…el tiempo nos está alcanzando, y supongo que toca hablar de ello. Hace poco recibíamos la noticia de la muerte de Len Wein a los 69 años, falleciendo así el mismo año que el otro padre de la Cosa del Pantano, Bernie Wrightson, que se nos iba a los 68 hace seis meses. El año pasado nos sorprendíamos porque habían muerto un montón de celebridades, con lo aquel año parecía maldito y parecía que el hechizo se rompería al cambiar de calendario, pero en realidad no nos estábamos dando cuenta de que acababan de reventar nuestra burbuja y era el mismo tiempo el que nos estaba dando de bofetadas.
Porque no nos engañemos, han pasado cincuenta años desde la Edad de Plata y sesenta desde la consolidación de la televisión como un medio de masas. Estrellas de la televisión que triunfaban en los años 60 como los protagonistas de Star Trek ahora cuentan con cincuenta añazos más, y muchos de ellos empezaron la serie a los treinta y ahora cuentan con ochenta y, a pesar de que no paren de twitear para cagarse en los millenials o todo lo contrario, no se están haciendo más jóvenes por ello. Y mientras Hollywood corre aterrorizada por el miedo a otro annus horribilis como lleva haciendo desde que empezaron a palmarle las estrellas del cine mudo en los 70, en el mundo del cómic la cosa es más traumática.
Porque si bien en europa la cosa ha ido más escalonada y estrellas del francobelga como Hergé, Jijé o Franquin o del cómic español como Vázquez, Escobar, Raf y demás dibujantes de Bruguera iban perteneciendo a distintas generaciones que se nos han ido extinguiendo poco a poco, lo cierto es que también tenemos un cambio general grave a la vista que nos va a pegar muy fuerte. Porque el cómic de superhéroes se revitalizó en los 60 para consolidarse en los 70, al igual que el manga explotó en esa década junto a los humanoides del francobelga. Siento ponerme macabro, pero la longevidad de muchos dibujantes de los años 30 y 40 ha sido toda una suerte, pero lo cierto es que muchos de nuestros autores favoritos ya superan los 70 años. Son autores que tenían en 1970 23 años o más, la edad a la que más o menos empezaban muchos a darse a conocer profesionalmente. La esperanza de vida en los países desarrollados es de 80 años, con lo que todo el que haya nacido antes de 1937 ya estaría sobrepasando los límites…
Vale, paro ya. Todo esto viene a cuento porque voy notando como cada vez tenemos que escribir más despedidas, y eso nunca es agradable. Normalmente estas ocasiones sirven para que tratemos de verle lo positivo y así la gente redescubra o descubra a un autor determinado, porque de repente nos ponemos a hablar de obras que teníamos completamente olvidadas o que dábamos por supuesto que todo el mundo conocía y por eso las pasábamos por alto. Es lo mismo que pasa cuando se muere un cantante o un director de cine y de repente se disparan las ventas de su obra, por lo menos acaba sirviendo para que su familia tenga algo más de dinero al que agarrarse -o no, que las editoriales y productoras son muy agarradas-. Lo que quiero decir es que aquí vamos a seguir hablando tanto de los vivos como de los muertos, pero me aterra que un día me encuentre con la necrológica de -por poner el ejemplo de siempre- Tom DeFalco y tener que enfrentarme a la triste realidad de que no odio a DeFalco o a Rob Liefeld, ni siquiera a Scott Lobdell. Nunca los he odiado, porque al final son solo personas que soñaron con hacer lo mismo que otros más grandes que ellos.
Que en el mundo del cómic y del arte en general siempre hubo jetas y canallas como Bob Kane o Mort Weisinger, pero en la mayoría de los casos esos autores de los que echamos pestes estarían encantados de que su obra nos gustara. Que como decía ellos también empezaron siendo lectores, y buscan provocar en los demás las sensaciones que tuvieron en su día, por errado que sea el resultado final. Y eso es lo más cruel que puedes decir de un autor, que su obra es mala -o peor todavía, que no se la ha trabajado- y que aquel giro que pretendía fascinarte al final te ha horrorizado. Es más, gracias a esto del twitter hemos visto como algunos soportan estoicamente todas las malas críticas, pero en cuanto alguno les insulta ellos responden con toda la virulencia de la ira acumulada, porque ellos mismos son los primeros que saben cuales son los defectos de su obra -bueno, Rob Liefeld tal vez no-, y les molesta horrores cuando alguien les cita errores que creen que no son tales. De puertas para fuera mi niño es el más guapo de todos, eso ante todo.
So, some jackass on a forum is saying I don't care about diversity in comics. Says my publishing history shows as much.
— Cullen Bunn (@cullenbunn) May 12, 2017
Mensajes como este son cada vez más habituales gracias a twitter; antes el lector se lo decía sólo a sus amigos en el bar y si el mensaje llegaba a oidos del autor, éste se cagaba en todo en privado o en su columna en la Wizard.
Y entonces se montan guerras entre autores y fans, y fans que defienden a los autores de ataques de otros lectores, y la tormenta de mierda de twitter empieza a girar y girar…
Y con estas mierdas nos pasamos días y días, son el salseo de internet, hasta que se muere alguien. Y entonces, cuando la realidad llama a nuestras puertas de forma tan contundente, nos toca dejar de ser gilipollas y celebrar la vida de alguien que se dedicó a alegrarle la vida a tanta gente, aunque contigo no lo consiguiera. O, si eres autor, tomar conciencia de que todas esas ratas miserables que decían que no les gustaba tu trabajo tal vez tenían derecho a expresar su opinión, que la gente llevaba años haciendo eso sin que tu te enteraras antes de internet, y que la única diferencia que hay ahora es que sus opiniones te saltan en las alertas de Google. Y darte cuenta de que no merece la pena cabrearse, porque tu mismo un día pudiste decir burradas como que Jack Kirby era muy vago o que no te gustaba Joe Kubert. Somos humanos, cometemos errores, y al final del camino la diferencia entre unos y otros está en lo bien que lo hemos pasado por el camino y lo bien que se lo hemos hecho pasar a los demás. Éso, al fin y al cabo, es lo que diferencia a los grandes de los pequeños, a la gente que vive una vida plena de los mezquinos resentidos por no haberse atrevido a ser la persona que querían ser.