Nada mejor para celebrar la Navidad que una de esas emotivas y entrañables historias del Juez Dredd que siempre acaban reconfortando a uno (más que nada porque AÚN no vivimos en un mundo como el suyo). Y para ello toca retroceder hasta 1985, al Prog 450 de la revista 2000 A.D., en el que John Wagner y los tristemente fallecidos Alan Grant y Steve Dillon crearon una de esas historias navideñas de las que no se olvidan y que solo alguien como Dredd podría protagonizar.
Era la mañana de Navidad del año 2017, y al otro lado de los muros de Mega-City One una multitud de mutantes de la Tierra Maldita comprobaban con sorpresa que los Jueces no mentían y que efectivamente había un convoy de alimentos para ellos, porque se ve que incluso el Departamento de Justicia tiene algo de corazón. Pero en el interior de la ciudad las celebraciones festivas eran algo diferentes, con ciudadanos como Ed Flymo pertrechándose con armas y explosivos y la familia Puddock recibía un visitante muy especial para la cena de Navidad como parte de un programa de rehabilitación: un lobotomizado Mean Machine Angel.
No tardamos en descubrir que Flymo se ha dirigido al Dramarena, donde se está representando La Navidad y media de Fellini (cosas de ese futuro alternativo) y, tras matar a tiros a algunos actores y guardias de seguridad y tomar como rehén a la actriz que hace de María, exige la presencia de un Juez con el que negociar. Como no podía ser de otra forma, es Dredd quien recibe el encargo de ello, y marchándose del muro donde supervisaba el banquete de los mutantes, se dirige al Dramarena. Y cuando los informativos dan cuenta de esta circunstancia, Mean Machine Angel comienza a sentir algo extraño en el dial de su frente cuando escucha el nombre de Dredd…
Y con un don de la oportunidad increíblemente desastroso y un tacto inexistente, los Puddock han decidido que el mejor regalo que podían hacerle a un presidiario que está tratando de rehabilitarse es una caja sorpresa de la que salta un pequeño Juez Dredd armado con una porra y que golpea con ella mientras repite la frase “Estás arrestado”. Está claro que el Departamento de Justicia no los escogió para este programa por su inteligencia precisamente…
El resultado era el esperado, y pese al brutal tratamiento medico recibido, Mean Machine recuerda quién es, y sobre todo a quién odia, de la forma más brutal y violenta posible. Y tras noquear a cabezazos a los Puddock, se dirige él también al Dramarena para saldar cuentas con el Juez que acabó con su familia.
En el Dramarena se desata el caos. Flymo exige un equipo de televisión para que retransmita un importante mensaje que quiere dar a toda la ciudad, pero mientras Dredd se niega a negociar, Mean Machine salta desde un trineo volador robado y se lanza de cabeza contra su odiado enemigo.
La caída y su odio hacia Dredd le hacen entrar en un violento frenesí, y Mean Machine se dedica a noquear todo lo que ve a su paso: personas, animales, lo que sea. Si está en pie, recibe uno de sus famosos cabezazos. Esto no sienta nada bien a Flymo, quien ve cómo Mean Machine le está robando el protagonismo y no se le ocurre nada mejor que desafiar al cyborg. ¿Y cómo reacciona este? Pues como solo él sabe hacer, dando un buen cabezazo al cinturón de explosivos de Flymo.
La espectacular explosión hace pedazos a Flymo y nos quedamos sin saber qué reivindicación antinavideña quería realizar, mientras que Mean Machine, bastante más resistente, solo ha quedado algo noqueado y es enviado de nuevo a prisión. Parece que la tranquilidad ha regresado a Mega-City One. ¿Pero qué ha sido de aquellos mutantes a los que el Departamento de Justicia había invitado a una opípara cena?
Pues una vez solucionado el incidente con los rehenes, Dredd regresa al muro. Allí comprueba que ya se ha reunido un grupo importante de comensales, quienes agradecen a los Jueces su generosidad y les felicitan la Navidad. Pero como todos ellos eran fugitivos de la justicia, y parece que ya no va a acudir nadie más, Dredd ordena abrir fuego y todos ellos son ametrallados inmisericordemente.
¿La moraleja de la historia? Que para los Jueces no existen cosas como la paz en la tierra o la buena voluntad entre las personas, y que la ley se debe ejecutar sin piedad todos los días del año. Eso, y que está feo desperdiciar la comida, por ello ordena recoger lo que ha sobrado y repetir su estratagema al día siguiente en otra zona del muro para ver cuántos criminales caen en otra de esas cenas navideñas que hacen que cualquier cosa que tengamos que padecer nos parezca una tontería en comparación.
Estas pequeñas historias del Juez Dredd siguen siendo una delicia, por la habilidad de sus autores de condensar tanta mala leche y humor negro en apenas una docena de páginas. Pero es que eso era un arte que John Wagner y Alan Grant tenían más que dominado y podían contar en un puñado de páginas muchísimo más que muchos otros autores. Y también resulta bonito, aunque más bien agridulce, reencontrarnos con el trabajo de un jovencísimo Steve Dillon, quien contaba por aquel entonces con tan solo veintitrés años, pero ya era todo un artista y que tristemente nos dejó demasiado pronto. Y aunque es un pobre consuelo, al menos nos quedan historias como estas en las que Dillon, Grant y compañía consiguieron que durante un rato se nos olviden todos los problemas del mundo y esbocemos una sonrisa.