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El final de Secret Wars: Jonathan Hickman has left the building

Se ha acabado la nueva Secret Wars, ese crossover que se programó para durar seis números, luego ocho y al final nueve. Tenía que haber terminado allá por septiembre o así, porque supuestamente mientras durase el crossover todo el universo Marvel iba a estar en standby, pero su guionista Jonathan Hickman iba decidiendo por el camino que la historia necesitaba más espacio y sus editores le iban dejando más cuerda, con lo que el «Nuevo» Universo Marvel debutó hace tres o cuatro meses y el final de Secret Wars cada vez parecía más intrascendente, casi  parecía como esos cuatro huecos que te quedan de un crucigrama demasiado fácil de resolver.

Predecible es decir poco.

Supongo que en 1985 pasaría algo parecido con la primera Secret Wars, en la que hubo un juego premeditado por parte de Jim Shooter en el que todas las series de Marvel avanzaron un año y los personajes cambiaban su status quo -la relación entre algunos personajes cambiaba, otros tenían traje nuevo y cosas así- mientras todos los lectores compraban la serie limitada para tratar de entender que había pasado. Con la Secret Wars de Hickman debía de haber pasado un poco de lo mismo, pero la forma en la que la trama se fue alargando y atropellándose hacia el final con el peculiar sentido de la épica del autor (yo pongo una batalla muy gorda y con eso ya valdrá) ha hecho que, como decía, todo nos de igual. El problema fundamental de Hickman siempre ha sido el que sus personajes siempre están desdibujados y faltos de humanidad, de calor. Y esto se puede disimular cuando estás trabajando con personajes propios, pero no cuando estás jugando con los juguetes de Stan Lee. Peor aún lo tiene cuando hablamos de Reed Richards, uno de los personajes más complicados de manejar para muchos autores; muchos guionistas consideran que el personaje es «un científico» y ya, con lo que pocos autores más allá del propio Stan Lee han sabido sacarle todo su valor. Pero lo del extraño caso de Reed Richards y Mr Hyde mejor lo dejamos para mañana y así lo tratamos más en profundidad, que al final lo que toca hoy es hablar de Secret Wars y sus consecuencias…

Aunque no sé si queda algo que spoilear, porque a estas alturas ya debe haberse enterado todo el mundo de que es Secret Wars y como iba a acabar.

Alguno puede haber pensado que este crossover se ha limitado al deus ex machina de siempre, al final llega Reed Richards y lo arregla todo. De hecho Hickman juega con esa misma idea en el clímax de la historia, cuando Muerte llega al agujero ese donde está el Hombre Molécula y le pregunta qué máquina o qué solución tiene esta vez para derrotarle. Reed no tiene absolutamente nada, sólo está tratando de convencer al Hombre Molécula de que deje de apoyar a Victor. Lo cual si lo piensas es un tanto anticlimático, porque toda la pelea entre los dos se reduce a que llegue un momento en el que a Owen Reece le apetezca darle la razón a uno o a otro. Hay algo que no acaba de funcionar en esto de que Hickman haya dejado toda la grandiosidad de la obra de Stan Lee, Jack Kirby y todos sus sucesores en las manos de un tipo con los problemas mentales del Hombre Molécula, y no digamos ya el esperpento de que toda la recreación del multiverso quede en sus manos y las de la imaginación de Franklin Richards. Todo esto hace del universo marvel un lugar más pequeño, más cartografiado, más reducido, nada que ver con aquel universo de forjado por seres como los Celestiales, Eternidad y Galactus.

Franklin, yo es que ya no sé ni lo que somos.

Ahora Reed y su familia son una especie de semidioses demiurgos, y lo que para el guionista parece que es un buen final para los personajes a mí personalmente me resulta completamente erróneo. Porque uno de los pilares fundamentales no ya de la obra de Lee/Kirby si no ya de todo el género de superhéroes es precisamente la lucha contra un poder superior, el enfrentamiento de los pequeños contra los grandes. Y esto se nota muchísimo más con Kirby, con esos personajes que se enfrentan a entidades que se escapan a su comprensión y aun así consiguen sobrevivir (que no derrotarlas). Lo de Hickman es una victoria absoluta y un total abandono de la idea de que el poder absoluto corrompe absolutamente, otro de los motores fundamentales de las historias del género.

Y si con Reed Richards Hickman no da pie con bola, mejor no hablar de Stephen Strange…

Que por otro lado también aprecio la ironía que se gasta Hickman en todo esto, porque el planetoide ése en el que se quedan los Richards no deja de ser un conglomerado de todos los deus ex machina de la historia de los 4 Fantásticos -Reed solucionándolo todo a última hora, los poderes de Franklin resolviendo todo mágicamente, el propio Hombre Molécula- aunque se habría echado de menos al Vigilante interviniendo para redondear la situación; no solo por tener ya a todos en el mismo saco, si no porque a esta reorganización del universo le falta una entidad cósmica que le de legitimidad y no ponga toda la creación en las manos de Reed y sus niños.

No señor mío, las formas son tan importantes como los fines. Y estás haciendo exáctamente lo mismo que el Doctor Muerte, pero con un niño demasiado infantilizado para su edad como «navegante».

Termina así el trabajo de Jonathan Hickman en Marvel, y termina también su etapa en los 4 Fantásticos. Porque al final todo lo que hizo en Los Vengadores parece un pasatiempo dirigido a crear el enésimo enfrentamiento entre Reed Richards y Victor Von Doom, y lo peor de todo es ver que Hickman sigue siendo incapaz de darse cuenta de que la construcción de la trama depende muchísimo de lo que vayan haciendo los personajes. Se ha centrado en un Doctor Muerte que recrea el universo para sustituir a Reed Richards y se ha olvidado por completo del propio Reed, con lo que la sensación de vacio que notamos los que llevamos siguiendo a estos personajes desde ya ni sabemos cuando es enorme. Nos da igual T’Challa, nos molesta que se pase cinco o seis páginas hablándonos de la recreación de Wakanda mientras se olvida por completo de Namor, no entendemos que hacen los Richards construyendo universos en vez de construirse una casa decente en el planetoide gris ese en el que se han quedado colgados, nos cabrea eso de que rompan la familia y dejen a Ben y Johnny descolgados (al propio Hickman siempre le dieron un poco igual, sólo le interesaban Reed y sus niños) y, sobre todo, nos quedamos con una deprimente sensación de irrealidad, de que la historia que cuente Marvel a partir ahora ya no nos interesa.

Y el «acto» de Reed y Sue sí se ha terminado, ¿no? Seis años escribiendo a Reed Richards y Jonathan Hickman sigue sin entender absolutamente nada…

Y esto último no es culpa de Jonathan Hickman, es culpa de un equipo editorial que, más allá de hacerle la cirugía al Doctor Muerte, ya ni siquiera es consciente de la regla fundamental de todo crossover: dejar una situación más interesante que la que encontró el lector al empezar la historia, intrigarte para que sigas leyendo para saber que pasará después. Secret Wars es un final que no nos deja muchas preguntas ni ganas de seguir leyendo, con lo que termina fracasando hasta como plataforma publicitaria de la editorial. En Marvel ahora mismo se necesitan nuevas ideas, se necesita un cambio de mentalidad, se necesita que eso de «New Marvel Universe» sea una New Marvel, porque todos estos años de darle carta blanca a autores como Bendis o Hickman han provocado que la metahistoria del Universo Marvel se haya convertido en algo completamente intrascendente. En cierto modo hemos vuelto al estado de mediados de los 90 y la Marvelution, con cada «familia» yendo por su lado y con solo cuatro series aisladas de la editorial con un mínimo interés. Pero esto ya sería debate para otro día, que al final esto sólo era una pequeña reseña del final de Secret Wars…

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