Mientras el resto del mundo del cómic parece que ya ha pasado página y se mete en la enésima pelea derivada de que gran parte de los EEUU jamás salió del siglo XVIII -y no me refiero a los Amish-, en Brainstomping seguimos recordando al gran Steve Dillon de la mejor forma posible, con su propio trabajo. Y hoy terminamos este repaso a su carrera con Predicador, la obra por la que probablemente será más recordado en un futuro y que seguro volveremos a revisitar más a fondo dentro de no demasiado, porque hoy nos limitaremos a coger un cómic al azar y disfrutar del talento de Steve Dillon. Preacher es para mí como el test de Rorschach hecho cómic, una obra que no deja a nadie indiferente pero que a la vez es toda una prueba de personalidad en forma de tebeo. Y es que si no te gusta Predicador, tienes un problema serio…
El cómic que vamos a repasar es el número 34 de la serie, la primera parte de Duelo al Sol y que supone una pequeña pausa entre la historia de los vampiros de Nueva Orleans y que todo se vaya a la mierda cuando lleguen las traiciones y esas mierdas. Pero perdonadme que no me detenga en absoluto en la historia, porque hoy vamos a centrarnos al cien por cien en Steve Dillon y su maestría para ser jodidamente bueno pese llevar una periodicidad mensual a rajatabla y a que venía coloreado por los primeros balbuceos del color informático en el cómic de los 90, esa horrible época que exigía meter un degradado para absolutamente todo. Raras veces pido un recoloreado de una serie, pero joder, Predicador pide uno a gritos. Pero dejemos de pensar en esos detalles y disfrutemos del trabajo de Steve Dillon…
En las tres primeras páginas vemos a Tulip preguntándose por qué Jesse ha parado el coche en medio de la nada, y a Jesse mirando el horizonte como si buscara algo, pero esperanzado. Esa página inicial empieza el cómic en el momento justo, y aunque el diálogo de Ennis es cojonudo, no lo necesitamos para ver lo que está pasando. Si conocemos la historia anterior de Jesse, sabremos también que es un fanático de los westerns, y que un paisaje así por fuerza lo está emocionando. Supongo que hasta los predicadores que van buscando vengarse de dios tienen un pequeño corazoncito friki…
En estas otras tres páginas vemos a Starr, un villano de esos inexpresivos -excepto cuando le cortan alguna que otra extremidad, que en el fondo es algo humano- viendo la televisión y teniendo una conversación con su ayudante Featherstone. Lo interesante aquí es ver como Dillon es capaz de manejar el diálogo como nadie y hacer interesantes tres páginas de dos personajes que se limitan a hablar, algo rarísimo de ver a mediados de los 90 en el cómic americano. Mientras que cualquier otro dibujante haría sobreactuar a sus personajes, Dillon mantiene a Starr con su insegura pose inexpresiva de tipo que pretende tener el control de una situación que sabe que se le está escapando de las manos, mientras que Featherstone trata de parecer profesional pero es muchísimo más consciente de la situación y la estupidez de su jefe, al que ha empezado a conocer mejor después de los primeros sustos iniciales. Es por ello que ella se permite pequeños gestos mientras que Starr trata de permanecer sentado hasta que se pone en pie y Dillon por fín lo hace parecer realmente amenazador al revelar sus planes; porque Starr será un gilipollas, pero también es un hijo de la gran puta.
Sí, aquí tenemos a gente follando. Y, a diferencia de lo que se estilaba en aquel momento, no es una escena por la que el personal empiece a tocarse porque los personajes estan hipersexualizados, no, Dillon sólo nos permite ver a una pareja que se quiere, a pesar de mostrárnoslos desnudos. La identidad del personaje está por encima de su cuerpo, y el diálogo entre ambos es casual, mostrando la felicidad de ambos. Naturalmente, la siguiente escena es pleno contraste…
Porque Cassiddy es escoria, y en el fondo es el mayor enemigo de la relación entre Tulip y Jesse. Este diálogo es el polo opuesto a la conversación entre Featherstone y Starr, vemos a los dos personajes mostrando todo su rango de emociones. Cass está haciéndose la víctima y tratando de dar pena con tal de lograr su objetivo, mientras Tulip no sabe si siente más asco que pena. Desde la primera viñeta podemos ver el odio que siente ella por él, que da paso a la preocupación, la duda y la desconfianza.
Hay un mundo de distancia entre Tulip y Cass, y es tremendo ver como Dillon maneja el ritmo de la narración al alejarnos la cámara cuando Cass se disculpa con ella, o cuando ella le viene a decir que sabe que clase de persona es. La conversación acaba como quedaba claro que iba a terminar desde un principio, con Cass disculpándose de rodillas (manos abiertas, cejas rogando y la boca entreabierta) y ella largándose sin ni siquiera mirarlo, no dándole la satisfacción de conseguir un perdón que no se ha ganado.
Y en el epílogo del cómic tenemos un caso claro de cómo hacer que un personaje acojone, con la entrada del Santo de los Asesinos en escena. Vemos a un borracho andando por la carretera, feliz y a su bola y de repente se cruza con el Santo. El borracho acaba en posición fetal, mientras del Santo sólo vemos la mitad de su cara iluminada en un contrapicado pavoroso. Dillon sabe como hacer que un villano de auténtico miedo, y creo que habría sido capaz de hacernos temer al mismísimo Hipertormenta.
No me gustaría terminar este repaso sin hablar de la forma en la que Dillon retrata la violencia en Predicador, porque es sorprendente la habilidad con la que la planta totalmente cruda y desnuda al ojo del espectador. En estas viñetas -tomadas de un número posterior- vemos a Cassiddy maltratando a su novia y el golpe es brusco, rápido y con consecuencias horribles. Pasa lo mismo que con el sexo, Dillon le arrebata todos los elementos recreativos y lo deja en su expresión más pura. Porque es la pureza de esta escena la que deja claro lo mierda que es Cassiddy y lo importante que es que seamos conscientes de que la violencia real lo único que aporta es dolor, el gesto brusco e inmediato, la expresión de incomprensión de la víctima, la ira y la sorpresa del maltratador que de repente es consciente de sus propios actos, su huida desesperada de la escena sin preocuparse en lo más mínimo del dolor de su pareja…
Lo dicho, para mi Steve Dillon fue una auténtica tabla de salvación en los 90. Dejando de lado los horrores de aquellos tiempos, los dibujantes de aquellos tiempos como Byrne o Davis sabían narrar y podían tener un dibujo que visualmente era más atractivo, pero Dillon era el que hacía brillar los guiones de Ennis como nadie ha hecho jamás, se entregaba a la historia y los personajes y era plenamente consciente de que las filigranas individualistas sobraban, que lo importante era contar una historia de la mejor forma posible. Para mí hay muy pocos dibujantes que hayan alcanzado la excelencia de Dillon en estos cómics, y la mayor tragedia de todo esto está precisamente en que nunca más podremos volver a Ennis y Dillon trabajando juntos. La próxima birra va por tí, maestro.