿Doctor Octopus? -Nah -¿Doctor Extraño? -Ése es bueno… Pero está cogido.» Y con qué poco nos conformábamos…

Y con esto llegaríamos al 2008 con Iron Man y el Universo Cinematográfico Marvel, con lo que podríamos considerar como el primer intento premeditado de crear un universo cinematográfico. Es cierto que anteriormente en series de televisión como Hércules y Xena, o de animación como Batman, Superman y Justice League ya habíamos tenido universos compartidos en TV, pero si tenemos en cuenta que en esto del cine cada película es una apuesta de cientos de millones de dólares, el proponerse el crear una historia compartida a lo largo de varias películas es jugar con fuego en pleno Muspelheim. La apuesta de Marvel tendría éxito y a estas alturas parece milagroso que ni una sola de las películas que han hecho hasta ahora haya fracasado en taquilla, a pesar de que otras grandes productoras de cine han intentado algo parecido y han fracasado en el empeño. Porque tanto Warner como la creadora original del universo cinematográfico, la Universal, lo han intentado una y otra vez con resultados discretos, y aunque sabemos que DC tiene todo y más como para triunfar en las mismas batallas que Marvel, hay que reconocer que el Dark Universe de Universal -que trataba de hacer una versión moderna de las películas de monstruos de Lugosi y compañía y hasta en su segundo intento con The Mummy (2017) llegó a poner una intro de Dark Universe al más puro estilo Marvel- fue el intento más valiente de todos, porque no dejamos de hablar de personajes que en solitario llevan un historial irregular con películas como Dracula Untold (2014) o The Wolfman (2010).
Yo lo que quiero es un universo compartido de todos los peplums locos de los 60 y 70.

Han pasado miles de años desde que a Homero le pegó por hacer un spinoff de la Iliada contando las aventuras de un personaje secundario después del final de la historia original, pero nos guste o no las secuelas y las metahistorias que trascienden la historia original venden, nos gustan y en ocasiones hasta superan el original. Retomar a personajes que ya conocíamos como si fueran viejos amigos en principio siempre es grato, pero la realidad nos ha hecho ver que el capitalismo lo envuelve todo y en muchas ocasiones no había más cera que la que arde y no merecía la pena recuperarlos desde la historia original. Pero somos como somos, y siempre habrá alguien que escriba un fanfiction contando que pasó antes o después de la historia original, siempre habrá alguien con ambición de explotar la vaca y siempre habrá una secuela de Lo que el viento se llevó. Pero también hay que decir que el universo compartido tiene, a pesar de todas sus dificultades, una capacidad tremenda para llevar a cabo historias faraónicas que no tendrían lugar en una sola novela. Se crea en el lector una fascinación tremenda por saber qué estaba haciendo exactamente tal personaje mientras Kirk se estaba enfrentando a Kahn, y siempre nos preguntamos cómo sería un encuentro entre personajes de universos -y franquicias- distintas. Cómo reaccionarían, quién saldría como ganador en un enfrentamiento entre ambos, si Hulk le puede a la Cosa o Superman a Thor. Puede que nos quejemos, pero a la hora de la verdad abominaciones como Doomsday Clock tienen su raíz en un género basado en mezclar personajes, y la misma ambición fenicia que movió a DC a hacer lo innombrable es la que hizo posible que se uniera por primera vez la Sociedad de la Justicia de América o que llegue un día como ningún otro en el que los héroes más poderosos de la Tierra unan sus fuerzas…

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