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Es mejor eso que morirse: La Patrulla X en Australia (IX)

El Adversario es, al fin y al cabo, el Demonio. Satanás, Belcebú, Lucifer, el Demonio. No era la primera vez que la Patrulla X se enfrentaba a él -si es que contamos como «el Demonio» a Mefisto, Belasco o a Margali Szardos cabreada, para horror de Roger Stern- pero sí la primera en la que las motivaciones eran tan… «Simples». Y sí, supongo que ahí está mi verdadero problema con La Caída de los Mutantes.

En este cómic Claremont dopaba tanto a Margali que entiendo el «contrataque» de Stern…

Porque ya lo hemos comentado, esto no era un crossover ni era nada, simplemente y tras el exitazo de la Masacre Mutante en 1987, Jim Shooter les pidió otro crossover para el verano de 1987 y Louise Simonson y Chris Claremont se sacaron de la manga el bautizar a sus historias del verano de 1987 «La Caída de los Mutantes» porque bueno, algunos se caían. Y sí, es verdad, algunos como el pobre Doug Ramsey se caían pero la mar de bien y la propia Patrulla X no salía mucho mejor parada, pero no me cansaré de repetirlo, Factor X lo petaba pero bien y hasta en sus tie-ins con La Caída de Marras salía desfilando por la quinta avenida de Nueva York ante unos atónitos 4 Fantásticos. Vamos, que este es un crossover más falso que un billete de cuatro euros, pero aun así eran historias que merecían la pena… Excepto por algo que falla en Uncanny. Agarráos, porque me toca darle collejas a Claremont por esto y eso es algo la mar de raro de ver.

Y estoy convencido de que Claremont creía que con esto cerraba su primera etapa en la serie… Pero solo sería el principio del fin.

Que ojo, a mí la idea de el «falso crossover» me parece maravillosa, y ojalá la usaran más a menudo para que no se interrumpa tontamente la trama de tantas y tantas series, pero el problema de La Caída de los Mutantes está en el Adversario, en que esencialmente es una de las historias más maniqueas que hayamos visto en esta serie. Que sí, que lo sé, que hay gente con problemas de autoestima o de algo -no voy a meterme en su cabeza- que necesita que su entretenimiento sea para encefalogramas planos, buenos y malos sin matices porque «esto es escapismo» y blablabla, pero Uncanny X-Men había sido hasta ese momento cualquier cosa menos eso. Hasta personajes extremadamente perversos como El Rey Sombra o Mente Maestra habían demostrado más profundidad, aunque en ambos casos fuera la necesidad de compensar un micropene emocional. Y a mi el Adversario me parecería algo perfectamente pasable si no fuera porque Claremont acababa de usar la carta del «malo malísimo» hacía casi nada con la figura de Mister Siniestro y sus Merodeadores, de los que sus motivaciones hasta ese momento habían sido un absoluto misterio que estaba estirando la paciencia de muchos de los lectores; a posteriori sabríamos que la chapuza venía de tener que improvisar a última hora, pero más de un año después de la «catástrofe» lo único que veíamos los lectores es como los héroes no hacían otra cosa que pegarse contra los mismos pesados que los perseguían allá donde iban, y que para colmo de males tendían a resucitar más que Yamcha. Algo estaba mal ahí, sí.

Se llamaba el Adversario como se podía haber llamado Skelletor, menudo desperdicio de trama…

Y es entonces cuando llega el Adversario, un personaje ya había sido cebado a través de la posesión de Naze, el maestro de shamanismo de Forja y que acababa siendo el gran malo de este «no-crossover» porque es una criatura del caos que destroza haciendo trizas la realidad a fuerza de mezclar pasado, presente y futuro y marear al personal. También tenemos un enfrentamiento entre La Patrulla X y la Fuerza de la Libertad en la entrada del rascacielos de Forja que es más un intento de Mística y Destino por salvar a su hija (un saludo para Hickman y Duggan) que el «intento de unos agentes de la ley por detener a unos mutantes peligrosos», pero que aún así para lo único que realmente sirve es para dejar a Dazzler con una ceguera mística bastante desagradable por cortesía de Espiral (que se supone que esta ahí solo para cazar a Longshot, pero… yo que sé) que deja al equipo mermado de cara a su gran enfrentamiento contra el Adversario. Sí, un puto lío, pero nada raro en Claremont.

#TeamMaddie

Porque esto, damas y caballeros, es la quintaesencia de todo lo que critican los detractores de Claremont; tramas complicadas, personajes que están interconectados de formas extravagantes, gente que entra y sale jurando venganza y haciendo referencia a historias que ni siquiera se habían publicado todavía en EEUU o que lo habían hecho antes de que nacieran tus padres… Quintaesencia de todo lo que le critican, sí, pero por otro lado también es lo que hace grandes estos cómics, el hecho de que los personajes tengan motivaciones que vienen de atrás y van para largo, que lo que pasa en estas viñetas cuenta de una forma en la que ninguno de sus contemporáneos podía igualar. Y sin embargo, el malo de toda esta historia es Satanás, el Demonio. Y se enfrenta a, maldita sea, Roma, la Guardiana de la Realidad. Un personaje del Capitán Britania de Alan Moore y blablabla, pero a la hora de la verdad no es nada más y nada menos que la versión Claremontiana de Dios.

Y sí, hasta Tormenta se lo pregunta.

Pero claro, otra cosa que Claremont trata de destacar estruendosamente es que ésta es la batalla final de la Patrulla X, su Batalla de las Termópilas, su Álamo; por eso recupera al reportero Neal Conan del Juicio de Magneto -el único e inimitable, herejes- que, junto a su colega Manoli Wetherell, servirán de avatares de los lectores para presenciar en directo como los mutantes se sacrifican para salvar el mundo. Pero claro, para esa función también está Madelyne Pryor (aunque se sacrifica como la que más, sí) y toda la Fuerza de la Libertad, que acaban ayudando a la Patrulla en lo que pueden mientras presencian en primera línea como el Adversario va quebrando la realidad transformando poco a poco Dallas en la guerra de Vietnam, el cretácico y un número de la Espada Salvaje de Conan. Y sí, todo lo que aparece intenta matar a civiles, mutantes y reporteros por igual, que esa noche se esfuerzan en dejar claro que esos X-Men no tienen nada que envidiarles a «héroes establecidos» como Vengadores, 4F o -ugh- Factor X.

Ladies and gentleman, The X-Men.

Y así es como la Patrulla X muere, sacrificando sus vidas para cerrar un portal que Forja abrió veinte años antes durante un cabreo, salvando la realidad y a Roma. Y muere después de ser perseguida y odiada por un mundo que han jurado proteger, muere junto a una Tormenta que perfectamente podría haber dejado que el mundo ardiera y vivir una eternidad en una Tierra alternativa junto a Forja(«oh dios mio que enrevesado es Claremont») muere perseguida, odiada y reivindicada por las imágenes de un único reportero que el mundo olvidará más pronto que tarde. Y sería un final contra Satanás sí, y podría haber seguido Uncanny con Rondador, Kitty y algunos más de protagonistas, yo que sé, pero no, no íbamos a matar a Lobezno…

Y cuando Silvestri es bueno, es bueno.

Claremont es un tipo honesto, y aunque se pasa todo el cómic avisando de que el grupo va a morir y todos se lamentan porque van a morir «pero no hay otra», es al final del cómic, cuando pasa lo peor y Mística se caga mucho en Forja por haber matado a su hija -que Forja es un mierda ya lo sabíamos, pero que grande es Mística- cuando nos enteramos de que… Roma resucita a la Patrulla X. Que sí, que son leyendas y son tan superguays que, pudiendo irse a vivir a un lugar mejor, prefieren volver a la Tierra a seguir defendiendo al mundo ese pesado y mala gente que los persigue y los odia, pero esta honestidad de Claremont queriendo engañarnos el mínimo tiempo posible llega hasta a doler, porque desvirtúa toda la épica del relato. Y ojo que esto no es ninguna novedad, a los antiguos griegos les encantaba matar a sus héroes al final de la obra y que fuera resucitado por los dioses en la última escena, con la diferencia de que allí donde en el teatro clásico el héroe se convertía en un dios, la Patrulla X elige volver al fregado porque tienen una never ending battle que pelear o algo.

Blabla, ¡devolvedme el dinero! ¡Esto debería llamarse el rebote de los mutantes, no la caída!

Por eso y porque Tormenta y Lobezno quieren probar una teoría por sus santos cojones, lo que llaman el Plan Omega; fingir que siguen muertos para que no los persigan los malos y así no tener que estar preocupándose de perder el tiempo escapando de los ataques de sus enemigos. Entendedlo, visto esto en el contexto de 200 números de haber vivido escondidos en su mansión y habiéndose quedado sin escondite, la idea de volver a esconderse no es ni mucho menos descabellada ni sale del carácter de los personajes… Solo que claro, ahora están fingiendo que siguen muertos ante sus seres queridos y eso es tela de cruel, pero como bien dice Pícara «peor que engañarlos es tener que enterrarlos». Fuera de debates morales -que por experiencia os digo que podríamos discutirlo durante décadas- este cómic definirá el resto de la etapa de Chris Claremont en la serie y de todo lo que merece la pena de los mutantes hasta nuestros días, desde Excalibur, la serie regular de Lobezno hasta barrabasadas como X-Force, los New X-Men de Morrison o hasta lo de Krakoa. Muchas de las ideas que se grabaron a fuego en el concepto de «franquicia mutante» vienen de estos cómics, del momento en el que la Patrulla X pasa de ser un grupo que vive en un colegio escondido y secreto a ser una fuerza de choque clandestina. Mal que nos pese, los 90 acababan de empezar…

Scotty, eres otro mierda y nunca la mereciste.
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