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Audrey Hepburn en la nevera: Identity Crisis (III)

Escuadrón Supremo de Mark Gruenwald y Bob Hall es un gran cómic. Cuenta una historia, tremendamente novedosa en aquel momento, en la que el mayor grupo de superhéroes del mundo toma las riendas del gobierno mundial tras un desastre a escala global, y cómo a pesar de sus buenas intenciones, su utopía empieza a resquebrajarse por todos lados y la cosa acaba como el rosario de la aurora. Es, repito, un gran cómic, pero en su tiempo y en su lugar, entendiéndolo como es y no como la forma en la que deberían hacerse todos los cómics.

Las portadas de toda la miniserie estuvieron realizadas por un Michael Turner que ya estaba sufriendo la enfermedad que acabaría llevándoselo.

Más allá de que sea un evento importante con clara vocación comercial, el referente de Crisis de Identidad no es Crisis en Tierras Infinitas si no Watchmen. Watchmen era, como Escuadrón Supremo, otro acercamiento al género superhéroico desde un punto de vista más cínico, en lo que para algunos era un enfoque más realista. Los superhéroes hacían cosas muy cuestionables, morían, la gente a la que apalizaban acababa con los huesos rotos. Sí, es realista el que las acciones tengan consecuencias, pero existe un término medio entre un mundo feliz sin consecuencias y un mundo deprimente en el que todo es dolor y sufrimiento -y sexo, mucho sexo vacío-. Cuando aprendemos a leer no sabemos cuando algo es bueno o es malo, sabemos lo que nos gusta y poco más. Algunos se quedan en ello toda la vida y eso de por sí no es algo malo, nadie tiene por qué ser un crítico de arte para disfrutar del arte, mientras que otros experimentan un claro complejo de inferioridad y tratan de crearse estructuras mentales que los defiendan de la realidad de verse incapaces de juzgar algo por su calidad objetiva y no por criterios subjetivos cuando no directamente arbitrarios.

Y ésa es una de las cosas que hacen que la comedia nunca sea tan reconocida como el drama, porque el drama estremece y te hace sufrir mientras que con la comedia te ríes, ¡no puede ser algo serio e importante!

El problema de buscar una experiencia sensorial pero a la vez querer «ir más allá» es que es muy fácil que te den gato por liebre. Es vox populi, «Watchmen es el mejor cómic de superhéroes de la década de los 80 y éso es indiscutible, ¡dónde va a parar!» Pero pocas veces nos encontramos reflexiones sobre qué es exactamente lo que hace que Watchmen sea superior a, por un decir, los Titanes de Wolfman y Pérez. Hay muchísima gente a la que le gustan más los Titanes de Wolfman y Pérez, pero cuando se menciona Watchmen guardan un discreto silencio y miran para otro lado, claudicando. Watchmen es imbatible, no se puede luchar contra Watchmen. Creo que hasta Alan Moore se pone enfermo al saber de situaciones como esa, porque es lo último que habría querido al escribir aquel canto de amor a los cómics y al género de superhéroes en particular. Y es que allí donde muchos ven «realismo», violencia y oscuridad, Watchmen -y Escuadrón Supremo- siempre tuvieron claro de que iban. Que la violencia de todo tipo, que el encabronamiento generalizado, que la sensación constante de fracaso, que la resolución agridulce de la historia -más agria que dulce, porque poco dulce tiene- son herramientas para un fin, un fin que nunca pierde el norte sobre lo que está contando. Es, en última instancia, aquello que los escritores llaman el «tema» de la historia.

Joder con Don Intensito, no le han matado a su señora y ya está amargadísimo.

El mayor problema de Identity Crisis es que falla en el tema. Solo tiene los gritos, el dolor, ansía ser trascendente a través del qué, pero ignora completamente el funcionamiento del cómo. No al nivel de un niño en edad preescolar o el de un creador de Youngblood, no, tanto Brad Meltzer como Rags Morales saben hacer cómics, pero el cómic no deja de ser un trabajo impersonal que desde la primera página es formuláico y ya ha hecho la pregunta más importante de toda la miniserie «¿qué pasa si al protagonista de la historia le pasa algo malo?». Sí, es un drama comunitario, romper la inocencia y la felicidad de la JLA a través de la violación y la locura, pero desengañémonos, todo lo malo de Identity Crisis está en Heroes in Crisis, la era DiDio abrió contando una historia y terminó contando exactamente lo mismo, a pesar de que contaba con autores completamente distintos. Y ninguno de los dos era un mal cómic por si mismo, era un mal cómic en el planteamiento, en el contexto, por eso hay tanta gente que empezó leyendo cómics a través de Identity Crisis a la que le parece un gran cómic, porque es un cómic en el que pasan cosas. Pasan cosas sí, aunque el fatalismo sea insufrible desde la primera página, aunque la imitación de Watchmen sea sonrojante, su empeño en decir «todo iba bien pero ahora van a pasar Cosas Malas» no funciona cuando desde un primer momento Meltzer parece gritar desde el fondo de la sala «Barry Allen está muerto, Hal Jordan perdió a todos sus amigos y se volvió loco, a la JLA le han pasado todo tipo de cosas horribles, ¿realmente tenemos que llegar a ésto?».

La caracterización de Sue es lamentable, mostrándola casi como un satélite que orbita a Ralph y obviando por completo su papel en la JLE, la etapa en la que se hizo más trabajo con el personaje.

Porque si Rags Morales no lo pasó bien con este proyecto, estoy convencido de que Brad Meltzer tampoco. Como decía en , DC llevaba casi veinte años llevando a sus personajes a lugares realmente oscuros, a veces con buen resultado pero otras veces de forma realmente desafortunada, con lo que sobre el papel la novedad que vendía Identity Crisis no era tal, poque a fin de cuentas era un retconeo sobre un secreto terrible de hace años y blablabla, nada nuevo bajo el sol. De hecho y a título personal, recuerdo ver por internet banners promocionando la serie limitada y un despliegue publicitario bastante grande por parte de DC, pero en aquel momento yo ya lo percibí con bastante desinterés, porque se vendía como una muerte que iba a revelar un secreto terrible en el Universo DC y que nada volvería a ser el mismo y blablabla, y para aquel entonces todos estábamos ya pasados de vueltas con el tema y sabíamos que fuera quien fuera el muerto acabaría volviendo, y que todo era una fase de tantas para tratar de convencernos de que en DC estaban pasando cosas. Y de verdad, en aquel momento la editorial tenía buenos tebeos, no le hacía falta decirnos que estaban pasando cosas porque, en efecto, estaban pasando cosas.

Pero mira que pintas le han puesto, ¡que solo le falta cantar Moonriver!

Y para que «pasen cosas», para que nos lo creamos, toda la serie maneja la narración en primera persona desde el punto de vista de varios personajes, en un claro intento de buscar la implicación emocional del lector -y porque en Watchmen lo usaban- diciéndonos lo muchísimo que se quieren y lo muchísimo que les afecta todo lo que está pasando. Este recurso ya llega hasta a intoxicarnos durante la mitad del primer número, basada en idealizarnos la relación entre Ralph y Sue Dibny, dejándonos clarísimo lo mucho que se quieren y la de años que han pasado, que los tiempos han cambiado, que los dos son casi un anacronismo de otro tiempo porque en la calle los macarras son más chungos y que él solo quiere quedarse en su casa con su señora que en este cómic lleva un peinado y una forma de vestir sustancialmente más conservadora que la que llevaba en sus apariciones de los últimos veinte años, la última habiendo sido en Formerly Known as the Justice League, encarnación de la Liga que DiDio se esforzaría en destruir durante los años posteriores porque la idea era «matar la felicidad» en DC y la JLI era el epítome del cachondeo. Sí, la historia con Despero fue el colmo de la felicidad, sí.

Y esta fue la forma en la que se demostró de forma más estrepitosa que Gail Simone tenía razón y que los neverazos son una plaga a erradicar.

Tras medio cómic vistiendo la tragedia hasta prácticamente bordear la parodia y mostrar una violencia bastante más cruda de lo normal -pero no tanto en aquellos tiempos, solo hacia falta echarle un vistazo a cualquier número de Batman- en la que hasta se remarca lo horrible del asesinato la contarnos que sí, que Sue estaba embarazada, ¡que horrible es lo que ha pasado! Y nos meten en la cabeza de Green Arrow (que era el protagonista de la serie anterior de Meltzer), que nos va contando lo malísimo que es matar a «uno de los nuestros», contándonos el funeral, lo afectados que están todos, lo que se organizan para encontrar el responsable hasta que un grupo selecto de ellos se aparta y Ralph hace la primera revelación «tiene que haberla matado el Doctor Light». Todavía no explican por qué, pero ése es el cliffhanger del primer número.

¿Cuántos cómics hemos visto con Alfred o cualquier secundario muriendo en la primera página, veíamos su funeral y para el final del cómic el muerto estaba vivo? Identity Crisis es un cómic de consecuencias, no de ideas originales.

«¿Para qué la matan?» recuerdo pensar, cabreado porque tras Formerly Known tenía esperanzas de que Giffen, DeMatteis y Maguire volvieran a sacar otra serie limitada o hasta una regular. Poco sabía yo en aquel momento de lo que estaba moviéndose dentro de DC, de que Identity Crisis era toda una declaración de intenciones de lo que iba a ser la editorial durante los siguientes quince años. Personalizar en DiDio estaba muy feo -había bastantes editores y autores partidarios de la «nueva era», no nos vayamos a engañar- pero al final no dejaba de ser el tipo que dijo que «necesitaban una violación». Con sus luces y sus sombras, la etapa DiDio será recordada por varios tipos de abuso, alguno ya venía desde muy lejos y hasta empezó a pararse durante su administración, otros aumentaron dramáticamente, pero el más que evidente y el que fue emblema de su tiempo fue de abusar de la palabra Crisis y del legado de Watchmen. Que por cierto, es un cómic que nunca jamás entendieron. Y Escuadrón Supremo tampoco.

 

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