Probablemente este cómic debería ser el final de esta serie de artículos, pero creo que nadie se sorprenderá si confieso que me gusta llevar la contraria. Tras varias semanas de auténtica morralla, llegar a este clásico del cómic es como un maniantal de agua fresca en el desierto, pero si mantenemos la cabeza tenemos que las conclusiones no son muy distintas; de los 22 cómics analizados hasta ahora, no tendríamos más de una cuarta parte que hoy en día merecería la pena recuperar. Claremont y Byrne están haciendo maravillas en Uncanny X-Men sí, y Doctor Strange o Spectacular Spider-Man merecen bastante la pena, pero casi todo lo demás es bastante olvidable y formulaico. No hay esa experimentación loca de los 70 ni el genio de los 60, y la llegada de Frank Miller no es algo predestinado pero sí algo necesario.
Miller basa su primer guión en la serie en uno de Will Eisner para The Spirit sobre una femme fatale del pasado de Denny Colt que volvía para volverlo loco. Elektra es una figura más inocente -todo lo inocente que puede ser una asesina ninja, sí- pero que introduce una serie de elementos nuevos nipones en el personaje que lo cambian para siempre; Daredevil ya no es un tipo que haga bromas mientras pelea, si no un detective de serie negra en toda regla con su propia forma de luchar, en lo que para Miller fue toda una obsesión para separarlo lo máximo posible de Spiderman. Empezando por una narración más cercana a los ya mencionados pulp de serie negra que a Stan Lee -referente absoluto hasta del propio Miller, aunque durante los años siguientes fuera percibido como su bestia negra por su defensa a ultranza de Jack Kirby- la revolución es una del cómo y no del qué se cuenta. La primera historia de Miller es sencilla, ya digo que está fusilada de un Spirit y a priori no tiene solución de continuidad, con un final muy de western con el héroe caminando hacia el horizonte y dejando a su antigua amante completamente desconsolada en primer plano.
Y aun así, Miller está siguiendo absolutamente todas las reglas de la era Shooter, con una presentación del personaje y su motivación personal en las dos primeras páginas cuando Daredevil se echa encima de Turk para interrogarlo. No hay una superioridad apabullante del superhéroe, los golpes de Turk y los demás pueden alcanzar a Daredevil en un despiste y así es como se produce el primer encuentro con Elektra, con su sentido radar aturdido por una explosión y el propio Matt completamente confundido por el mero hecho de volver a oir su voz tantos años después. Las viñetas de Miller son más alargadas de lo habitual y ya en aquel momento se apoya mucho en la narración visual, pero aun así tampoco se puede decir que le diera el día libre al rotulista Joe Rosen, porque se ve obligado a encajar el texto en los bocadillos usando un tamaño de letra más pequeño de lo habitual; Miller seguirá siendo durante toda su carrera un escritor de largos monólogos, de descripciones apoyando la imagen.
El flashback con el primer encuentro entre Matt y Elektra corre peligro de ser como el collar de perlas de la madre de Bruce Wayne, una escena tan repetida que llegue a la náusea, aunque Ben Affleck y Jennifer Gardner no llegaran a conseguirlo en la primera adaptación cinematográfica. Miller ya está recontando el origen de Daredevil igual que lo hizo con McKenzie, detallando su primera pelea como enmascarado cuando trata de salvar al padre de Elektra y fracasa en el intento. Y desde ahí, ella desaparece de su vida y se convierte en cazarrecompensas -que no asesina, ojo- porque «ya no puede amar el mundo». Esta versión inicial de Elektra sigue siendo compasiva y parece que solo persigue a auténtica gentuza, con lo que de momento está bastante alejada de la futura asesina que aterrorizará a Ben Urich, y no es de extrañar que los lectores de la época estuvieran muy a favor de la reconciliación de ambos (otros no, otros shipeaban a Karmatt o a MattNat, pero de esas tonterías por aquí prefiero no hablar).
El momento en el que se resuelve el conflicto principal del cómic es cuando Elektra fracasa a la hora de cobrarse su objetivo y éste la toma como rehén, con lo que en una página extremadamente tensa repleta de viñetas verticales que dilatan el tiempo de forma exagerada -dicha dilatación se estaba ya viendo en ese momento en cómics de Neal Adams o Byrne, que nadie se piense que ésto es un invento de Miller que ya era viejo por entonces- plagando las viñetas de monólogos internos y planos detalle hasta que Daredevil actúa haciendo un guiño a su pasado junto a Elektra, y es precisamente en la colaboración de ambos como consiguen someter al villano y para Elektra queda confirmada su sospecha de que Matt Murdock es Daredevil. Ella se echa a llorar bajo la lluvia mientras Matt se aleja con su presa colgada del hombro, ahora pertenecen a mundos distintos y no hay marcha atrás.
Sin embargo, y vista la escena hoy en día, ¿no podríamos enmendarle la plana a Miller y decir que lo lógico sería que fuera Matt el que se quedara llorando? Porque es Matt el que sigue teniendo fe en la humanidad y no ella, con lo que lo lógico sería que el que se aferrase al pasado y a la esperanza fuera él y no ella. Está claro que Miller en esa viñeta lo que quiere manifestar es que los dos lo querrían, pero ella lleva negándoselo a si misma durante años y años y es ahora, al reencontrarse con Matt, cuando no puede negar sus propios sentimientos. A posteriori veremos que Elektra es bastante más despiadada y está mucho más lejos de la redención de lo que podríamos haber pensado al leer esta historia, pero supongo que ése ya sería un tema de conversación de otra serie de artículos.
En cualquier caso, aquí tenemos al cómic que realmente convirtió en estrella a Frank Miller y uno de los momentos que definieron los cómics de los 80, tanto los americanos como los de todo el planeta. La semana que viene volveremos a la programación habitual con otra joyita de esta época, el número 253 de Captain America con Roger Stern y John Byrne cazando vampiros. Ésto se va calentando…