Fences es una película dirigida y protagonizada por Denzel Washington basada en la obra de teatro ganadora de un premio Pulitzer escrita por August Wilson y adaptada al cine por el mismo autor. En ella Washington interpreta a Troy Maxson, un exconvicto jugador de béisbol que ha tenido que renunciar a su sueño profesional por el racismo que a mediados del siglo pasado prohibía a los negros participar en las ligas profesionales. Años después y ya en la década de los 50, Troy trabaja como basurero y parece vivir una vida placentera en una casa en los suburbios junto a su esposa Rose, interpretada por Viola Davis. Pero no todo es lo que parece…
Porque las «fences», las vallas del título, no solo nos hablan de las vallas que separan la casa de Troy y Rose, si no las barreras mentales que nos colocamos a lo largo de nuestra vida. De como vivimos encerrados en un trabajo, en una relación o en un lugar y en el fondo ansiamos cambiar de aires y buscar una libertad que nunca tuvimos realmente. Troy ha estado encerrado por el apartheid, encerrado literalmente en la cárcel, encerrado en su trabajo y soñando con una mejora profesional que probablemente no vaya a hacerle feliz, mientras que Rose ha sacrificado toda su vida por hacer feliz a Troy. Todos los personajes pasan por la película presentándonos su falso concepto de felicidad para luego empezar a romper su coraza emocional y empezar a revelarnos sus pies de barro, sus imperfecciones y su humanidad. Troy pasa de ser un personaje estándar de Washington, uno de esos héroes anónimos que trabajan duro y que parecen felices en su madurez, para acabar revelándose como un villano en su propia historia, mientras que Rose no hace otra cosa que crecer ante nuestros ojos y permitirle a Viola Davis -muy probablemente- ganar un Oscar.
Sin embargo, Fences tiene todos los problemas que tienen la mayor parte de las adaptaciones de teatro al cine y a la vez tiene todas sus virtudes; toda la historia y desarrollo de personajes se explora a través del diálogo, con lo que los actores pueden lucirse a placer y darnos auténticas lecciones de su oficio, pero a la vez provoca que no estemos ante una película que explote a fondo las posibilidades del medio. Es lógico que sea uno de los propios actores el que dirija la película, porque está claro que al salir del cine todos los espectadores estarán pensando más en las interpretaciones de unos personajes totalmente tridimensionales y creibles que en los despliegues narrativos del director o el editor. Se funciona así con planos más cortos de lo habitual y secuencias largas plagadas de diálogo en las que el libreto permite como decía el lucimiento de los actores, pero por el camino da la impresión de que se ha perdido la oportunidad de hacer cine y no la grabación de una obra de teatro.
Y es que al final Fences me deja una sensación agridulce, porque si bien los actores y el libreto son espléndidos, el exceso de fidelidad al original nos ha privado de lo que podría haber sido una película muchísimo mejor. Pero en fín, si con estas películas vamos consiguiendo que nos lleguen historias que nunca salen de Broadway, creo que podemos darnos con un canto en los dientes…