Allá por finales de los 90 cuando Batman sufría cierto estancamiento creativo, la misteriosa identidad del asesino de Batman: El Largo Halloween mantuvo en vilo a todos los lectores del murciélago, pero su resolución dejó insatisfecho a más de uno. No, el asesino no fue el mayordomo, pero entraba del tópico de «el asesino fue una loca». Como Wanda Maximoff. Como Jean Loring.
Jean Loring mató a Sue Dibny «por error». Ya sabes, una se hace microscópica y trata de pegarle un susto a una amiga, se le va la mano y zas, ya eres una psicópata. Ya finges tu propio asesinato frustrado y haces lo que puedes con lo que hay, con lo que vuelves con Ray Palmer aka the Atom, ése superhéroe del que el cómic insiste tanto en que quieres volver con el, a pesar de que llevas años casada con otro tipo y no asomas por un cómic desde los Titanes de Jurgens. Y luego ya pues eso, una cosa lleva a la otra y para que dejen de buscarte por todas partes y puedas zumbarte a tu maridito tranquilamente contratas a un asesino a sueldo cualquiera -el Capitán Boomerang, nada menos- porque consideras que es un negado y un incompetente y lo mandas a matar al padre de Robin mientras le das una pistola a la víctima, en un plan loquísimo para que sea él el que mate al asesino y le cuelguen todos los asesinatos. Por supuesto, sale mal cuando durante una conversación con tu maridito se te escapa un dato que no deberías saber y él enseguida te consigue una residencia permanente en Arkham (se la lleva hasta allí en persona) para largarse a su microverso a ver si se encuentra con su amorcito de Sword of the Atom (pero llorando más que Candy Candy, eso sí).
Si The Long Halloween era rebuscado, Identity Crisis lo es aún más. Otra vez es un lo hizo una loca a la que la situación se le fue de las manos, pero esta vez los asesinatos son un tanto recambolescos, las reacciones de los personajes son completamente desquiciadas y a la hora de la verdad, Jean Loring es una simple anécdota, no es nadie. Alguien irrelevante, como Sue Dibny, Jack Drake, como Firestorm. Lo lamentable de Identity Crisis es que, queriendo por todos los medios que los personajes te importen, humanizarlos, hacerte empatizar con su rabia y su dolor, lo único que hacen los dos últimos números de la miniserie -al igual que los anteriores, no nos vayamos a engañar- es enfurecerte, hacerte odiar a los héroes. Porque probablemente Oliver Queen y Wally West sean dos de los personajes más humanos de los que tenía DC en aquel momento, tridimensionales, con sus propias contradicciones y su propia personalidad, pero en Identity Crisis Ollie se traiciona por completo a si mismo y Wally se convierte en un cómplice de toda esta barbaridad mientras Kyle mira para otro lado.
Y ése es el problema, que los crímenes que supuestamente deberían estar en el centro de Identity Crisis pasan completamente a un segundo plano en favor de la dichosa violación y la lobotomía, y por mucho que Meltzer intente centrar la resolución en Jean Loring, la verdadera intención de la miniserie se ve a las claras cuando termina en un cliffhanger, cuando nos dejen claro que Batman no va a «saber» lo que han hecho con su cabeza hasta el siguiente crossover. Crossover en el que volverán a liarse la manta a la cabeza, Batman tendrá una red de satélites asesinos que se volverá loca, Diana hará cosas chunguísimas porque tiene lo amazonio subido y a Jean Loring se la torturará lo indecible -como bien se esfuerza en dejar claro Meltzer con esos titulares de periódicos afirmando las palizas que recibe de los internos de Arkham- porque se lo merece, porque es una loca loquisima y requetemalísima, porque en las historias de misterio el equivalente a «lo hizo un mago» parece que es «lo hizo una loca». No necesita muchas motivaciones, nada complicado, está loca y en paz.
Mientras tanto, los lectores estaban cabreados por lo de Batman, ¿cómo le podían hacer algo así a Batman? ¿Como podían insinuar que Superman o J’onn lo sabían pero se hicieron los orejas? Aquello era el peor de los retconeos, ¡todas las conversaciones de Batman con sus compañeros de la JLA desde los 80 estaban manchadas por la duda de «¿se habrá dado cuenta?»! Y ante todo esto probablemente Dan DiDio sonreía satisfecho, porque de repente sus personajes y lo que hacían importaban, e importaban mucho. La gente hablaba de ellos y los foros de debate de aquellos tiempos anteriores a las redes sociales se llenaron de apasionadas discusiones dignas de los superhéroes desquiciados de la miniserie. Identity Crisis fue un éxito comercial sin paliativos, una genialidad de DiDio en toda regla, porque disfrazó como historia de misterio una promoción de los crossovers que tenía DC por venir. Todos iban a estar afectadisimos por esta historia y se iban a comportar como auténticos energúmenos a consecuencia de todo esto, ya seas Batman, el Capitán Marvel o Wonder Woman. Todos, sin excepción posible, iban a entrar en el vagón de los mustios, de los chungos, de los intensitos insoportables.
En definitiva, Identity Crisis es como una película de Michael Bay, algo que supuestamente nace para entretener pero en realidad su único objetivo es hacer el mal. Es como el vecino cabrón que se pasa toda la noche haciendo ruido y se pone a hacer obras a las ocho de la mañana, como una migraña que durase quince años. Otros vendrán que bueno te harán, que dirá alguno después de ver como salió aquello de New 52, pero si tengo que definir concretamente algo que realmente me molesta de Identity Crisis, más allá del «necesitamos una violación», de los fuegos de artificio y la búsqueda del impacto «barato» impuestos por la editorial, es que Meltzer es machacón como él solo en un recurso literario que normalmente funciona la mar de bien; consiste en hacer empatizar al lector con los personajes justo antes de que les pase algo horrible. Stephen King lo hace, ya-sabéis-quién también lo hace, es algo legítimo y estupendo, pero abusar de ello puede ser muy malo. Meltzer se pasa todo la condenada miniserie presentándote personajes, metiéndote en su piel y contándote lo mucho que se quieren para poder matarlos de la forma más horrible que se le ocurre y acto seguido olvidarse por completo de ellos. Algunas viñetas llorando, sufriendo, pero una vez ya les han jodido la vida nos vamos a otra cosa. Y para confundir al personal metemos por en medio a Superman con su familia, para que te creas que les puede pasar algo pero nooo, no les pasará nada hasta que lo dejen huérfano otra vez en New52 o algo parecido.
Pero lo triste es eso, que una historia que a ratos denota el cariño de Meltzer por los personajes a la vez los maltrate de esa manera, sobre todo los personajes femeninos, que son auténticos ceros a la izquierda, víctimas o verdugos, mientras los demás se van volviendo locos y Batman planea como una sombra sobre la trama sin ser capaz de hacer absolutamente nada. El manejar tantos personajes a la vez tiende a hacer que no abarques y acabes dejando de lado alguno que otro, pero esta miniserie batió todos los records en personajes «de usar y tirar», y éso convierte toda la miniserie en un grupo de oligofrénicos tratando de justificar las canalladas que van haciendo; en un cómic que habla sobre las consecuencias de nuestros actos y los de los demás que apenas se para a mirar sobre las consecuencias de los dichosos actos. Y por eso Identity Crisis es un mal cómic, por más que trate de revestirse de una capa de solemnidad e importancia. Ya digo, en algunos tramos y en algunas escenas funciona, pero en su conjunto no se soporta porque el tema no funciona, y con ese estilo «intensito» creó buena parte de los barros de los que vinieron los lodos de criaturitas como Zack Snyder y sus fans, que consideran que DC Comics es esto… Y nada más.
Identity Crisis supuso un paso más en la escalada armamentística entre DC y Marvel que no favoreció precisamente a los lectores, que se encontraron de repente bombardeados con eventos en las que los personajes hacían cada vez mayores burradas. Para cada Crisis Infinita había una Civil War, un evento terrible en el que los personajes hacían cada vez cosas más impensables, una concatenación de relanzamientos y números uno ante los que Marvel reaccionó por una buena temporada relanzando números uno anualmente hasta el absurdo. Y alguno me dirá que esto no es culpa de Identity Crisis, que solo es un engranaje en la serie de catastróficas desdichas que vinieron luego, pero quieras que no la mecha se encendió con estos cómics; y es que aunque Dan DiDio no mandara nada en Marvel en aquel momento, hasta entonces Quesada había planteado su estrategia como una de atacar cada serie independientemente, «arreglando» primero Spiderman, luego la Patrulla X, luego los Vengadores… Pero tras Identity Crisis llegaron las estrategias globales, las reuniones por comité, el «ésta es al historia que vamos a contar a lo largo de todas las series para el año que viene, el que tuviera planes a largo plazo que se aguante». Ahora el tono es este, ahora aquella continuación de Formerly Known as Justice League se va a quedar como una historia dentro de JLA Classified, que total no la lee nadie y la vamos a cerrar en cero coma.
¿Era mejor el universo DC anterior a Identity Crisis? Sin ninguna duda. ¿Podía haberse contado Crisis Infinita sin «el desquiciamiento» de Identity Crisis y sus secuelas? El Superman de Tierra 2 ya habría visto demasiado «chungo» al Superman de Byrne -no lo olvidemos, ese Superman mató a tres kryptonianos y tuvo literalmente una crisis de identidad- con lo cual no hacia falta llegar a estos extremos. La multitud de crossovers que se publicaron a posteriori como El Día de la Venganza, La Guerra Rann-Thanagar, Villanos Unidos y demás podían haber existido perfectamente sin el kilotón de sensacionalismo de esta miniserie, con lo que DC podría haber mantenido su dignidad y la vida de todos sería mucho mejor.