Ahora que está tan de moda Star Trek no viene mal un cómic de los buenos viejos tiempos, de cuando todavía no se había estrenado La Ira de Kahn y todavía me llevaban esos uniformes azules sosísimos de la primera película de la serie. Star Trek 10 es un cómic escrito por Michael Fleisher (algunos lo conoceréis más por sus números de Conan, que hizo bastante) y dibujado por el argentino Leopoldo Durañona y Klaus Janson, siendo todo ello editado por la en aquel momento Louise Jones y actual Louise Simonson, que en aquel momento ya estaba editando la rebautizada Uncanny X-Men.
Y sí de algo nos sirve este cómic -aparte de dejarnos claro que eso de la primera directiva es un cachondeo, pero ya abundaremos en el asunto más tarde- es para ver hasta que punto Klaus Janson creció junto a Frank Miller; ya en aquel momento Janson en Daredevil estaba varios escalones por encima de su trabajo en Star Trek, y para cuando Miller tenga que dejar la serie para dibujar la miniserie de Lobezno, Janson tomará la serie y será otro. Por supuesto, los layouts de Miller ayudan muchísimo y crean un mundo de distancia entre un cómic más tradicional como es el de un veterano como Durañona y un genio en plenitud como era el propio Miller en aquel momento. Tampoco podemos olvidar que esto no deja de ser un número de relleno, porque el guionista regular era Martin Pasko y el dibujante Dave Cockrum, y para entonces a la serie ya solo le queda menos de un año para ser cancelada porque ésto es lo que hay, de toda la vida ha vendido mucho más Star Wars que Star Trek. Claro que también tenemos que ser honestos, un par de años después DC retomaría la licencia y Mike W Barr (que ya estuvo implicado en la serie de Marvel, ojo) y otros autores como Peter David conseguirían hacer que la serie se mantuviera en las estanterías hasta mediados de los 90. Pero Star Wars en Dark Horse duraría muchísimo más desde principios de los 90 hasta la actualidad, que los lleva otra vez la propia Marvel. En fin, detalles sin importancia.
Pero volviendo al cómic que tenemos entre manos, en la portada dibujada entre otros por el propio Miller se anuncia como «Spock… ¡El Bárbaro!» y mostrándonos a Spock solo ante el peligro contra unas criaturas horrendas que no aparecen en el interior del cómic. Y es que ya en portadilla vemos un contenido mucho más convencional, con la Enterprise flotando por el vacio espacial y un título más pedestre como «¡El dominio del Dios Dragón!», que no tiene nada que ver con que Spock se haya convertido en un bárbaro ni nada parecido. La Enterprise está explorando distintos sistemas y se encuentra con uno con unas complicadas perturbaciones magnéticas, lo que obliga a la tripulación a enviar una expedición de campo que el propio Capitán Kirk se dispone a liderar… Hasta que su médico, el Doctor Leonard McCoy le dice que un cuerno, que todavía se está recuperando de la gripe y que no piensa permitirle bajar. Que sí, en el siglo XXIV todavía tienen gripe, seguro que ha sido por tantos años de privatizar la sanidad y esas mandangas, que cuando pones la salud en manos de gente que solo quiere dinero les interesa más cronificar los problemas para seguir cobrando que solucionarlos de una vez por todas. Pero estábamos hablando de Star Trek, ese futuro maravilloso en el que ya no hay dinero…
Finalmente los encargados de bajar al planeta son el propio Doctor McCoy y el señor Spock, que bajan al planeta en una lanzadera y de buenas a primeras se encuentran a unos indígenas tratando de sacrificar a una señora. A McCoy le puede más su condición de médico que la primera directiva (¿O era primera directriz? ¿Cómo se traduce esto?) de no intervención en los planetas subdesarrollados, con lo que se lanza a salvar a la moza y arrastra a Spock a ello. No tardan en salvarla con su poderosa tecnología del futuro, pero el polvo magnético del planeta no tarda en averiar sus armas y, mientras McCoy y la señora indigena escapan como pueden, Spock es apresado por los animalicos a los que les han fastidiado el sacrificio, que lo obligan a trabajar en una estatua gigante dedicada a la gloria de su inmensamente gordo líder, Ragnok.
Por su parte, McCoy y su rescatada consiguen llegar al campamento de la rebelión contra Ragnok, pero estos se niegan a salir a rescatar a Spock porque todavía no se ven lo suficientemente fuertes como para enfrentarse al tirano. A McCoy no le apetece mucho esperar, por lo que decide cargarse más todavía la directiva de las narices y montarse un arco y unas flechas, enseñarles a usarlos y lanzarlos contra el dichoso Ragnok, emprendiéndola a flechazos hasta que acaban con él y consiguen liberar a Spock. El nuevo líder de los indígenas, K’Barrgh, decide que va a derruir la estatua gigante dedicada a Ragnok… Para sustituirla por otra con su cara, que correrá a cargo de más esclavos. Y, por supuesto, procede a sacrificar a la viuda de Ragnok, porque ésa es la costumbre por esos lares y lo que pone contentos a sus dioses. Y claro, ahora tocaría que a McCoy le entrara la bajona porque se da cuenta de que igual lo de la primera directiva no era una tontería tan grande… Pero no, el doctor es cabezón y decide salvar a la otra víctima, provocando que todos los indígenas se les echen encima y Spock y McCoy tengan que salir corriendo hasta que llega Kirk con una lanzadera y les salva su pellejo de metomentodo.
¿Ha aprendido McCoy algo de todo esto? No, nada en absoluto. Nadie va a sancionarlo por cargarse la primera directiva, y todos vuelven al Enterprise tan felices, como si no hubieran cambiado la historia del planeta para siempre; no solo los nativos ahora tienen arcos y flechas antes de tiempo y probablemente se líen a conquistar a las tribus colindantes sin ningún complejo, si no que ahora conocen la historia de unos seres del espacio a los que tarde o temprano idolatratarán o algo peor. Star Trek 10 es, en definitiva, un número de relleno en toda regla que deja claro que ni Leonard McCoy ni Spock deberían seguir explorando mundos para la Federación. Una vergüenza para la Tierra y para Vulcano, ¡de esta me hago klingon!