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Los tebeos de Carlos Pumares: El Extraño cementerio de Nort-Ville

Hoy vamos con algo cortito porque recientemente falleció Carlos Pumares, conocido como profesor, divulgador y sobre todo como crítico de cine, una figura peculiar y rotunda de la radio española que hacía del histrionismo su marca personal. En su programa de cine podía pasarse horas hablando sobre tortillas, restaurantes, los halls de los hoteles, las bandas sonoras o hasta tratar de vendernos homeopatía, pero lo que poca gente sabe sobre su figura es que era un enamorado del cómic que hizo sus pinitos como guionista. Y precisamente éso es lo que os traigo para el post de hoy, la única historia que he conseguido encontrar de las dos o tres que Pumares llegó a publicar.

Antes se aprendía el oficio de hacer tebeos publicando tebeos, ahora te autopublicas y gracias.

El Extraño Cementerio de Nort-Ville es una historia corta de siete páginas publicada en la revista Pánico de Editorial Vilmar allá por 1973. La revista solía contar relatos de terror, ciencia ficción y hasta fantasía, tratando de buscar el susto en el lector y con una gran inspiración en el cine de la Hammer o Roger Corman. La historia que nos contaba Pumares empezaba con una entradilla en la que nos hablan de lo abandonado que está el cementerio de Nort-Ville, avisándonos de que es peculiar y que por allí pasan cosas raras por la noche cuando nadie mira. Cuando una inmobiliaria cree haber hecho el negocio del siglo al adquirir los terrenos del campo santo -ésto fue una recalificación del ayuntamiento con sobre pasando de mano en mano, fijo- comienzan a enviar camiones y camiones para desalojar a los muertos del cementerio y llevárselos a otro lado, cosa que a los habitantes de la ciudad no les hace ni la menor gracia.

¡Desentierra tú los tuyos, hijo de puta!

Los operarios encargados de vaciar el cementerio, lejos de usar una pala y pasar de todo como ocurriría en la realidad, proceden a abrir cada tumba y trasladar el ataúd a sus camiones para recolocar al difunto, pero cuando una de las cajas se les escurre y descubren que está completamente vacía, deciden proceder a abrir unas cuantass cajas más a ver si también están vacías. Que no pueden adivinarlo por el peso no, lo hacen para abrirlas y en paz, ante los ojos horrorizados que protestan por el sacrilegio con toda la razón del mundo.

¡Vamos a abrir las tumbas oeoeeeeeee!

Tras acometer el terrible atentado contra la salud pública -que los muertos podridos se sellan por algo, oiga- los trabajadores descubren que, en efecto, todos los ataudes estaban completamente vacíos, y que han estado trasladando cajas vacías sin darse cuenta. Que es verdad que un muerto podrido puede acabar pesando muy poco porque al final acaban siendo un saco de huesos, pero una caja vacia no pesa ni suena igual que una que lleva «algo», por mínimo que sea. Los trabajadores pasan a abrir absolutamente todos los ataudes del cementerio con el mismo resultado, absolutamente todo estaba vacío, con lo que la noticia salta hasta la Casa Blanca y el Pentágono, el cementerio está completamente vacío y la constructora tiene toda la razón del mundo, que para tener un montón de cajas vacías no merecía la pena gastar tanto espacio.

Ésto solo tiene un nombre: Estafa. Tú pagas por un nicho y resulta que está vacío, ¡demanda judicial!

Pumares ni siquiera plantea la pregunta, pero lo lógico sería pensar que ahí hay un chanchullo de la funeraría, que lo mismo revendía los muertos para hacer jabón o algo así y por eso vaciaba todos los ataudes. Sin embargo, Pumares decide que la reacción lógica de los yanquis sea literalmente la de enviar los tanques y al ejército -aunque bien pensado, eso de enviar al ejército suele ser lo primero que hace siempre EEUU, aunque sea solo para acojonar- y plantarlos delante del cementerio porque «si ha de ocurrir algo será en la noche».

Lo que no se arregla con tanques se arregla con napalm. Digo yo.

Cuando una joven que acaba de perder a su marido se cuela entre las líneas de soldados para llegar hasta el cementerio justo a las 12 de la noche, las manos de los muertos salen de la tierra y la atrapan. Entre ellos está su difunto marido John, que la avisa de que los vivos van a pagar por invadir su morada y proceden a cargarse a todo el mundo porque «¿cómo pretenden matar a un muerto?».

Pues si no lo puedes matar lo desintegras con armas nucleares, ¡ya ves tú que problema!

La moraleja de la historia es que hay que dejar descansar a los difuntos y que uno tiene que estudiar muy bien que parcela o chalet se compra, aunque solo sea para evitar sorpresas desagradables. Ya, ya sé que estando en un piso de alquiler estas preocupaciones nos suenan a cachondeo, pero hay que darse cuenta de que en los años 70 el suelo y los pisos estaban mucho más baratos y un piso en Torrevieja era algo equivalente a que te tocara en el Un Dos Tres un Seat Málaga.

La gente troleandole a Pumares, y su legendaria mala leche.

Y sí, puede que alguno de vosotros, aguililla, haya pensado que esta historia tiene algo que ver con Polstergeist, la película de Tobee Hopper y Steven Spielberg, pero lo inquietante es que Pumares la escribió diez años antes de su estreno, con lo que acojonaos, acojonaos mucho, porque con la mala leche que gastaba el interfecto lo mismo Pumares se piensa que vais de listos y aprovecha para llamaros por teléfono desde el más allá a eso de las 5 de la mañana, que el ya no tiene que madrugar y eso de trasnochar era algo que le encantaba. Así que puede que lo mejor que podamos hacer es desear que Carlos Pumares descanse en paz y seguir con nuestros tebeos…

Pero también es que Carlos Pumares era un pelín faltón y cruel, ¡que éso no se le hace a un pobre jovencito confuso de catorce años!

 

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