Durante todos los años de Brainstomping, hemos vivido envueltos por una constante: mi desprecio hacia ROM, El Caballero del Espacio. M’Rabo es un gran fan del personaje y de su «recreador» Bill Mantlo, mientras que yo sigo sin entender como un cómic tan mediocre sigue elevando tantas pasiones… Hasta que recientemente he vuelto a interesarme por el personaje -al fín y al cabo M’Rabo lo ha puesto como lo mejor del año pasado- y, sorprendentemente, lo que he visto me ha gustado…
Porque he empezado a entender a ROM. Porque es una historia sobre el desapego, el miedo a la soledad y el valor para afrontar esos problemas. Ya desde su planteamiento podemos ver personajes que reaccionan de distinta forma al mismo problema, con la desesperación, el cinismo y hasta el suicidio siendo el camino que toman algunos personajes, mientras nuestro protagonista cromado en todo momento mantiene el optimismo y un arrojo para enfrentarse a lo que sea que lo certifican como, ciertamente, el mejor de todos. Porque ante todo estamos hablando de una historia de sacrificio y lealtad, de cumplir tu palabra hasta las últimas consecuencias, al más puro estilo del ideal caballeresco y hasta quijotesco; soñar un sueño imposible y todo eso que decían en El Hombre de la Mancha, pero con la diferencia de que hablamos de que ROM no está soñando un imposible, si no que simplemente es el único que no se somete a la dominación y pretende restaurar el orden original.
Y así se mueve nuestro caballero cromado afrontando un mundo desconocido que le cuesta entender, como un pionero desorientado en tierra ignota. Inmune al desaliento, incansable, inspirando a sus camaradas y mirando siempre al frente, avanzando y avanzando, luchando contra un enemigo desalmado que cosifica al individuo y es capaz de destriparlo con tal de conseguir su objetivo. Es una narrativa sencilla, simple pero a la vez eficaz, que hasta podríamos decir que es tremendamente educativa por los valores que transmite, dejando de lado el hecho de que los niños deben aprender cuanto antes que el cambio es algo necesario y que el síndrome de Diógenes es algo real y demasiado peligroso. Lo que es más, la película muestra en los protagonistas una extraña sumisión a la que parecen apelar en todo momento hacia su «amo», aunque más que como a un amo lo tratan como si fuera su amigo o incluso un padre. Es una historia estúpida que no debería funcionar, pero a ratos hasta lo hace a pesar de lo tontorrona que es.
Y es que, aun con todos sus puntos buenos, estamos hablando de una historia que no deja de tener sus problemas. Porque no nos engañemos, ¿que clase de niño le coge cariño a una aspiradora, un transistor, una lámpara, una radio, una tostadora y una manta eléctrica? Quiero decir, que le coja cariño a su radio pues hasta podría llegar a creermelo, y hasta la manta si es como el Linus de Peanuts. Pero… ¿Una jodida aspiradora? ¿A quién le caen bien esos cacharros del demonio que hacen un ruido horrible y encima el puto filtro hay que limpiarlo cada dos por tres? Son como las lavadoras, trastos que no tienes más remedio que usar, no es como el amor desmedido de un adolescente por su teléfono móvil. Para mí esa es la peor pega de La Tostadora Valiente y está ya en su planteamiento, que habría funcionado mil veces mejor si los trastos protagonistas fueran juguetes, pero claro… ¡Hasbro se ha pasado años vendiendo la tostadora como un juguete, es lógico que crean que un crío pueda sentir apego por un trasto que únicamente sirve para tostar pan! Supongo que el hecho de que Toy Story usara juguetes que parecían juguetes hizo que funcionara mejor que la puta Tostadora Valiente, a pesar de que ambas traten temas muy parecidos. En fín, que pa vosotros la tostadora esa porque yo sigo quedándome con Toy Story.