La semana pasada fue el día del cómic y apenas hablamos de cómic. Hablamos de versionar cómics para el cine y la tele, pero de cómics en sí pues eso, poco. Que yo tengo más delito, vaya que sí, porque estuve hablando sobre los tejemanejes empresariales de la Disney y de Castlevania, que es un videojuego que me encanta pero del que no me he molestado ni en mirar como son sus cómics. Que igual son buenos, pero entendedme, no. La cuestión es que por una o por otra cosa, no hemos hablado de cómics cuando tocaba hablar de cómics, y éso da que pensar.
Echo la vista atrás y veo que ya hace más de once años (mierda, creía que «solo» diez) de mis posts sobre cómo estaba DC cuando llegó a la editorial Alan Moore y del post en el que puse a caer de un burro la portada del número 1 de los X-Men de Jim Lee (y del finiquito de Chris Claremont). Un par de hitos de la historia de la web, el uno porque me hizo cogerle el gusto por los artículos largos y el otro porque nos proporcionó horas y horas de diversión. Aun así, tengo que decir que son dos artículos que hoy en día no habría escrito de la misma forma. Ya no solo es que tenga otros intereses a la hora de escribir, si no que me alivia ver que he cambiado, que redacto mejor y me cuesta resistir la tentación de corregir estos artículos de arriba a abajo. Siempre me ha aterrado la idea de anquilosarme en el pasado -detesto la nostalgia- y seguir igual, no aprender nada nuevo y no evolucionar. Y aun así, Brainstomping es un imán nostálgico no solo porque tenemos que cargar con el lastre que supone M’Rabo, si no porque mayormente se hablan de cómics del pasado (somos un poquito historiadores, sí). La tentación es dejarse caer y decir aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», y puede que en parte hasta sea verdad, porque quieras que no hace cuarenta años los cómics eran más creativos porque no eran pruebas conceptuales para películas millonarias. Que no os engañéis, hoy en día hasta el tebeo más chorra acaba teniendo aspiraciones de acabar siendo una serie de Netflix…
Es indudable que el cómic ha cambiado. Ya no se consume de la misma forma, la chavalería de hoy en día pide contenidos en vertical -tanto video como tebeos, ambas cosas aberrantísimas que no concibo- y yo mismo me veo en la situación de tener que darme cuenta de que tengo que acostumbrarme a los Webtoons para no acabar siendo un viejo cascarrabias. Y sí, me costó lo mío acostumbrarme al manga, acostumbrarme a leerlo al revés, y ahora tengo que acostumbrarme a los cómics koreanos que se leen de arriba a abajo como si fueran una pesadilla supuestamente utópica de Scott McCloud. Y claro, miro a mi alrededor y veo a un montón de gente de mi edad y hasta más joven diciendo «antes muerto que leer esa mierda» y lo fácil es pensar que son nostálgicos que no quieren cambiar. Que es una opción perfectamente entendible, «si yo estoy bien, ¿para qué voy a molestarme?» pero al final no estamos leyendo cómics por el formato o por los bocadillos de pensamiento, estamos leyendo tebeos porque nos gustan no ya los dibujitos o las batallitas que se cuenten -que también- si no porque nos parece que es un medio distinto al cine o a la literatura con sus propias posibilidades para comunicar de una forma distinta que nos resulta muy interesante. El cómic no tiene por qué ser un storyboard para una película no rodada ni tampoco ser un quiero y no puedo de otros medios.
El cómic, como yo lo entiendo (y no soy el único) es una mezcla armónica de medios. Es dibujo, es pintura, es tipografía, es diseño, es literatura, es cine -sí, es cine- es hasta música… En la mezcla de todos sus elementos está lo que lo hace distinto a cada uno de esos componentes y lo que lo convierte en algo distinto, a pesar de que las nuevas tecnologías se hayan empeñado en dejarlo como algo obsoleto, porque la tentación de convertirlo en «anicomics» y demás aberraciones siempre estará ahí. Tú puedes meterle animaciones a un cómic, pero entonces ya deja de ser un cómic y pasa a ser animación; el que un personaje se mueva en tiempo real y no en la cabeza del espectador provoca que el leer su texto sea algo completamente desacompasado, porque el tiempo no se detiene cuando estás leyendo el texto; hoy en día se considera algo prácticamente ridículo el que dos personajes tengan una conversación mientras pelean, mientras que en su día era una convención del medio completamente aceptada; si en una película de acción dos personajes pueden pararse a pelear para decirse un par de lindezas, ¿por qué no se puede hacer lo mismo en un cómic sin necesidad de parar la acción? ¿Tan difícil nos resulta aceptar una convención no cinematográfica?
Ojo, experimentar está bien, pero hay que saber cuando un experimento tiene éxito y cuando fracasa. Y de los que se dedican a «leer tebeos por Youtube» mejor no hablo…
Y ahí es donde podemos caer en la tentación de decir «es que lo de antes molaba y ahora no». No señores, hace cuarenta años se publicaban también tebeos malísimos que abusaban de esas convenciones. Superman antes de Byrne había exprimido tanto sus fórmulas que era un cómic prácticamente ilegible, insoportable. No era de extrañar que muchos detestaran -detestáramos- el personaje, porque cada vez que nos ponían un tebeo suyo en las manos era rancio a morir. Las portadas weisingerianas y las historias completamente absurdas que acababan siendo un sueño y sobre todo el empeño de sus sucesores por replicar todo aquello porque no sabían como hacer un tebeo de Superman decente era lo que nos echaba a todos para atrás, y en el fondo eso que le pasaba al Hombre de Acero es lo que está pasando ahora mismo, con autores que no saben como hacer nuevas historias de personajes clásicos y no son capaces de separar el grano de la paja, lo que hace grande a Superman de lo que lo lastra.
Buena parte de la primera generación de Vértice ha entrado en edad de jubilación, y os aseguro que algunos de ellos creen a muerte que todo lo que vino después de Lee y Kirby es fanficción, que reiniegan de ello. Hay un rollo mitómano que les hace creer que los cómics de sus años mozos -en glorioso blanco y negro, sí- son mejores que los del «color a puntitos», que el cómic de los 70 y 80 lo jodió todo y hasta lo ponen al nivel de los destrozos posteriores. El no reconocer la virtud -ni el defecto- de lo posterior hace que su opinión sea completamente subjetiva y acabe siendo irrelevante, porque quieras que no a nadie le interesa leer una crítica que se reduce a «este cómic no me ha gustado» salvo cuando eres un mamarracho con poco ego que necesita que le den constantemente la razón (y de esos hay muchos, lamentablemente). Si esto ya lo mezclas con prejuicios de otra índole -chusma reaccionaria que cree que los demás tienen que ser como ellos o directamente no ser- tenemos un cóctel de estupidez tremenda.
Por eso creo que no se nos tienen que caer los anillos y decirlo claramente, el cómic ha cambiado. Y en algunos aspectos ha cambiado a mejor y en otros a peor. Hay experimentación de hace cuarenta años que sigue vigente, mientras que hay otra que era un despropósito en su día y hoy sigue siéndolo. El querer repetir como dogma unos estándares de la industria sin plantearse por qué lo haces es lo realmente peligroso, y éso es lo que no se cansa de denunciar Alan Moore. El que Frank Miller se salga de sus propias reglas constantemente es algo que se critica muchísimo, y aun así me parece algo a celebrar. El que Walter Simonson y John Workman sigan hoy en día tratando de hacer una mezcla equilibrada entre dibujo y tipografía me parece que siempre ha sido el camino a seguir. Y creo que hay autores que siguen intentándolo, que aun cuando la rotulación informática nos hace creer que las letras son algo que se mete dentro de bocadillos y el resto sobra, el cerrarse la puerta a ello es estúpido. Afortunadamente, cada cómic que se realiza hoy en día es un manifiesto sobre a dónde puede ir el medio, con lo que todavía podemos ver a autores como Daniel Warren Johnson diciendo que no, que hay otro camino. Igual no les prestan mucha atención, pero lo menos que podemos hacer los lectores veteranos que tanto nos quejamos del pasado es reconocer ese esfuerzo y apreciarlo. Y dejad de llenar vuestras estanterías de omnigolds que no vais a poder leeros en la vida, ¡desgraciaos!