Estos pasados días he estado pensando bastante a menudo en Alan Grant a raíz de su trágico fallecimiento, en todos los buenos ratos pasados las ultimas décadas gracias a su trabajo en multitud de cómics y en todo lo que le hizo uno de los grandes. Y por aquí ya he hablado bastante de muchos de sus grandes trabajos, de sus habituales colaboraciones con John Wagner en algunas de las épicas sagas que escribieron juntos para Dredd, de incursiones de ambos en otros géneros o de su trabajo en Estados Unidos, especialmente en Batman. Pero hoy quería rendirle un pequeño tributo a través de una pequeña historia que escribió en solitario para el Juez Dredd hace mas de tres décadas que nunca me he podido quitar de la cabeza del todo desde que la ley y en la que en tan solo cinco paginas Grant nos dejó claro que es lo que hacia tan especial.
Cuando uno piensa en las grandes historias del Juez Dredd sin duda lo primero que nos viene a la cabeza son sus grandes sagas, La Tierra Maldita, El día en el que la Ley Mario, Apocalipsis War, Necrópolis… Pero muy a menudo donde mejor ha estado retratado el personaje y donde mas ha evolucionado este ha sido en pequeñas historias cortas autoconclusivas que llegan a parecer casi intrascendentes pero que nos han permitido conocerlo mucho mas de cerca y que en ocasiones han tenido repercusiones importantes a largo plazo. En esta categoría encaja a la perfección “John Cassavetes is Dead”, una historia publicada en el numero 627 de 2000 A.D. en 1989, unos meses después de la muerte del famoso actor, guionista y director, y en la que Alan Grant y Colin MaCneil dieron uno de los primeros pasos de la interesantísima evolución del Juez Dredd, una evolución que irónicamente fue la que había provocado que Grant y Wagner dejasen de colaborar por sus diferencias irreconciliables sobre hacia donde debía dirigirse el personaje.
La historia comienza de la forma mas anodina y cotidiana posible, con un anciano en su casa rodeado de viejos libros y periódicos mientras lee uno publicado hace ciento veinte años y preguntándose porque nadie querría ocultar que las cosas que se cuentan allí sucedieron, incluyendo la muerte de John Cassavetes.
Pero su lectura es interrumpida de forma brusca por una redada de los Jueces encabezada por Dredd en persona. ¿Qué clase de crimen ha cometido este anciano aparentemente inofensivo para recibir una visita de este calibre?
Simplemente ser un ciudadano de Mega-City 1 y haber sido seleccionado al azar para sufrir un registro rutinario en su piso en busca de pruebas de algún hipotético crimen. Impotente el anciano contempla como su piso es destrozado, los Jueces lo revuelven todo, arrancan el suelo y las paredes mientras insisten en que si no tiene nada que ocultar no tiene nada que temer de ellos.
Y de pronto los Jueces encuentran algo, el escondite donde tiene almacenada su vieja biblioteca que como estos le señalan esta lleno de publicaciones prohibidas, libros, periódicos y revistas que este anciano heredo de su padre y este del suyo como un simple recordatorio del pasado que el Departamento de Justicia ha querido borrar.
Los jueces no atienden a razones, poseer todo eso es ilegal y punto, y al anciano le espera no solo la confiscación de todo ese material sino una sentencia de diez años en prisión. El anciano no lo entiende ¿A quien hace daño saber que hace mas de un siglo países que ya no existen participaron en guerras, que hubo intoxicaciones alimentarias o que había fallecido un directos de cine al que ya nadie recuerda? Ni siquiera Dredd tiene las respuestas a eso, se limita a cumplir ordenes y a hacer cumplir la ley como ha hecho toda su vida, sin preguntarse nada.
Pero la actitud del anciano y lo absurdo del crimen revuelve algo dentro del propio Dredd, quien pese a seguir con su trabajo de forma mecánica confiscando la biblioteca del anciano, no puede evitar darle vueltas a la idea de que realmente ocultar todo eso no tiene sentido, que ni sabe quien prohibió todo aquello o por que, que no supondría ninguna diferencia para los ciudadanos de Mega-City 1 saber que un hombre llamado John Cassavetes había muerto hacia ciento veinte años, que a nadie le importaría… Pero la ley es la ley y el la ejecuta como le han enseñado a hacerlo.
En esta historia Alan Grant, aprovechando la entonces reciente muerte de Cassavetes, construye en torno a esa noticia una historia que retrata a la perfección y en un brevisimo espacio la opresiva dictadura en la que viven los habitantes del mundo de Dredd pero desde un punto de vista de lo mas mundano, alejado de los grandes despliegues de violencia que se han visto en otras historias para presentárnoslo desde el sinsentido de la censura. Ni el propio Dredd sabe quien o porque se prohibió todo el material anterior a las Guerras Atómicas, una decisión que quizás en aquellos tiempos de inestabilidad pudieron tener «sentido» para el recién nacido Departamento de Justicia, pero que siglo y pico después, cuando ya no le importa a nadie lo que sucedió entonces, sigue siendo un delito grave.
Y para acentuar aun mas este sinsentido Grant y MaCneil nos muestran constantemente en que consiste ese material tan “peligroso” que atesora el anciano. Libros sobre esposas de Hollywood y Pop Art, ejemplares viejos de Newsweek o Time, revistas de cómics como la propia 2000 A.D., Action o Crisis, las obras de Tolkien o Asimov, Moby Dick, incluso un ejemplar de lo que parece ser el “How to Draw Comics the Marvel Way”. Material que nadie con dos dedos de frente consideraría peligroso pero que recuerda de forma demasiado inquietante a cosas que están sucediendo hoy en día no solo en dictaduras reconocidas, sino también en países presuntamente civilizados.
Pero que las historias de Dredd se utilizasen como forma de critica social no era nada nuevo ni siquiera en 1989, lo que si era relativamente nuevo era como Dredd empezaba a dejar de ser ese ser pétreo e inamovible que había sido desde su nacimiento para ir convirtiéndose en un personaje lleno de contradicciones, en una victima y tambien ejecutor de ese sistema que defendía de forma sanguinaria si era necesario. Algo que como señalaba antes resulta irónico precisamente porque Grant estaba en contra de esa evolución, pero al querer mostrar a través de Dredd como incluso alguien como el, literalmente creado para ser el perfecto fascista del Departamento de Justicia, encontraba absurda la prohibición de poseer material literario previo a la guerra, colaboró quizás inadvertidamente a dicha evolución. Aunque aun así y pese a que se encargo de dejar claro que la fe de Dredd en las leyes de la ciudad no era tan inmutable como parecía, también quiso que no quedasen dudas de que este iba a cumplir la ley al pie de la letra porque no era capaz de hacer otra cosa. Nada sorprendente viniendo de alguien como Grant que poseía una sana y comprensible desconfianza hacia la autoridad.
Colin MaCneil por su parte encaja como un guante en esta historia, su estilo directo y carente de artificios retrata a la perfección la falta de humanidad de los Jueces que casi parecen robots carentes de emociones cumpliendo sus ordenes y destrozando las posesiones de este anciano solo porque a lo mejor ha cometido algún crimen. Algo que contrasta con la frágil humanidad de este y su incredulidad e impotencia a veces casi patética ante la situación que esta sufriendo, a quien retrata en algún momento incluso siendo incapaz de mirar a los Jueces a la cara cuando se dirige a ellos por el miedo que le atenaza mientras le privan de su biblioteca y de su libertad o como es retratado empequeñecido ante ellos.
Y aunque Alan Grant no estaba nada de acuerdo con la dirección en la que historias como estas acabaron llevando al personaje en las décadas siguientes y acabo prefiriendo dedicar su talento talento a la Juez Anderson, no se le puede negar a Grant la forma tan aparentemente sencilla y efectiva en la que en un puñado de paginas recordó a sus lectores que la vida de los ciudadanos de ese mundo no era esa fantasía de ciencia ficción que podía llegar a parecer en otras historias. Y de paso lanzó una de esas advertencias contra totalitarismos y fascismos varios que nunca son suficientes y de la que esta llena 2000 A.D. (pese a que aun hoy en día es fácil encontrar gente que jamas ha entendido la revista) y nos dejo también un triste recordatorio de que a veces nuestra realidad corre demasiado peligro de parecerse mas de la cuenta a la ficción. Y por todo ello, ahora quizás mas que nunca, vale la pena