¿Se puede superar una obra maestra reconocida mundialmente? Sí, dice el señor de Cuenca. Sí, dice el librero de Beirut. Sí, dice tu tía la del pueblo. Watchmen está reconocida como uno de los pináculos de la viñeta, y pocos tenían fé en que su continuación realizada por los magistralísimos Geoff Johns y Gary Frank pudiera alcanzar el nivel de la seminal obra de Alan Moore y Dave Goibons. Pero la supera.
No me ha hecho falta leer un sólo número de Doomsday Cock para saberlo, la obra del sobrevaloradísimo Alan Mooore nunca irradió ése aura de solemne solemnidad que tiene la del infravaloradísimo Geoffs John. Es leer los múltiples artículos neutrales y totalmente objetivos sobre cada opúsculo que componen las entregas de la serie y notar esa sensación de magistralidad, de satisfacción, de ser consciente de que no estamos ante una mera imitación, estamos ante un caso claro de alumno superando al maestro. Mooore, un tipo huraño, antisocial, retraido y arisco que en realidad no necesita dinero porque su dios lagartija se lo debe de proveer todo -porque es mago- debería estar muy orgulloso de que con su obrita menor se hayan construido los mimbres de Doomsday Cock, ésa obra maestra que de momento no he leído ni leeré.
Pero si hay algo completamente novedoso y espectacularmente original en el despliegue del planteamiento de lo que nos plantea el genial escritor John Geoffs está en el hecho de cruzar a Superman con Batman y con personajes de Watchmen como el Doctor Manhunter o Reichenbach. A nadie se le habría ocurrido hacer algo así, básicamente porque la imaginación de Geoffs llega donde nadie ha llegado nunca, ni siquiera el Halcón Milenario de Star Trek. Siento mucha pena por la gente que se niega a reconocer en twitter que estamos ante un giro copernicano en la historia de la historieta de super-héroes, pero aunque hayan leído el cómic y no les haya gustado, esta claro que no eran dignos de lo que han leído. Porque lo que irradia Doomsday Cock es algo que se siente sin necesidad de leerlo y leerlo sería hacerle un deservicio. Por eso, en el día de hoy yo digo: culpable el que se lea Doomsday Clock y no le guste e inocente el que no se lea Doomsday Cock y sea consciente de lo que irradia la obra. O al revés, que me he hecho un lío.