Mientras se activan todas las alarmas del edificio, M’Rabo repta por los conductos de aire acondicionado, pensando en cómo va a matar a Diógenes, que tiene todo el edificio lleno de rehenes. Ya no es el alegre M’Rabo Mhulargo, ahora es el M’Rabo que canaliza toda la ira de generaciones de guerreros wakandianos y no necesita esos nauseabundos ropajes de esclavo del hombre blanco, por lo que repta desnudo allá por donde va, dejándolo todo perdido de betún:
-Necesito un arma -dice, y si son dos mucho mejor.
Los terroristas se llaman cosas como Albert o Karl, está claro que son latverianos al servicio de Diógenes. Quién se lo iba a decir, el mismo Diógenes que se tiraba el moco diciendo que se zumbaba actrices de Hollywood y se pegaba la gran vida, resulta que sí que conocía latverianos del mal. M’Rabo los observa todo lo que puede entre tanto betún, y ellos hacen cosas como pegarle patadas a las cosas, abrir y cerrar puertas, cortar cables y gritar a un señor chino al que luego vuelan la tapa de los sesos. Por un momento, M’Rabo piensa llamar a la policía, pero luego entra en sinrazón y se da cuenta de que esto es algo que tiene que arreglar solo, porque esto le da una oportunidad excelente para dar rienda suelta a una de sus pasiones: Matar. M’Rabo necesita descargar su legítima ira sobre todos los que le han agraviado, y esos señores latverianos van a morir todos ellos juntos. Y luego, Diógenes.
Mientras trata de afilar el palo de una fregona, M’Rabo se pregunta dónde estará su archinémesis. Seguramente esté en el piso más alto del rascacielos con un mando a distancia que activará las bombas, fijo. Y seguro que tiene de rehén a su mujer, bueno, a la que va a ser su mujer y todavía no lo sabe porque no la ha rescatado. M’Rabo sonríe pensando en su mujer imaginaria, pero entonces el cúter con el que está afilando la fregona se le escurre y le corta un dedo. Es una mierda esto de que los palos de la fregona ya no sean de madera y ahora sean de chapa, pero es lo que hay. Además, una vez su lanza ya ha probado la sangre no podrá enfundada hasta acabar con todos los muertebots de Diógenes.
Son espabilados, estos latverianos. Han cerrado a cal y canto el edificio, para que no pueda venir la policía, y cuando un policía se interesó por la extraña forma en la que se habían cerrado todas las entradas del centro comercial, M’Rabo le tiró encima el contenido de un tubo de negro azabache especial para reparación de calzado de goretex y el policía se largó al grito de “me cago en la leche puta, ¿pero qué es esto?”. Nadie tiene que meterse entre la furia wakandiana y su venganza sobre Diógenes, ni siquiera un hermano afroameuropeo al servicio de la ley y el orden.
Antes de matar a Diógenes, hay que desactivar las bombas, porque si lo mata seguro que suelta el interruptor y vuela el edificio entero. Además, ha subido a la parte de arriba del edificio y no está Diógenes, así que de alguna forma habrá que encontrarlo. M’Rabo decide que lo mejor es hacerse un camuflaje con espumillón y esconderse entre la decoración navideña, pudiendo escurrirse cual ninja para atrapar a un latveriano e interrogarlo. Se cuelga unas cuantas bolas y se pone una estrella en la cabeza, su negritud le vuelve completamente invisible y le permite pasar desapercibido si se está quieto. Nota que viene un latveriano con un hacha y se coloca estratégicamente en un punto ciego de su enemigo, la trampa está lista para…
-¿Pero tú que haces con estas pintas?
M’Rabo no mueve un músculo, debe de ser una trampa. No puede estar viéndolo, pero el latveriano se acerca más y más y lo encañona con su metralleta:
-Vamos, tira con los otros, que no tenemos todo el día.
M’Rabo no se mueve, se pregunta si podrá hacerse el muerto estando de pie. Una fría gota de sudor recorre su frente y destiñe parcialmente su negritud.
-¿No me has oido? -lo agarra del brazo- ¡Muévete!
Silencio, el latveriano parece hacer un amago de levantar su hacha:
-¿Me estás obligando a irme de aquí?
-Pues sí, claro.
-¿Tu te das cuenta de lo racista que suena eso, un hombre blanco y rubio de larga melena obligando a un pobre negrito a seguir sus órdenes?
-¿Pero qué negrito ni que ocho cuartos? ¿Tu eres gilipollas?
-¡Ah! ¿Y ahora me llamas gilipollas?
-¡Sí, gilipollas! Mueve el culo, ¡que no tenemos todo el día!
-No te había entendido bien, el betún a veces me tapona los oídos.
-Venga imbécil, arriba las manos y mueve el…
-¿Y ahora imbécil?¡Le vas a llamar imbécil a tu padre!
M’Rabo salta sobre el Hans, Otto o como se llame, y lo muerde en las narices. El latveriano está más asqueado que sorprendido por la montaña de betún y espumillón que le salta encima, por lo que de repente se encuentra sin media nariz y con un perturbado tratando de clavarle el palo de una fregona que en absoluto está afilada. El hombre no deja de tener un hacha e intenta defenderse, pero en mitad del barullo y sin saber M’Rabo muy bien cómo, acaba con el filo clavado en la cabeza. El titán wakandiano, otra vez con más suerte que cerebro, escupe la nariz del finado y empieza a aullar como un demente:
-¡Yo también he probado la sangre! ¡Ya nada podrá pararme! ¡Diógenes, voy a por tí!
Pero lamentablemente se ha olvidado de interrogar a Hans (u Otto, o como se llame) antes de que se muriera, así que sigue sin saber dónde están las bombas.
Cuando un rato después los latverianos se encuentran a su compañero atado a una silla con un cartel que dice “Aora tengo un rrifle de asalto Heckler & Koch HK416 kon piston de rekarga por gas y mira terescopica de asta cuatro posiziones con canion de azero cromado forjado en frio con estriado esagonal, Ho-Ho-HO” y un poco más abajo “Vueno bale no, solo tengo un acha. A ber si trayeis pistolas.”, decir que se cabrean sería un eufemismo demasiado grande. Varios de ellos salen a buscar al Llanero Solitario -o más bien, el Tonto- que ha matado a su hermano, y no les cuesta mucho encontrarlo porque el muy desgraciado está en la azotea “provando el juguete” y asustando a las palomas. Y aunque sus excesivas partidas al Overwatch podrían haberle producido algo parecido a una lejana familiarización con el concepto de defender una posición, los terroristas -que por cierto, tienen todos ese pelazo casi comparable al de Diógenes- acaban arrinconándolo en una de las esquinas de la azotea y M’Rabo, preso de su perpetua enajenación, decide tirarse al vacío antes que dejar que lo atrapen.