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Dibujar en tiempos de Hollywood: Stuart Immonen y todos los que tienen el cielo ganado

Supongo que la cosa llegó a hacerse casi insultante cuando salió Fear Itself, hace ya cosa de diez años; teníamos un evento precocinado sin mucho fuste, alargado hasta la extenuación pero dibujado maravillosamente por un Stuart Immonen en estado de gracia. Es uno de los peores crossovers de los últimos años, pero cada una de sus páginas es digna de ser enmarcada, y la mayor parte de las críticas que leído hablaban del hermano tonto de Odín y Craneo Rojo, de los martillos y demás y pasaban de puntillas por el dibujo. Porque el dibujo bueno ya se da por supuesto, parece.

Aquí Stuart Immonen levantando una escena de Fear Itself el solito.

Y esto es la mar de curioso, ¿no? Quiero decir, allá por los 90 solo se hablaba de dibujantes, y el valor de un cómic se medía sobre lo espectacular de su portada y sus splash pages, o incluso sus splash pages cuádruples, que de todo había. Y aunque es cierto que en aquellos tiempos el nombre de Alan Moore pegaba bien fuerte y Neil Gaiman estaba despuntando con dibujantes «a lo Vertigo» -esto es, que eran buenos pero no super estrellas- la verdad es que casi parecía que el lector medio de comic book parecía compartir sensibilidades con el lector gafapasta de cómic europeo más tontorrón, ese coleccionista de postales que miraba por encima del hombro al vecino mientras hacía verdaderas piruetas mentales para que Watchmen y Adolf fueran consideradas cómic europeo. Pero no hay mal que cien años dure -aunque diez igual sí, y aun así algunos males han durado milenios, para que engañarnos- y luego hubo un periodo de transición con los Ennis, Ellis y demás en el que empezaron a despuntar nombres de guionistas por encima del de sus dibujantes, hasta el punto de que empezaron a surgir guionistas estrella como setas. El ejemplo más claro es Mark Millar, un guionista que venía de escribir historias del Superman animado bastante buenas aunque no mejores que las que Dan Slott venía escribiendo del Batman animado y, al abrigo del Authority de Ellis y Hitch, acabó haciendo una etapa de Authority tremendamente exitosa junto a Frank Quitely que lo encumbró.

Que New X-Men molaba cuando estaba Quitely, admitámoslo ya.

Claro, hay que tener en cuenta de Quitely es un dibujante realmente bueno -de esos que te levanta un tebeo por malo que sea el guión- y situaciones como esta, unidas también al fichaje de «guionistas estrella» venidos de otros medios como Kevin Smith, de repente empezó a darles un status de estrella a muchos más guionistas; ya no estábamos hablando de Gaiman, Morrison y Alan Moore, ahora también teníamos a Millar -que se sabía vender que daba gusto- teníamos a Smith -que vaya por dios, pero bueno- a Brad Meltzer -ugh- a Rucka, Brubaker, Bendis… Todos estos guionistas surgen más o menos entre el 97 y 2003 y vienen a configurar poco a poco unas nuevas reglas de juego: ahora el lector ya no busca dibujantes, se guía por guionistas. Y es curioso que se de esta situación, porque así como en los 90 al lector parecía darle igual el guionista y se tragaba auténticos petardos de dibujantes -recordémoslo, al abrigo de la especulación llegó un momento en el salieron tantas series nuevas que daba la impresión de que cualquiera que pudiera coger un lápiz podía dibujar un cómic- ahora de repente estábamos en una situación en la que leíamos a ciertos escritores al margen de que no nos gustara el dibujo; por poner un ejemplo claro, muchos se quejaron de que Dillon «no les gustaba» pero seguían leyendo Predicador, sin darse cuenta de lo que realmente aportaba Dillon en un cómic de personajes teniendo largas conversaciones en la barra de un bar y violencia desatada pero sin el más mínimo morbo.

Además de ser un dibujante de tres pares de cojones, mecagontó.

Fue una etapa de transición en la que se mezcló la mejora de las técnicas de impresión, la evolución del color informático -que todavía era horrendo en la mayor parte de los casos- y los primeros cómics pintados, que con el tiempo pasaron de ser una excepción a ser casi rutina -ahora no nos asustamos lo más mínimo por lo que hacen Mike del Mundo o Esad Ribic en Thor, vaya- pero seguía habiendo una desconexión entre dibujante y guionista, porque algunos todavía tenían el chip de una época pasada en la que no había que trabajar para la historia si no para mayor gloria de lo espectaculares que fueran tus originales. Fue un cambio paulatino, no hubo una obra que lo cambiara todo ni nada parecido, pero como sé que sois muy amigos de eso, podríamos decir que un punto de inflexión se podría ver en Nextwave y en Stuart Immonen. Immonen había dibujado bastantes números de los Vengadores de Kurt Busiek y había trabajado como sustituto de George Pérez, un tipo que siempre se mereció todas las medallas del mérito al trabajo pero que seguía siendo humano y necesitaba descansar de vez en cuando. Para entonces Immonen ya llevaba una trayectoria en DC en uno de tantos reboots de la Legión o en Superman, y por eso cuando volvió a colaborar con Busiek en Superman: Secret Identity le tenía bien cogido el tranquillo al personaje.

Otra obra de Immonen, de allá por el 2000 junto a Kurt Busiek: Shock Rockets. Y ya era la mar de bueno.

Trabajos como estos le permitieron trabajar con Brian K Vaughan y Warren Ellis en Ultimate X-Men y Ultimate Fantastic Four respectivamente, pero donde realmente iba a soltarse Immonen y adquirir el status de superestrella -y su maestría- fue Nextwave, uno de tantos cómics «separados de la continuidad» en el que Warren Ellis hacía warrenellisadas como cambiar por completo la personalidad de casi todos sus personajes, hacer lo que le da la gana porque le apetece y demás, pero que de repente y dentro de la locura maravillosa de aquel cómic -que surgió en mitad del despropósito de Civil War, con lo que cómo vas a quejarte de que alguien se mee en la coherencia del relato si todo el mundo lo hace ya- lo que destacó fue Immonen, porque se soltó. Y se soltó como narrador, con la puesta en escena, con los diseños de personaje, con todo. En una época en la que todavía imperaban las rayitas y lo recargado de Hitch o McNiven, Immonen optaba por un estilo directo, que aunque no llegaba a la línea clara se dejaba de florituras cuando no lo veía necesario e iba al grano. El giro en la industria fue claro, y no tardaron en aparecer dibujantes buenos a rabiar siguiendo la escuela de Alex Toth, la de dibujar con el menor número de rayas posibles. Y sin embargo, más allá de destacarlo en las críticas del propio Nextwave, dejamos de preocuparnos por el dibujo.

¿Qué es esto, qué es esto?

Porque yo lo admito, soy el primero en hacer reseñas y centrarme en hablar del guión, de las decisiones editoriales, y no dedicarle más de un 25% al dibujo. En mi caso hago trampa, porque considero que gran parte del trabajo de caracterización cae en manos del dibujante; diseño del personaje, como se viste, como se mueve, si se le diferencia de los demás personajes, y claro, si tenemos a un Deodato o a un Yu en el dibujo, doy por hecho que esto va a ser escasito y no me hace falta destacarlo, mientras que si tenemos a un Samnee o a un Immonen, pues como que hago lo mismo en sentido contrario. Y claro, eso a los dibujantes les jode, sobre todo en una época como la que estamos ahora mismo en la que el nivel de dibujo está alto hasta el absurdo y hasta la serie más piojosa que van a cerrar en cinco minutos tiene un dibujo tremendo y un guionista al que contrataron la semana pasada porque a Geoff Johns le cayó bien en un restaurante. O peor todavía, porque es un blogguer de cómics.

«Hay una enorme presión sobre los equipos creativos, editores y en los departamentos de marketing para hacer que cada nueva historia parezca la reinvención de la rueda.  Y esto puede volverse… Idiota.» -Nate Cosby, editor de Thor The Mighty Avenger

Así que sí, creo que ahora mismo tenemos mejores dibujantes que guionistas, y que Greg Capullo le da mil vueltas a Scott Snyder, o Gary Frank a Geoff Johns. Lo mismo va por Immonen en casi todo lo que ha hecho en Marvel, David López en Capitana Marvel, Chris Samnee con Mark Waid y demás, y a pesar de todo los nombres que siempre suenan son los de los guionistas una y otra vez. Porque ellos son los que hacen mal a tal personaje, porque ellos son los que hacen lo que no me gusta, porque ellos son los que salen a twitter a pegarse con todo el mundo, yo que sé. Y nos consta que tanto unos como otros son malpagados por las grandes, que los dibujantes tienen que vender originales mientras los guionistas hacen tres o cuatro series a la vez -y así se resiente el producto final, sí- y que, a medida que los guionistas pegan la espantada a Image y se convierten en productores ejecutivos de sus propias series de TV, los dibujantes reciben un crédito y en el mejor de los casos un cheque con los royalties, y con eso ya puedes darte con un canto en los dientes.

Empress, de Immonen y Millar. Muchos dibujantes (no digo que sea el caso) acaban haciendo estas series limitadas del Millarverso porque saben que todos los proyectos de Millar son analizados con lupa por Netflix…

¿Que todavía salen buenos guionistas hoy en día? Claro que sí, a borbotones. Y no veas lo que mejoran cuando consiguen a un dibujante de los buenos, uno que les enseñe a pensar visualmente y no a escribir novelas ilustradas. Pero es lo raro, porque lo que vemos ahora es a showmans de las redes sociales -porque tienes que vender tu producto como sea- que a la hora de la verdad lo único que hacen es remakes de la obra de otros autores, hacer cosas impensables con un personaje que son estúpidas y rezar para llamar la atención de Hollywood y hacer la de Robert Kirkman. Así que sí, hay que darles más cariño a los dibujantes, porque lo que tienen que soportar no está bien pagado…

Y sí, Immonen ahora está semi retirado, aunque de vez en cuando vuelve en casos especiales. Quiero pensar que le pagaron bien sus años de exclusividad en Marvel…
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