Es 1963, y los grandes éxitos de Marvel son Fantastic Four y Spider-Man. La primera serie es sobre un grupo de superhéroes que discuten entre ellos y viajan a lugares fantásticos, la segunda es sobre un adolescente que intenta hacer lo correcto a pesar de que el mundo lo trate fatal. Stan Lee decide poner a Jack Kirby a trabajar para crear una mezcla de lo mejor de cada casa, un grupo de superhéroes adolescentes que trate de proteger un mundo que les odia y les teme: The X-Men.
X-Men recuperaba el nombre del personaje de The Angel -un personaje de los años 30 que nunca tuvo gran trascendencia, y que poco o nada tenía que ver con su nueva versión- y creaba una serie que se desarrollaba en una escuela de superhéroes mutantes; superhéroes que habían nacido ya con sus propios poderes, lo cual provocaba el recelo del resto de la humanidad porque… Porque sí.
Y seguramente ésa es la mayor tara de credibilidad de la franquicia mutante, porque si en un principio buscaba ser una parábola sobre las luchas raciales de EEUU, la cosa no acababa de funcionar si los mutantes en cuestión eran todos guapos y bienplantados. Cierto es que Cíclope vivía obligado a llevar siempre un visor de cuarzo de ruby, que el Ángel tenía que esconder sus alas en su identidad de civil -cosa que conseguía a base de «plegarlas» con un arnés mágico- y que la Bestia tenía las manos y los pies más grandes de lo habitual, pero por lo demás los X-Men eran unos niños que asistían a una escuela pija y eran todos blanquitos y anglosajones; en su aspecto no parecían muy distintos de unos Vengadores o unos 4 Fantásticos, y si el personal podía aceptar el aspecto rocoso de Ben Grimm, no debería tener el más mínimo problema con una pelirroja adolescente que se pluriemplea como modelo o un tipo rubio, adinerado y con alas, por mucho que nacieran ya con sus poderes.
Asi que la única explicación para el odio a los mutantes podríamos decir que está en Magneto y su Hermandad de Mutantes Diabólicos -o Malvados, que es mejor traducción para Evil-, que viene a ser una versión pasada de vueltas de Malcolm X y sus Panteras Negras al Martin Luther King que representa Xavier. Magneto actúa como un energúmeno; destruye cohetes espaciales «porque sí», trata de tomar el control de bases militares para demostrar su poder y, en general,es el único que se preocupa por la supuesta discriminación a los mutantes. Para colmo, en esos primeros números el Ángel es el terror de las nenas y la gente adora a los X-men en general, ¿dónde esta ése odio a los mutantes del que tanto se queja Magneto? Pues acabará apareciendo, pero cosa de dos años más tarde en el número 14 de X-Men…
Porque es en ese número en el que empieza la primera gran historia de la serie -dura tres ejemplares, nada más y nada menos- y en la que el antropólogo Bolivar Trask denuncia la existencia de los mutantes y su perverso plan de esclavizar a la humanidad. No se dice en que basa sus suposiciones, pero su aspecto a lo Walt Disney y su discurso al más puro estilo Frederic Wertham deja claro en que se basó Lee a la hora de crear al personaje. Choca también que las conclusiones del antropólogo salgan a la luz justo en el momento en el que tanto Magneto como su Hermandad han sido raptados por el Extraño y enviados a otra galaxia por ahi perdida, pero supongo que siempre nunca es mal momento para salir por la tele y provocar el pánico en la población. Ya entrando en la historia en sí, la cosa va de que Trask crea a los Centinelas para acabar con los mutantes, pero los robots gigantes toman conciencia propia y deciden encargarse de humanos y mutantes a su manera. Los hombres X se encargan del asunto a su manera y Trask acaba sacrificándose para acabar con la nueva amenaza de la que era responsable, pero el daño estaba ya hecho: el público en general empieza a tener miedo de los mutantes.
Lamentablemente, esa historia fue el canto del cisne de Stan Lee en la serie. Tanto él como Jack Kirby dejarían la serie poco después, poniendo a Roy Thomas al frente de la misma y con Werner Roth de dibujante. En números posteriores, los personajes se enfrentarían a gente como El Tigre, la Langosta y el conde Nefaria, con lo que la serie perdería el norte y no acabaría de encontrar su sitio. Es en esta época en la que se crean personajes que serían reciclados a posteriori como Banshee o Mimic, pero como decía sus historias son tremendamente olvidables, y acusan tremendamente la indefinición de identidad de la serie. En ese momento Thomas no la comprende en absoluto, y parece preferir centrarse en su otro gran encargo, Los Vengadores.
Tras un año de historias tontorronas más propias de números de relleno de Vengadores, Thomas empieza su primera historia de continuará en la serie, la que podríamos llamar «saga de Factor 3». En ella, una misteriosa organización de mutantes trata de dominar el mundo al más puro estilo Magneto, con la diferencia de que sus métodos son más oscuros y su líder es un tipo de un origen bastante más sórdido; en realidad no es más que un alienígena que pretende dominar la tierra a base de mutantes. Es un primer intento por parte de Thomas, pero hay que reconocerle que le quedó bastante escasillo… Y después de aquello, otra vez la mediocridad; Thomas no puede «cambiar» la serie por la presión editorial de Stan Lee, con lo que el hombre intenta aproximarse a la idea original de un grupo de superhéroes juvenil y trata de darles vidas privadas al estilo Spiderman, pero no serviria de nada porque la serie seguiría sin venderse. Werner Roth abandona la serie y empieza a dibujarla Don Heck, el dibujante habitual de los Vengadores que había sido sustituido por John Buscema y que nunca había sido un superventas. Pasada la cuarentena, Thomas ya ha abandonado la serie y es sustituido por Gary Friedrich y más tarde por Arnold Drake, durante cuya etapa llegaría un tal Jim Steranko. Pero siendo Jim Steranko tan inconmensurablemente genial como es, creo que es mejor dejarlo para mañana…
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