Hoy es un día tristisimo para los amantes de la ciencia-ficción, la fantasía y de la literatura en general, ya que nos ha dejado alguien sin quien nada de esto hubiera sido lo mismo, Ursula K. Le Guin. Una muerte que incluso a sus 88 años se nos antoja demasiado temprana, ya que se trataba de una persona tremendamente activa que nunca había dejado de escribir, de experimentar y de querer cambiar el mundo. Detrás nos deja un legado de casi siete décadas con algunas de las mejores obras que ha dado la literatura, y hablo de literatura en general porque a alguien que toco con tanta maestría la ciencia ficción, la fantasía, la poesía, los ensayos, etc y que estuvo tan adelantada a su época en tantos aspectos, se encontraba mas allá de las etiquetas que queramos ponerle.
Pero aunque este sea un momento triste dudo que ella quisiese que la recordásemos así, lo mejor es recordarla con alegría por todo lo que vivió y todo lo que contribuyo al mundo con su obra, una obra que ahora mas que nunca debemos leer y releer y si podemos, aprender de ella. Y aunque en los próximos días ya le dedicaremos un homenaje un poco mas en condiciones, no quiero dejar esto aquí sin recordar un fragmento de uno de mis libros suyos favoritos, del que podríamos aprender muchas lecciones.
“Conozco gente, conozco ciudades, granjas, montañas y ríos y piedras, conozco cómo se pone el sol en otoño del lado de un cierto campo arado en las colinas; pero ¿qué sentido tiene encerrar todo en una frontera, darle un nombre y dejar de amarlo donde el nombre cambia? ¿Qué es el amor al propio país? ¿El odio a lo que no es el propio país? Nada bueno.”
– La mano izquierda de la oscuridad (The Left Hand of Darkness) 1969