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Es mala idea intentar destruir Atlantis cuando Namor está cerca: La semana de aporrear nazis

Cuando reseñé la historia de la JSA ya comentaba que veíamos morir pocos nazis (una lástima) y solo podíamos intuir que eso sucedía fuera de plano porque se trataba de un cómic para críos de los años cuarenta. Pero no todas las editoriales compartían ese enfoque a la hora de contar historias de superhéroes, y así es como aquí nos encontramos con uno tan atípico (aunque dudo que en su época muchos lo considerasen como tal) que de la mano de su creador dio rienda suelta a todo su poder para hacer cumplir ese dicho de «el único nazi bueno es el nazi muerto.» Y por ello hoy toca rendir homenaje a un personaje y a su creador que no siempre han tenido el reconocimiento merecido y cuyas historias han envejecido la mar de bien, con lo que vamos a sumergirnos en las frías aguas atlantes para acompañar a Namor I, Príncipe de Atlantis e hijo Vengador y a su creador Bill Everett para descubrir cómo era la manera Atlante de tratar a los nazis.

Namor tenía bien claro cómo hay que tratar a los nazis

Creyendo tener el mundo entero a sus pies y buscando que su dominio sea absoluto tanto en tierra como en las aguas, Adolf Hitler decide acabar de una vez por todas con una amenaza que durante mucho tiempo ha frustrado sus planes, Atlantis. Para ello organiza un ataque sorpresa de sus mas avanzados submarinos contra la ciudad sumergida, destruyéndola por completo y acabando con la vida de su emperador. Pero los nazis han cometido un gravísimo error, han dejado a Namor con vida y éste se ganará a pulso el apelativo de Hijo Vengador, demostrándoles cuál es el auténtico poder del Reino de Atlantis.

Una vez mas Hitler quiso morder más de lo que podía masticar

Durante muchísimos años. lo único que supe sobre los cómics clásicos de Namor de la Edad de Oro era que contenían multitud de caricaturas racistas contra los japoneses, aunque es algo comprensible teniendo en cuenta que por aquel entonces eran el enemigo, y durante mucho tiempo no les presté ninguna atención hasta que un día Diógenes (a veces sirve para algo) me recomendó que los leyese. Allí descubrí a un Bill Everett del que hasta entonces solo conocía de nombre, un dibujante y escritor veinteañero con una mala leche increíble y que en esas primeras historias de Sub-Mariner había realizado unos cómics extremadamente violentos y divertidisimos que hacían que el Namor contemporáneo, incluso cuando hacia de villano, pareciese un blandengue. Y éste es el Namor que nos encontramos en este primer numero de The Sub-Mariner de 1941 arrasando con las fuerzas navales nazis.

Lo que sabía de ésta época era por la crítica que hizo Byrne en su etapa a algunos aspectos de la misma

Y es que tras jurar venganza por la muerte de su abuelo (en retconeos posteriores no murió, si no que se quedó en coma hasta el final de la guerra) y asegurarse de que los civiles supervivientes estuviesen protegidos, Namor se puso al frente de las fuerzas militares Atlantes para dar caza a la flota de submarinos nazis, con el único objetivo de acabar con todos y cada uno de ellos, ¡IMPERIUS REX!

La venganza está bien, pero lo primero es proteger a su pueblo; Y luego le llaman a Namor inestable, ¡pues ya es más de lo que hacen algunos jefes de estado por el coronavirus!

La orgía de destrucción que sigue a esto es gloriosa y a ratos hasta grotesca, como sucede con el primero de los ataques de Atlantis, cuando una flota de naves camufladas como ballenas rodean a un grupo de submarinos nazis y los bombardean a placer con sus avanzados cañones.

La imaginación de los Atlantes (y de Bill Everett) era genial.

Y cuando tratan de sumergirse para escapar del ataque, son rodeados por un grupo de tiburones -que en realidad son más naves atlantes camufladas, que no hay bicho por allí que no sea un trasto atlante camuflado- que acaban con los supervivientes del primer ataque. Y todo esto sin recurrir a Giganto, oiga.

Ésto ya es rizar el rizo

Pero los nazis no han aprendido la lección y lanzan una nueva oleada de submarinos contra la flota Atlante, una oleada por la que Namor en solitario se deja perseguir, guiándoles sin que ellos lo sepan hasta un nuevo matadero, situándolos en medio de un grupo de icebergs que se cierran a su alrededor y sobre los cuales los Atlantes han colocado toda su artillería, procediendo a continuación a provocar una nueva masacre contra la indefensa flota nazi, ¡y cómo disfruta Namor disparando él mismo uno de los cañones, hasta nos da envidia de verle convertir a tanto fascista en pienso para peces!

Ignoremos por un momento lo mucho que se divierte Namor para fijarnos en que hay un Atlante que se llama Lucas, ¡seguro que George Lucas viajó en el tiempo para no perderse tanta diversión!

Un único submarino de esta segunda oleada consigue escapar del campo de tiro en el que se ha convertido la superficie, y cuando Namor les persigue hasta las profundidades los nazis prueban su nueva arma, un escuadrón de submarinistas armados. Pero de nuevo los nazis han subestimado gravemente a Namor, quien no tiene demasiados problemas en acabar con todos ellos con sus manos desnudas.

Y que bien dibujaba Everett las escenas de acción

Sin aprender de sus continuas derrotas, y tras ver destruidas su armas submarinas por un Namor que a estas alturas parece estar limitándose a jugar con su presa motivado puramente por una diversión sádica, los nazis envían a la desesperada un segundo escuadrón de submarinistas que no corren mejor suerte que sus compañeros, ya que tras seguir a Namor hasta una cueva submarina éste derrumba el techo sobre ellos, aplastándolos bajo toneladas de rocas.

Al menos como comida para los peces esos nazis tendrán alguna utilidad

Pero un tercer grupo de submarinistas consigue pillar por sorpresa a Namor y le dejan inconsciente, cometiendo el gravísimo error de llevarlo prisionero hasta su submarino.

Esta debe ser una de las peores ideas en la historia de las malas ideas

A bordo del submarino y en cuanto recupera la consciencia, Namor procede a destruir la nave nazi rompiendo el fuselaje desde dentro, destruyendo los propulsores una vez fuera y hundiendo en submarino en lo mas profundo del océano, hasta que la enorme presión de las profundidades revienta el submarino como una verruga purulenta y acaba así de esta forma con el último de los invasores.

Y una vez acabada con la amenaza, Namor vuelve a preocuparse por su gente como buen monarca.

Tras esta orgía de destrucción, Namor regress con su pueblo para proceder s la reconstrucción de su ciudad, preparando a su vez su ejército porque hay que estar preparados por si algún día se vuelve a repetir un ataque como este. Además, el Hombre Submarino no se olvida de dejar un mensaje bien claro para sus lectores, un aviso a navegantes que nunca pasará de moda:

Hagámosle caso a Namor, no dejemos que los nazis (ni sus herederos) se atrevan ni a levantar la voz

¿Que cuántos nazis mueren en este cómic? Pues bastantes, aunque para calcularlo he tenido que hacer unas estimaciones un poco a ojo. Yo de historia militar y armamento se poco, y casi todo por las películas, pero hurgando un poco por Internet he encontrado que uno de los modelos de U-Boat mas avanzados de los que disponían los nazis para misiones de largo alcance en la época en la que se publico el cómic eran los de Tipo IX, así que voy a tomar ese modelo como referencia, que teniendo en cuenta que dudo que Bill Everett tuviese ningún modelo concreto en mente cuando hizo esta historia mas allá de “submarino experimental para matar atlantes” esta referencia es tan buena como cualquier otra. Y como estos submarinos contaban con una tripulación máxima de 56 nazis, vamos a asumir que ese es el numero de tripulantes de cada uno de los submarinos que atacaron Atlantis.

Suerte tuvieron en la Kriegsmarine de que no existiese un Namor en la vida real

Así que vamos con el recuento, en el ataque inicial vemos al Ejército Atlante destruir un submarino mientras que los demás escapan a la superficie; Cuando son rodeados por las naves-ballena vemos que son unos catorce submarinos, de los cuales son destruidos todos menos cuatro que a su vez son destruidos por las naves-tiburón, así que de momento tenemos quince submarinos destruidos. La segunda oleada está formada por veinte submarinos mas, diecinueve de los cuales son destruidos por el ataque de la artillería de los icebergs y el último aplastado por la presión de las profundidades marinas. Los submarinistas a los que mató Namor con sus manos podemos suponer que formaban parte de la tripulación regular de ése último submarino y simplemente contaremos a ojo el total estimado de dicho submarino. Ese recuento final nos da un total de treinta y cinco submarinos destruidos por completo, y si asumimos que contaban con la tripulación máxima que podían llevar los submarinos mas avanzados de los que disponían los nazis en la época, cincuenta y seis tripulantes, llegamos a la jubilosa conclusión de que Namor y sus ejércitos han matado a nada más y nada menos que a mil novecientos sesenta nazis. Con unos datos así no podemos decir nada más que ¡IMPERIUS REX!

¡Con un líder así dan ganas de pedir la nacionalidad atlante! ¡A tope con Namor!

Está claro que Namor ha sido el vencedor de forma aplastante en ésta semana de aporrear nazis. Pero antes de terminar, tenemos que reconocer que casi ochenta años después de su publicación estos cómics han envejecido bastante bien; Bill Everett sabía mantener el ritmo de la historia y era muy imaginativo, y resulta refrescante encontrarse pequeños detalles como que a pesar de la sed de venganza de Namor, su principal prioridad es proteger a los supervivientes y solo entonces se lanza al ataque. Y es que Everett, además de ser un muy buen escritor entre sus coetaneos, como dibujante también daba gusto verle, dándosele de miedo no solo la acción (tanto en el cuerpo a cuerpo como nave contra nave) si no también el manejo de la expresividad de sus personajes. Por ello, creo que un día de estos tendremos que rendirle un homenaje en condiciones, aunque de momento tendremos que conformarnos con disfrutar viendo todos los nazis que fue capaz de matar a través de su Namor.

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