La cosa empezó, como todo por aquel entonces, por una herencia. Que aquí todos querían heredar y según se moría el viejo, se daban de tortas hasta que uno se quedara con todo o, como decían los completamente fiables cronistas de la época, «puso orden». A tortas, tortas que curiosamente solía recibir cualquiera menos los bizantinos, que vivían muy felices en Constantinopla mientras toda grecia estaba ardiendo, quemándose y desangrándose. Pero claro, ellos estaban hechos de una pasta especial, eran nobles con linajes que descendían de los reyes de Roma y no había razones para borrarlos de la faz de la Tierra… Hasta que le tocaron los cojones al sultán equivocado.
Que a ver, si el ya-no-tan-gran-Imperio Bizantino había sobrevivido hasta entonces no era porque los demás los consideraran superguays o tocados por la mano de dios, era simplemente porque tomar una ciudad tan amurallada era un coñazo; al asalto no la podías tomar porque te dejabas demasiados soldados que seguramente luego te harían falta para matar húngaros o rumanos adictos a meterle palos por el culo al personal y que tanto se empeñaban en rebelarse contra tí. Además, los cabrones eran un poquito cristianos y claro, a poco que les tocabas un pelo te la liaban con que te iban a mandar a una banda de saqueadores a hacerte una cara nueva -cruzada, lo llamaban ellos- y aunque rara era la vez en la que acababan suponiendo un problema más que una pequeña molestia, no dejaba de ser un fastidio limpiar las calles de tanto cadaver de idiota. Así que hasta entonces habían matado húngaros, rumanos, búlgaros y algunos griegos, pero sin llamar demasiado la atención de los borrachos o de los rusos, que esos también le daban a la botella cosa mala. Tras empezar el siglo XV con una bronca fina -otra vez peleas por herencias, la corona es mía porque me sale a mi de los huevos- a los constantinoplos estos no se les ocurrió otra cosa que, por esto de malmeter, sugerirle a Duzmece Mustafá, un tío del sultán otomano de la época, Murad II, que igual sería una buena idea esto de quitarle el trono y ser califa en lugar del califa (o sultán, que estos no eran tan flipados como en Córdoba) con lo que el hombre se volvió reloco y se lió a tortas con su sobrino, que en cuanto lo derrotó decidió sitiar Constantinopla en 1421. Y ya en aquel momento, pues sí, se veía que sitiar Constantinopla era un coñazo.
Porque estabas ahi parado ni se el tiempo y los putos griegos estaban en lo alto de las murallas descojonándose de tí, llamándote de todo en griego y diciendo que su ciudad ha aguantado mil años y que su imperio tiene dos mil, que tu tatarabuelo estaba comiendo estiercol de burra en Turkemenistán cuando Julio César invadió las Galias y que qué me vas a hacer tú que llevas un trapo por sombrero, payaso, que eres un payaso. A Murad II las mierdas que le dijeran los romanos de chichinabo estos se la traían al pairo, pero lo que le tocaba la moral de verdad era no poder hacer nada contra esas pedazo de murallas que tenían los griegos, que con el ejército de mierda que tenían, completamente anticuado y de un tamaño ridículo, no le habrían durado ni el primer asalto. Pero ahí estaban los cabrones, con su cadenita para parar barcos, troleándole antes de que existiera internet y peor todavía, comiéndole la oreja a su hermano pequeño, un crío que era sangre de su sangre y carne de su carne, para que se le rebelara también y sitiara una ciudad suya, Bursa (que no es bolsa mal pronunciado, que es una ciudad de la penínusla). Visto que las despensas de Constantinopla estaban demasiado llenas y que los cabrones iban a durar lo indecible, el pobre Murad II tuvo que retirar su ejército de un sitio para romper otro, con lo que los bizantinos se fueron de rositas.
Y peor todavía, un año después y con el niñato ejecutado -que será mi hermano, pero a mi no me toca los cojones ni mi madre- los bizantinos, los muy cabronísimos, decidieron seguir malmetiendo y le vendieron muy barata la ciudad de Salónica y sus aledaños a los Venecianos. Que tu me dirás que qué problema hay en todo eso, que uno es muy libre de hacer lo que le de la gana con sus ciudades y territorios, pero en aquel momento Salónica era una ciudad que estaba en mitad de territorio otomano, aislada de Constantinopla y que los griegos se veían ya incapaces de defender, mientras que los venecianos eran una superpotencia comercial y naval de la época y podían acceder allí tranquilamente y hasta mandarles un ejército de tres pares de narices en aquel momento. Lo que es peor, Murad II tenía un tratado de paz con ellos que se había extendido por generaciones, pero todo el mundo sabía -tanto venecianos como turcos como, por supuesto, los putos griegos del mal- que a medida que los otomanos se habían ido adentrando por Europa y ganando territorios hacia el mar adriático, tarde o temprano llegarían a tener que pegarse con los venecianos. Y claro, que tuvieran una cabeza de playa en su territorio para otra hipotética cruzada de borrachos no era algo que fuera tolerable para un sultán que acababa de ejecutar a su hermano pequeño de trece añitos, así que se lió a tortas con los venecianos hasta conquistar Salónica, Tesalónica y todo lo que hiciera falta.
Aquella guerra se había extendido durante unos diez años y claro, había que aprovechar que los venecianos estaban lamiéndose las heridas para arramblar con todo y quedarse con cachos de Serbia, Hungría y lo hiciera falta, con lo que a eso se aplicó el bueno de Murad II hasta que en 1443 el papá se dio cuenta de que en estas conquistas acababan de mearle en la cara al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y que esto no podía ser, que había que mandar una cruzada o algo, provocando un pifostio de cojones que la nobleza turca -no sé si con la connivencia bizantina, que a esos les encantaba lo de enmierdar lo que a un tonto inventarse conspiraciones- aprovechó para hacer unas cuantas demandas y mangonearle al sultán, por lo que Murad II decidió devolverle los territorios a los serbios y a los húngaros y allá os quedeis majetes, que tengo culos aristócratas que patear. Y cuando el hombre ya estaba pensando en jubilarse porque estaba mayor para tanta mierda, van y se le rebela un vasallo que tenía en el sur asia menor, en Karaman, un sitio que estaba en casacristo pero que ya le había mareado un poco aquella vez que estaba sitiando Constantinopla tan tranquilo cuando se le levantó medio país, así que tuvo que montarse otro ejército a arreglar el follón mientras dejaba de regente a su hijo Mehmed, que por aquel entonces no llegaba ni a la adolescencia y, por supuesto, se le subieron los jenízaros a las barbas.
Y cuando en 1444 Murad ya se había librado de los Karamanos, de los jenízaros y por fin pensaba que podía retirarse de una santa vez, el papa se flipa otra vez y decide montar otra cruzada. Sí, OTRA. Que hay que liberar a los bizantinos, que pobrecitos míos, que si se juntan todas las naciones cristianas pueden echarlos de europa, de asia menor y hasta liberar Jerusalén, que pobrecita que esta ahí abajo solita y es la casa de Jesús. Obviamente la mayor parte de los albaneses, serbios y demás que han soportado el grueso de la guerra le vienen a decir que vaya a matarse su padre, que ellos están muy ocupados con lo suyo y que no piensan limpiar cadáveres de cruzados borrachos de sus calles, que bastante tienen limpiándolas de la última vez que se lió. Sin embargo, el papa se puso tela de pesado y consiguió venderle la moto al rey de Polonia y Hungría, Vladislao, que era un niñato gilipollas de veinte años que se montó un ejército del copón en el que iba hasta el puto conde Drácula -que sí, que iba ahí dispuesto a empalarlos a todos- y bajaron por el Danubio a toda leche para reventar turcos. Y así es como, un año después de firmar una paz que debía durar generaciones, Murad tuvo que volver a movilizar su ejército para matar europeos… Y dejando a los bizantinos en paz.
Poco se movieron los mapas durante los años posteriores, esos en los que Murad firmaba paces para generaciones y entre él y sus enemigos se las apañaron para romper tratados constantemente, tener ataques fallidos y demás. Lo importante es que en el invierno de 1451 Murad era ya un anciano de cuarenta y seis años que falleció probablemente convencido de la incompetencia de su heredero Mehmed II, que era tan inútil que nunca había ganado una batalla por su cuenta y hasta había subido el sueldo a los jenízaros cuando se le declararon en huelga y le quemaron el mercado. La muerte de Murad II se mantuvo en secreto durante dos semanas para darle tiempo al príncipe inútil para volver a la capital y proclamarse sultán, aunque todos daban por hecho que en cuanto lo hiciera iba a tener que hacer frente a unas cuantas rebeliones. Una vez coronado, Mehmed II se cargó a su hermano -aquí heredo yo y punto- y procedió a poner en marcha su plan para consolidar su poder y demostrar que era capaz de hacer lo que su padre no pudo; pasarle por encima a los malditos bizantinos, sus chanchullos, sus murallas impenetrables y sus ejércitos de mierda.
Porque ya no era solo que le hubieran tocado los cojones, Mehmed también había descubierto -sin pruebas, como casi todo en aquellos años- que aquella vez cuando tenía trece añitos y se se la liaron los jenízaros, su propio consejero, ése que tan mal lo aconsejó, había estado siendo sobornado por los bizantinos… ¡Y ahora me diréis que no había razones para cargarse a los bizantinos de los cojones! ¡Y sí, aquí acaba el post, pero a ver si os creíais que en un post de clickbait os iba a contar la caída de Constantinopla, ja! ¡Que os habéis tragado un post entero sobre los Otomanos pensando que era uno sobre los bizantinos, doble clickbait! ¡Y ya que estamos, M’Rabo jódete que has perdido!