Un día nos levantamos y descubrimos que Torrente ya no era una película sobre un deshecho humano despreciable, si no «la del tipo que decía las cosas que nadie se atrevía a decir». Que las bromas que hacíamos irónicamente para destacar la hipocresía de la sociedad algunos se lo tomaban al pie de la letra, igual que cuando el Gran Wyoming en los 90 interpretaba a un facha en el prólogo del Caiga quien Caiga hasta que se encontró a unos cuantos que lo felicitaban por decir «cuatro verdades bien dichas y si te metes a política te voto». Y con cosas como esas nos dimos cuenta de que tal vez, igual, nos habían jodido el chiste.
Si es que hay gente que no pilla el chiste, y pasa lo que pasa.
Es complicado que, después de lo que pasó la semana pasada en Washington, podamos hacer un chiste sin miedo a que alguien se lo tome en serio. Porque lo que se metió en el Capitolio de EEUU eran auténticas bromas con patas, una galería del cutrerío y lamentabilidad que es, en último término, el verdadero rostro del fascismo, el de la ignorancia de demasiada gente pero en absoluto inofensiva, porque destruye vidas. Una ignorancia que te lleva a atacar a tu propio equipo, a meterte goles en propia meta, a corear y enarbolar los símbolos de lo que dices amar pero estás destruyendo. Para entendernos, se creen que son la alianza rebelde luchando contra el imperio, pero en realidad estaban montando un cadalso para iniciar la purga jedi. Todo es un bonito sueño hasta que la realidad te pega un porrazo en toda la cara.
Cuando me plantée escribir este post pensé en comparar esta situación con distintos cómics, pero ni la situación más loca de los años 30 llega a alcanzar el sainete que se montó la semana pasada. Ni Namor atacando a un farero con un hacha, ni Lex Luthor presidente de EEUU, ni Mortadelo y Filemón atacando al presidente de turno, ni el Capitán América siendo reprogramado para ser un nazi… Todo palidece por completo con unos descerebrados extendiendo sus propias heces por las paredes del congreso de EEUU. Sería lo más punki que se ha hecho jamás, si no fuera porque decirlo sería un insulto para los punkis. Decían en Sospechosos Habituales que el mayor logro del demonio fue el de convencer a todo el mundo de que no existe, y algo así consiguió el fascismo durante la segunda mitad del siglo XX, el hacernos creer que ya solo quedaban grupos aislados, mamarrachos que nunca llegarán a nada. Que es algo que pasa en lugares lejanos, que los golpes de estado no los dan en democracias «avanzadas», porque nuestra soberbia es como es y no tiene la menor memoria. Pero no, ellos seguían ahí, seguían creciendo y engordando al monstruo, porque la perra que lo parió seguía cachonda.
Lo comentamos no hace mucho y lo repito ahora, lo que realmente me saca de quicio en este medio que amamos, en este género del que tanto hablamos, es que ni Marvel ni DC hayan levantado la cabeza al respecto. Lo más parecido al Capi vapuleando a Hitler que he visto es a Claremont escribiendo sobre una instalación de tortura infantil mutante en la frontera sur de EEUU, porque los demás se centraron en conflictos periféricos y no quisieron -no pudieron- hacer nada más. ¿Cómo pretenden que el cíclico debate sobre si los superhéroes son o no fascistas no vuelva si callan y son cómplices ante situaciones como ésta? ¿Cómo pueden echarse a dormir con la conciencia tranquila con una simple y patética metáfora de opresión que cada vez parece más volcada en un totalitarismo dirigido por Charles Xavier y un puñado de supervillanos? No, no son los tebeos que yo quería de crío y no son los tebeos que querría de adulto.
Y no es que la Marvel la DC y Vertigo de los buenos viejos tiempos estuvieran menos amarradas por el entorno corporativo que hoy en día; ambas pertenecían a grandes conglomerados empresariales que trataban en lo posible de evadir los temas controvertidos, y hasta un pequeño cómic sobre Muerte de los Eternos enseñando a poner un preservativo era algo tremendamente controvertido en algunos círculos. No nos engañemos; hace cincuenta años, cuando Cadence compró Marvel a Martin Goodman, la intención de los compradores era la de convertir los personajes de la editorial en una granja de propiedades intelectuales. Crear personajes, foguearlos en los cómics hasta dejarlos en un estado «filmable» y hacer películas con ellos el tiempo que hiciera falta. Cuando se disneyfican universos de ficción que dependen tanto del «mundo real» el resultado acaba siendo nefasto, porque se abandona cualquier debate que pueda resultar espinoso y en el que haya lectores que puedan estar con desacuerdo, haciendo que el cómic sea bastante más previsible y aburrido.
Hace nada despedíamos a 2020 y esperábamos que 2021 fuera mejor, que lo peor hubiera pasado ya, en una especie de hechizo psicológico para afrontar el nuevo año con cierto optimismo, y lo primero que nos hemos encontrado ha sido esta escena berlanguiana -es el año de Berlanga, ¡como no!- y uno de los peores temporales que hemos sufrido en décadas. Y de fondo la pandemia de siempre y todo lo que ello conlleva, por supuesto. No parece que den ganas ni de evadirse, pero si os soy sincero, la semana pasada cuando vi las imágenes de todos esos tipos esperpénticos entrando en el Capitolio a hacer «la revolución», y al ver a alguno de ellos con el escudo del Capitán América me acordé mucho de aquel personaje de Las Aventuras de Kavalier & Clay que era nazi pero al que le gustaban los tebeos de superhéroes. Tebeos que, con honrosas excepciones, todavía no la habían emprendido a puñetazos con el fascismo, y por eso no le habían dejado claro a aquel chaval que lo que estaba haciendo estaba mal.
A día de hoy todavía seguimos oyendo a descerebrados hablando de «mantener la política» fuera de los cómics, cuando todavía no son conscientes que hasta el estar a favor de la propiedad privada es una elección política, con lo que ni siquiera puedes poner a Spiderman deteniendo cacos sin que se pueda considerar que está haciendo política. Y sin embargo ahí tenéis al chaval con el escudo del Capitán América, un símbolo antifascista desde el embrión creado por dos chavales judios aterrorizados ante la idea de que miserables como este chaval asalten el Capitolio y empiecen su propia noche de los cristales rotos. Vivir para ver…