La muerte de Francisco Ibáñez ha sido una tragedia para el mundo del cómic y para varias generaciones de lectores que nos hemos criado con su obra. Pero como nos hemos cansado de escribir necrológicas, prefiero celebrar su larguísima carrera de mas de medio siglo recordando algunos de los buenísimos ratos que sus cómics me hicieron pasar durante mi infancia. Y para ello he escogido una de mis historias favoritas de aquellos años, una de aquellas que leí y releí hasta saberme casi de memoria y que hoy, casi cuarenta años y una relectura mas tarde sigue resultándome tan divertida o mas que en aquella época. Así que abrochémonos los cinturones para intentar ir al espacio con Mortadelo y Filemón en el Cacao Espacial.
La historias parte, como hicieron muchísimas de las historias de Ibáñez, de la mas rabiosa actualidad del momento, y en 1984 uno de los puntos mas candentes de dicha actualidad tuvo lugar cuando Estados Unidos y la Unión Soviética amenazaron con llevarse su guerra fría al espacio exterior. Fue por aquellas fechas cuando Estados Unidos puso en marcha aquel sistema de Iniciativa de Defensa Estratégica para protegerse de hipotéticos ataques nucleares soviéticos que los medios rebautizaron como “guerra de las galaxias” y que en la ficción de la época encontrábamos referenciado bastante a menudo. Por lo que partiendo de aquella actualidad tan ominosa Ibáñez decidió contarnos que pasaría si el gobierno español quisiese meterse de lleno en aquella loca carrera espacial y para ello encargase la tarea a la T.I.A.
El comienzo de esta historia es uno de los que mejor recuerdo de mis lecturas de aquellos años, con una abertura frenética que nos lleva hasta una muy tensa reunión de urgencia en las Naciones Unidas en la que en apenas tres paginas Ibáñez nos pone en situación haciendo gala de sus mejores recursos.
Gags que ocurren en segundo plano y a veces casi en tercero mientras se desarrolla la historia principal, cameos de múltiples personajes de la época, referencias de la actualidad del momento que a priori no encajaban demasiado en un cómic infantil pero gracias a las cuales muchos tuvimos nuestro primer contacto con lo que sucedía en el mundo y como no, el enorme talento de Ibáñez para el gag visual, el humor negro y aquella violencia extrema que resultaba al mismo tiempo tan inocente.
Pero como no podía ser de otra forma esta aventura espacial fue mas en la linea de El Astronauta de Javier Aguirre y Tony Leblanc que del glamour de Elegidos para la gloria, con Mortadelo y Filemón obligados a tripular por la fuerza artefactos que parecían mas bombas caseras que naves espaciales. Pero pese al evidente y esperable tono paródico de la historia, Ibáñez siguió bastante fielmente la formula de este tipo de historias, metiendo a Mortadelo y Filemón en un duro y descacharrante entrenamiento que les preparase para su misión (pese a dejarles al borde de la muerte en mas de una ocasión) y los vuelos de prueba con diferentes prototipos cada cual casi mas mortífero que el anterior.
Unos preparativos que de forma casi sorprendente culminan con la puesta en órbita de nuestros héroes a través de un sistema de propulsión de lo mas original y poco contaminante. Y una vez surcando el frio espacio exterior Mortadelo y Filemón fieles a su trayectoria a duras penas consiguen sobrevivir a su propia incompetencia y a la de su agencia y se las arreglan, como solo ellos serian capaces de hacer, de convertir una situación tensa y peliaguda en un conflicto internacional de épicas proporciones.
Pese a que nunca he dejado del todo de leer las aventuras de Mortadelo y Filemón (aunque debo reconocer que mis relecturas suelen limitarse a las aventuras anteriores a la década de los noventa) me sigue maravillando lo bien que han aguantado buena parte de ellas el paso del tiempo. Da igual lo formulaico de muchas de estas historias, que numerosos elementos de estas historias se repitiesen demasiado a menudo o que muchas de ellas estuviesen fuertemente ancladas en momentos muy concretos de una actualidad que nos queda ya muy lejana. Leídas hoy en día siguen conservando una frescura envidiable y siguen siendo tan divertidas como en su día, en algunos aspectos incluso mas ya que de adulto uno puede pillar muchas referencias que en su momento se nos habían escapado.
Una historia en la que pese a que no aparecía acreditado por ninguna parte, cosa tristemente habitual, también participo en ella Juan Manuel Muñoz Chueca, uno de los principales ayudantes y entintador de Ibáñez durante varias décadas y que por la información que he podido encontrar en Internet aquí se encargo de refinar los lápices de Ibáñez y del entintado de la segunda mitad de la historia. Un reconocimiento que con el tiempo confío en que sea mas explicito en futuras reediciones tanto para el como para el resto de sus compañeros, porque si, Ibáñez fue muy grande, pero en parte porque tuvo un gran equipo de profesionales a su lado y es justo y necesario reivindicar su figura.
Y aunque obviamente estos momentos siempre son tristes, tenemos que recordar que Ibáñez nos a dejado un legado enorme formado por decenas de miles de paginas y multitud de personajes inolvidables y que sin duda el preferiría que en lugar de estar tristes por su muerte le recordásemos con una sonrisa por todos esos grandes momentos que nos hizo pasar en ese medio al que el siempre amo tanto y al que dedico casi toda su vida. Así que el mejor homenaje que podemos hacerle es seguir disfrutando de su obra y hacer lo posible para que las próximas generaciones de lectores puedan seguir disfrutando de ella como hicimos nosotros en su momento.