De todas las series con superhéroes que pueblan ahora nuestras teles, Arrow es la más veterana. Y lo cierto es que eso se ve claramente en su evolución de temporada a temporada, de como pasó de ser un «drama urbano realista» a tener gente con poderes extraoridinarios y supervillanos místicos que resucitan y te sorben el alma. Pero es que Arrow ha pasado de ser una serie que tenía miedo de llamar a Oliver Queen Green Arrow a convertirse en una especie de Liga de la Justicia para pobres…
Arrow empezó en una televisión que le era completamente hostil. Recordemos que se estrena en un año en el que la gente todavía tiene fresca la hecatombe de The Cape, el superhéroe de baratillo que se inventó la NBC y que aun así le encantaba a M’Rabo (el tipo siempre tuvo hambre de superhéroes). El fracaso de The Cape hacía presagiar que, a pesar del éxito del género en el cine, tal vez no era buena idea hacer historias de tíos en mallas con el presupuesto más limitado del formato televisivo. Arrow aparecía después del fallido intento de Supermax -una película de David Goyer en la que Oliver Queen trataba de escaparse de una prisión de máxima seguridad llena de supervillanos, pero en la que por lo visto jamás iba a ser llamado Green Arrow- y nace de otro proyecto que daba también bastante miedo, un spinoff de Smallville protagonizado por el Green Arrow de la serie y que prorrogaría nuestro sufrimiento al volver a mostrarnos a Chole Sullivan y el Oliver Queen sin sangre de la serie (Justin Hartley).
Greg Berlanti, Marc Guggenheim y Andrew Kreisberg toman el spinoff de Smallville y van modificándolo poco a poco (cambian al Justin Hartley por Stephen Amell y le dan un enfoque más «Dark Knight» a la serie) hasta crear su propia criatura, separándola por completo del canon de la serie protagonizada por Tom Welling. A medida que avanza la serie y mientras la audiencia se polariza entre los que quieren «algo realista» y los que arden en deseos de que la serie sea más fiel al original creado por Mort Weisinger y George Papp, los arquitectos de Arrow empiezan a mostrar sus propios colores y, tras el final de una primera temporada que no dejaba de tener ciertos parecidos extremadamente alarmantes con el Batman de Nolan, la segunda temporada empieza a introducir a gente con poderes. A Flash, a supervillanos, a secundarios como Canario Negro o Red Arrow. Oliver Queen deja de llamarse «The Hood» y pasa a llamarse «The Arrow», con lo que poco a poco la serie se convierte más y más en el cómic original de DC y se atreve a sacar a personajes como Deathstroke o Ra’s Al Ghul.
Arrow ahora mismo no es una serie que pretenda tomarse en serio a si misma. Es cierto que es la serie más sobria y oscura de su universo, pero a ratos parece como si ya no supiera por donde seguir; los personajes ya están acabados, Oliver Queen ya ha completado su transformación en Green Arrow y Laurel Lance ya es Black Canary, ¿hacia dónde vamos a mover la serie, si las fuentes originales ya están más o menos «adaptadas»? ¿Vamos a atrevernos a violar a Canario Negro para adaptar el The Longbow Hunters de Mike Grell y convertir la serie en algo realmente turbio? No creo que merezca la pena. Arrow ya es su propia bestia, y aunque a ratos la relación entre Oliver y Felicity parezca un culebrón que no tenga ningún interés y otras subtramas como las de los flashbacks nos den absolutamente igual, Arrow es una serie que de vez en cuando tiene alguna buena idea y que nos entretiene.
Porque ése es el gran mérito de Arrow, el hacernos recordar que hubo un tiempo en el que la televisión era incapaz de hacer superhéroes y nos regalaba monstruosidades como The Cape o trataba de convencernos de que series como el The Flash de Bilson & DeMeo habían sido un espejismo, que en televisión sólo funcionaban los superhéroes de risa como el Batman de Adam West o la Wonder Woman de Lynda Carter. Arrow consiguió montar un universo de superhéroes en televisión, y aunque a día de hoy sea una serie que nota el desgaste, sus crossovers con las otras series de su universo la mantienen viva, demostrando una vez más que la verdadera fortaleza del género superhéroico está en los universos y no en los «villanos de la semana».