Al hablar de cómics muchas veces (demasiadas) nos centramos en los guionistas y pasamos de puntillas por los dibujantes, como si diéramos por supuesto que su trabajo es algo que cumple unos mínimos al servicio del genio creativo del que se ha inventado la historia. Y en realidad ni el guionista se ha inventado todo -esto al fín y al cabo es un trabajo en equipo- ni estamos pasando del todo del trabajo del dibujante, porque su tarea no deja de ser la de contar la historia. No sé ha que se esta debiendo esta injusticia entre los lectores, pero personalmente creo que hemos sufrido los años 90 en toda su crudeza estamos un tanto perjudicados y después de tanta «generación Image» igual estamos predispuestos a darle al guionista más valor del que se le debería dar.
Por eso hoy voy a empezar una especie de serie aperiódica centrada sobre distintos dibujantes, más o menos un «lo que me salga de los cojones» sobre dibujantes que me puedan parecer interesantes para bien o para mal. Quién sabe, puede que un día de estos os hable de por qué detesto a George Pérez (que en realidad no es así, sólo digo que no es ni mucho menos «perfecto») o por qué John Buscema tuvo una influencia tan buena y a la vez tan nociva sobre el cómic americano. Pero hoy vamos a hablar de un dibujante que siempre se quejó de no ser profeta en su tierra, un tipo que llegó al mercado americano (a Marvel, porque apenas se ha movido por otra editorial) a la sombra de Carlos Pacheco pero que sin embargo en EEUU ha triunfado como pocos llegando a ganar premios Eisner y de todo: Salvador Larroca.
Han pasado veinte años desde el desembarco de su generación por aquellos lares, y mientras que hoy en día tenemos a David Aja, Emma Ríos y Marcos Martín partiendo la pana y siendo de lo mejorcito que tiene el medio a nivel internacional, Larroca no deja de ser el primer autor español en ganar un Eisner por su trabajo en Iron Man junto a Matt Fraction. Y lo cierto es que el premio se lo tiene bastante merecido, porque aunque la serie tampoco me pareciera gran cosa, a Larroca se le ve una madurez artística sorprendente para un dibujante que durante años estuvo a la sombra del trabajo de otros y que llegó a acercarse peligrosamente a tirar de la foto referencia al más puro estilo Jackson Guice noventero o el ya-casi-innombrable Greg Land.
Probablemente la razón de que Larroca no calara en un principio entre el público era que su estilo apenas tenía personalidad. Ya en sus inicios pre-EEUU se le veía que a diferencia de Pacheco o Guarnido, Larroca tenía un marcado parecido a Arthur Adams, uno de los dibujantes que lo pegaron más fuerte antes de la llegada de los McFarlane/Lee/Liefeld. Claro está que era un perfecto novato al que le costaba mucho pillar ciertos principios básicos de la perspectiva, la anatomía y la narración, pero para cuando empieza a trabajar en 1993 para Marvel UK en Dark Angel su estilo ha mutado y de repente es uno de tantos clones de Jim Lee. Y con esas pintas llega a EEUU y Ghost Rider:
También hay que decir que por aquella época Larroca trataba de entrar en el negocio como fuera y debía de estar trabajando a ritmos sobrehumanos, porque empieza a compaginar colaboraciones con DC (Flash) e Image (Stomwatch) mientras en Marvel le siguen teniendo como dibujante regular de Ghost Rider y de vez en cuando le van cayendo proyectos sueltos como Gambit & The Externals, con lo que se gana un lugar en el corazoncito de los editores de Marvel al ser considerado un dibujante que siempre cumple los plazos y un buen apagafuegos.
Pero trabajar a ese ritmo no solo acorta la vida, si no que hace que uno mejore una barbaridad. Larroca empezó a separarse rápidamente de la sombra de sus «imitados» y fue madurando poco a poco hacia algo más propio, con lo que para 1996 ya parece un dibujante totalmente distinto. Se sigue entreviendo algo de su estilo «a lo Arthur Adams» original, pero el Jim Lee se va diluyendo y se le va viendo más suelto. Claro está que «más suelto» no quiere decir que se haya soltado del todo, porque durante esta etapa la nueva influencia es Joe Madureira y su trabajo sigue padeciendo del uso y abuso de poses estáticas que se repiten cansinamente, poca expresividad de los personajes y abuso de los recursos noventeros que tan de moda pusieron los petardos esos que fundaron Image. Pero Larroca va cambiando y experimentando, y eso es algo vital para un artista.
Para 1997 llega su gran explosión de popularidad en EEUU con dos proyectos que lo pondrán en el punto de mira de «oráculos del fandom» de la época como Wizard: «Psylocke & Archangel: Crimson Dawn» y el gran crossover de la nueva Marvel post Ronald Perelman, «Heroes Rebon: The Return» con Peter David. La historia no dejaba de ser una excusa para finiquitar toda la tontería de Heroes Reborn y devolver al Universo Marvel normal a Los Vengadores y Los 4 Fantásticos (y evitar el pavoroso momento en el que estuvieron a punto de resetearlo todo bajo la batuta de Rob Liefeld y Jim Lee), pero para Larroca fue la gran oportunidad de demostrar que podía dibujar a los héroes clásicos de la editorial sin ningún problema, con lo que la editorial no tardó en dejarle una de las nuevas series del reboot posterior: Fantastic Four.
Y digo no tardó porque, aunque los tres primeros números de la nueva serie vienen dibujados por Alan Davis, su presencia en la serie es la de un telonero de oro que sirvió para hacer legibles los guiones perpetrados por Lobdell y dar paso así al nuevo equipo creativo de Chris Claremont y Salvador Larroca, los cuales tardarían un poco en aclimatarse a la serie para acabar llevando a cabo su mejor etapa en la serie un par de años después, en el 2000. No se puede decir que Larroca experimente una gran evolución a lo largo de esta serie, pero si se va viendo como sus personajes ganan en expresividad y la mayor parte del trabajo no se observa tanto en lo formal como en las tripas del trabajo de dibujante, en la narración y en la puesta en escena. El trabajar con Claremont hace que Larroca gane mucho como «director de cine», poniéndole en el buen camino a pesar de sufrir con los coloristas de Liquid uno de los coloreados más abusivos que haya visto en mucho tiempo.
Y para finales del 2000 ambos dejan la serie porque Chris Claremont vuelve al lugar que nunca debió de abandonar, X-Men. Larroca lo seguirá y mantendrá un estilo parecido, pero se va notando como el hombre no acaba de estar a gusto. Los entintadores que le tocan en desgracia -Thibert y Townsend- siguen tratando de remarcar el rasgo Joe Madureira y simplifican sus lápices, con lo que cualquier evolución formal queda lastrada. Los cambios en la editorial con el inicio de la era Quesada no ayudaran mucho, pero pronto todo cambiaría con X-treme X-Men, la serie en la que Larroca tuvo por fín la libertad deseada y llevó a cabo un experimento creativo curioso: prescindir del entintado.
Los 25 números de Xtreme X-men que compartieron Claremont y Larroca hacen evolucionar al dibujante de una forma curiosa: al no depender del entintador para «limpiar» la imagen, su estilo empieza a depurarse, a prescindir de las líneas superfluas. Larroca empieza a jugar cada vez más con las sombras y a dominarlas de una forma que, para cuando en 2003 realiza junto a Greg Rucka la miniserie Ultimate Daredevil & Elektra, Larroca gana muchísima frescura con las tintas de Dani Miki. Pero desafortunadamente su buen trabajo en esta serie y en X-treme se ve premiado de mala manera cuando llama la atención de Bill Jemas y exige su colaboración en Namor, la nueva serie que él mismo guioniza y cuya dibujante, Mizuki Sakakibara, «había hecho un trabajo tan malo que eso no podía publicarse», según llegó a decir el propio Larroca en un foro español.