Allá por los 60 y cuando Steve Ditko y Stan Lee crean Doctor Strange, Master of de Mystic Arts, parte de la contracultura hippie que buscaba el misticismo a través de lo lisérgico vió en el personaje algo más que un superhéroe, llegando en algunos casos a preguntar a Stan Lee si usaban textos arcanos para escribir al personaje, si sus hechizos funcionaban y demás barbaridades que producen las drogas en la mente humana. A Stan Lee estas cosas le hicieron gracia y, como buen vendedor de cubitos de hielo en el ártico, se aprovechó de la situación todo lo que pudo, pero la cosa se quedó ahí.
Sus sucesores en los 70, pertenecientes en muchos casos a aquella generación de hippies, sí que tomaron una aproximación más «viajera» al personaje, con muchos argumentos tomados directamente de estos paseos por el subconsciente en la época que algunos han venido a llamar como «la quinta del porro». Pocos años después de aquello y estando el olor a porro todavía apestando el bullpen, en 1978 y de la mano de Jim Starlin, Roger Stern arranca una etapa en el personaje que durará hasta mediados de los 80, marcando una de las eras más memorables del personaje a pesar de que sus otras ocupaciones provocaran que esporádicamente tuviera que abandonar el título de vez en cuando, momento en el que algún buitre trató de arrebatarle la serie de sus manos… Buitres como Chris Claremont, ÉL Chris Claremont. Pero no nos adelantemos demasiado.
Mil novecientos setenta y ocho es un año complicado en Marvel, porque todavía continúan las luchas de poder entre el viejo orden de Marv Wolfman y Len Wein y el nuevo de Jim Shooter, y en aquel momento el Bullpen de Marvel era un ir y venir de guionistas que se editaban unos a otros para poder salirse siempre con la suya, cosa que Shooter cortaría tratando de hacer que solo una visión valiera; la suya. Pero en aquel momento Shooter todavía era el nuevo jefe y la opinión de totems de la editorial como Len Wein todavía era importantísima, sobre todo en el caso de X-Men, serie que Chris Claremont había tomado de sus manos tras unos pocos números y tras haber sido su ayudante durante años; hablando en plata, que Wein era una autoridad. Paralelamente a todo esto, Roger Stern era un editor/guionista que no llevaba mucho tiempo en la editorial y que todavía no se había consolidado dentro de la misma y que había empezado a escribir Doctor Strange con el número 27, con portada de febrero de 1977, más o menos por la época en la que en Uncanny X-Men John Byrne llegaba a la serie y el mismo mes en el que se presentó a Guardián, conocido por aquellos tiempos como «Arma Alfa». Y puestas las fichas del tablero, vayamos con el drama…
Siempre según Stern, un día de 1978 en el que Claremont y Stern estaban en el bullpen, el escritor de orígen británico soltó la bomba; el padre de Rondador Nocturno es Pesadilla. La respuesta de Stern fue directa: «No, no lo es. No voy a permitir que te apropies de uno de los villanos más importantes de mi personaje», tras lo que Len Wein le dió la mano a Stern dándole la razón; si Stern era el guionista del Doctor Extraño, tenía la última palabra sobre sus villanos igual que Claremont podía tenerla sobre los suyos. Y asunto arreglado, no había más que hablar… Pero va a ser que no. Porque por aquella época, Chris Claremont estaba casado con Bonnie Wilford, una Alta Sacerdotisa de la Cábala que se hacía llamar Graymalkin -sí, sé que os suena- y que operaba en una tienda esotérica llamada Magickal Childe donde vendían joyería con poderes místicos, hacían rituales, ponían maldiciones y demás superchería. Vamos, el típico sitio en el que la gente que no acaba de encajar en la sociedad por no responder a lo que se entendía como «normal» -ya sea frikis, fetichistas, LGTBI, etcétera- encontraban su billete a Hogwarts; tanto Claremont como su señora estaban flipados con la idea mística y el Doctor Extraño debía ser tremendamente atractivo para Claremont y sus intereses…
Y aun así, no vamos a decir que Stern y Claremont se llevaran fatal, porque aunque el propio Stern no tardaría en ser el nuevo editor de X-Men unos pocos meses después con el número 113 de la serie y por supuesto desterró por completo la idea de Pesadilla como padre del pobre Kurt Wagner -y menos mal- Claremont, Stern y Byrne se llevaron lo suficientemente bien como para seguir trabajando juntos durante años y que Stern hasta visitara alguna que otra ceremonia de Bonnie y el círculo neopaganista de marras. Círculo dentro del cual se consideraba que Claremont debía de ser el guionista de Doctor Strange, que el personaje estaba de capa caída y que sus guionistas necesitaban una guía de Tradición Esotérica Occidental, por lo que el matrimonio Claremont encargó a una fan del Doctor Extraño de su mismo círculo, una tal Cat Yronwode (sí, sí, la de Eclipse), que les hiciera llegar y ampliara su «The Lesser Book of the Vishanti», un recopilatorio de objetos mágicos, poderes espirituales y cánticos mágicos del personaje desde su primera aparición que Cat llevaba años realizando por su cuenta; el recopilatorio, a caballo entre el afán enciclopedista, lo místico, lo porrero y la fanfiction, acabaría siendo utilizado y solicitado por algunos de los guionistas del Doctor Extraño posteriores, y hasta algunos de sus conceptos más «creativos» incorporados a la continuidad Marveliana. Y aquí lo tenéis si queréis leerlo, sí.
No, no he visto este documental pero por lo visto hablan del tema. Y no lo he visto porque hasta mi curiosidad tiene sus límites, que he leído lo suficiente a Lovecraft y estos vendían «el verdadero» Necronomicon.
Pero claro, tú puedes ir a estas mierdas de buen rollo porque hay drogas, poliamor, orgías y estas cosas del amor libre setentero, pero lo que no puedes admitir ni de broma es que te pisen lo fregado. Roger Stern era el guionista de Doctor Extraño y él iba a ser en último término el que decidiera qué hacer con el personaje, por lo que los Claremont mantuvieron sus sucias zarpas fuera del personaje durante bastante tiempo… Hasta que a finales de 1979 Claremont hizo una historia de unos seis números, que debido a la errática periodicidad de la serie se alargó hasta 1981. En principio no iba a ser una etapa larga ni nada parecido, simplemente era Claremont haciendo una etapa a priori bastante continuista respecto a la de Roger Stern en la que llega a presentar a Sara Wolfe, un personaje secundario que el propio Stern seguirá usando sin ningún problema, todo muy amistoso, pero de por medio pasaron unas cuantas cosas que le dan a uno que pensar, como que Roger Stern dejó de ser editor de X-Men a mitad de la Saga de Fénix Oscura, John Byrne dejó la serie «de repente» y pasó de alabar a Claremont allá donde iba a ponerlo a caer de un burro aunque nadie se lo pidiera… Que esto no es un programa de cotilleo de gente comiendo en directo y gritando hasta arriba de cocaína, pero aquí tuvo que pasar algo gordo para que esta gente se enfadara tanto.
Y algo pasó, porque el X-Men Annual #4 se publica precisamente en 1980 y justo en mitad de la etapa de Claremont en Doctor Extraño, por lo que el guionista se ve perfectamente facultado para sacar a Stephen en la historia y provocar la ira de Roger Stern… Inventándose de la nada un personaje vinculado con el pasado de Rondador Nocturno, Margali Szardos, capaz de poner en ridículo al Doctor Extraño y hasta de usar el Ojo de Agamotto contra su voluntad. Margali era la madre adoptiva de Rondador y madre biológica de Jimaine Szardos alias Amanda Sefton, la novia de Kurt, y tanto madre como hija manejaban las artes místicas con bastante habilidad, aunque la madre tuviera un modo dios que superaba el del Hechicero Supremo. Cosa que, por supuesto, a Roger Stern no le hizo ni pizca de gracia pero claro, ya ni era el editor de X-Men ni el guionista de Doctor Strange… Pero éso iba a cambiar.
Porque una vez finalizada la etapa de Claremont y tras un fill-in de David Michelinie, Roger Stern volvería inmediatamente a Doctor Strange con el número 47 y prácticamente se mantendría en ella hasta el final de la misma, creando una de las etapas más memorables del personaje si no la que más, compartiendo dibujante a ratos con Uncanny -Paul Smith- que curiosamente y justo durante el mes en el que empezó a dibujar también a los X-Men de Claremont en febrero de mil novecientos ochenta y tres, publicaba el número 57 de Doctor Strange (dibujo de Kevin Nowlan, yo no me quejaría) en el que la mala leche de Roger Stern alcanzaba cotas jamás vistas, atentos que la cosa es tremenda: de entrada retconea toda la historia de Margali Szardos, contando una historia en la que, después de que Clea deje plantado (con toda la razón del mundo, que hay que decirlo) a Stephen, multitud de tarados de medio pelo sin media torta pero muy amigos de «lo Oculto» pretenden que el Hechicero Supremo los tome como discípulos, haciendo cola a su puerta, tratando de colarse en su casa por la ventana y hasta usando la magia, como es el caso de Jimaine Szardos, que demanda su puesto como discípula por el derecho que le da ser la hija de Margali la del Sendero Tortuoso, Hechicera Suprema. Y aquí es donde se lía pero bien…
Porque Extraño le dice que ni estaba preparado para tener una discípula con Clea -bien- ni lo está ahora, por lo que no piensa hacerse cargo de ella. A Amanda esto no le hace ni pizca de gracia y se pone a hablar como un villano de tebeo, atacando a un Stephen que lo rechaza sin despeinarse, quejándose de lo burdo de «un ataque del que hasta un novicio podría defenderse». Y va a más, porque afirma que ese poder de Jimaine no viene del interior, que viene de fuera, cosa que provoca que aparezca la mismísima Margali proclamando ser la superior de Stephen, tras lo que ambos se enfrentan hasta que él le roba la varita mágica, rompiendo el sortilegio que poseía a Margali y dejándola sin poderes; porque Margali ni poderosa ni leches, simplemente era una pobre mujer poseida por un artefacto mágico, por lo que la humillación del Annual de X-Men quedaba desecha y Stephen -y Stern- se toman su justa venganza rompiendo la varita de marras. Todo estaba bien, Amanda Sefton dejaba su pijama místico y volvía a ser «normal», y para el número siguiente Margali se despedía para volverse a Alemania y dejar de dar la paliza. Todo correcto, sí, todo habría quedado en algo sencillito, yo retconeo algo que no me gustó, una niñería de tantas de la época, Byrne y Claremont de esas tuvieron unas cuantas, pero… Roger Stern fue mucho más allá.
Porque en el arranque del número 57 tenemos a Stephen Strange tomándose algo en una terracita junto a Morgana Blessing, momento en el que es interpelado por un señor barbudo y carirredondo, un actor llamado «Scott Montagu» y su esposa «Bunni». Scott es tremendamente hablador, con una verbosidad apabullante nivel Deadpool, y le viene a contar al Hechicero Supremo que su señora, Bunni, está muy metido en esto de la magia, y que a ella le gustaría ser su aprendiz, que ella ya lee el tarot del derecho y del revés. Extraño decide resolver la papeleta hechizando al tal «Scott» con un hambre voraz que le impide dejar de comer, haciendo que se calle y permitiéndo al hechicero largarse cargando la cuenta al susodicho. Y se va… Hay algo chungo en eso de meter a Claremont y su señora en el arranque de la historia, configurando todo el cómic como una venganza pura y dura. No sé que pasó entre esta gente que «tan bien se llevaban», pero Byrne cuando es preguntado sobre el asunto de la «Alta Sacerdotisa Graymalkin» Bonnie Wilford se limita a decir que sí, que Claremont y ella estaban casados y que no sabe hasta que punto Chris estuvo metido en todo ese sinsentido de la wicca. Y puede que Byrne no supiera nada, pero Stern algo vió y… No debió gustarle.
La guerra entre Stern, Claremont y Byrne seguiría durante buena parte de los 80 en las páginas de títulos como Fantastic Four, X-Factor o X-Men VS Avengers, y aunque el matrimonio de Claremont con Wilford no tardaría en disolverse y las referencias a la cábala irían desapareciendo de su trabajo, personajes como Illyana Rasputin o la propia Amanda Sefton (que recuperaría sus poderes místicos en breve, con retconeo del retconeo) quedarían como testimonio del roce de Claremont con la superchería. Todo esto sin olvidarnos del espinoso asunto Greymalkin, que originalmente todos dimos por hecho que la elección de Chris Claremont de ese nombre para la calle ficticia en la que se localiza la Escuela del Profesor Xavier para Jóvenes Talentos se debía a que Graymalkin era el familiar de una de las brujas de Macbeth, pero visto lo visto… En fin, que supongo que es mejor no conocer a tus héroes. O por lo menos, no todo su pasado.