Desde hace siglos muchos son los que han intentado de una forma o de otra predecir como seria el futuro. Entre estos individuos se encuentran los escritores de ciencia ficción, quienes en sus obras nos han mostrado miles de posibles futuros abarcando un amplio abanico de posibilidades. Con el paso de los años algunas de sus predicciones se han ido cumpliendo lo que nos hacia esperar un futuro brillante y maravilloso en el que todo era posible. Pero últimamente parece que la tendencia se ha ido invirtiendo y empiezan a cumplirse las predicciones menos halagüeñas.
Yo personalmente, cuando era niño, siempre imagine el futuro como algo luminoso y sin límites en los que todos nos desplazaríamos en coches voladores y mochilas cohetes, que tendríamos colonias en la luna o en Marte, robots que nos ayudarían a realizar las tareas cotidianas y la medicina habría avanzado tanto que ya no existirían las enfermedades. Pero esto era demasiado bonito para ser verdad y da la impresión de que antes que seguir los futuros imaginados por Verne, Asimov o Clarke entre muchos otros, ha sido más fácil hacer que se cumplan los futuros imaginados por otros autores.
Al final han sido Orwell, Bradbury, Huxley… los que muy a su pesar se han convertido en profetas. ¿Para qué viajar en coches voladores cuando podemos torpedear las energías limpias en beneficio de las grandes corporaciones petrolíferas? ¿Qué más da que no tengamos mochilas cohetes si podemos tener cámaras vigilándonos las 24 horas del día en casi cada punto del planeta? ¿Y quién quiere vivir en una colonia en la luna cuando podemos vivir aquí en la tierra con gobiernos cada vez más totalitarios?
Cámaras equipadas con reconocimiento facial y que no nos pierden de vista ni un segundo, una “dictadura” de lo políticamente correcto y un lenguaje político que dejan en pañales la neolengua de 1984, atontar al pueblo de forma que no les importe lo que sucede de verdad en el mundo de una forma que enorgullecería a los gobernantes de “Un Mundo Feliz” y unos cada vez menos tímidos intentos de imponer una visión de la cultura que no tiene nada que envidiar a lo que leímos en Fahrenheit 451.
Que no se los demás, pero yo preferiría vivir en un mundo en el que construimos fundaciones para preservar nuestra historia y conocimientos y no en un mundo en el que el gobierno de un país puede amenazar con asaltar la embajada de otro país para arrestar a un hombre que ha pedido asilo político, provocando de paso un incidente internacional, en base a que en un tercer país le reclaman para testificar por una denuncia cogida con los pelos. Todo para que presumiblemente acabe en un cuarto país donde el “Gran Hermano” le reclama por haberle mostrado al mundo sus vergüenzas. Se diría que Alan Moore se quedo corto cuando nos mostro en V de Vendetta aquella Gran Bretaña tan fascista.
Y no parece fácil invertir esta tendencia, pero igual habría que empezar a hacer algo, que no me gustaría morirme pensando que igual a la próxima generación ni se les permite leer todos esos libros de los que parecen haber sacados sus ideas de cómo debe ser el mundo, ni aquellos otros en los que se cuentan las posibilidades más optimistas no sea que les dé por imaginarse un mundo mejor que el que tienen.