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La plancha

¿Hay algo más deprimente que una plancha? Porque no es que una plancha vaya a decirnos que nos quedan dos meses de vida o que tenemos que quitarnos la sal, el azúcar y el jamón serrano, pero lo cierto es que comprar una plancha es una cosa muy deprimente, sabes que pase lo que pase va a ser un objeto que te tenga esclavizado y estirando ropa durante horas, haga frío o calor. Sí, es cierto, odiamos las planchas.

La ponen así como azulita y sofisticada, pero no deja de ser una placa de hierro sobrecalentada. Puaj.

Lo mismo podríamos decir de las lavadoras, pero menos porque al fín y al cabo lavar la ropa a mano sería mucho peor. Hoy en día las lavadoras tienen lucecitas, y algunas de ellas parecen tan sofisticadas que nos hacen pensar que estamos ante el reactor del Halcón Milenario. Eso, y que con la manía de hoy en día de meterle una pantalla LCD a todo, algunas hasta te dejan jugar al Doom.

Esto salta al hiperespacio en 0,0001 milisegundos, pero si te despistas te inunda la casa a poco que se atasca el filtro.

El resto de electrodomésticos más o menos son útiles y maravillosos como el lavavajillas, la cocina o la nevera, el cofre de los tesoros culinarios. Pero la plancha es antipática, la plancha es esclavizadora, la plancha es lo puto peor. Bueno, ahora que lo pienso hay algo mucho peor…

¡La puta tostadora!

Comer pan quemado, que asco. ¡Sólo a un perturbado podría gustarle una tostadora!

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