Nos cuesta pensar que un personaje con sesenta años de historia -ahora casi 80, nada menos- perdiera la inocencia casi a la altura de su jubilación, pero aquel Capitán América que se iba con un niño a pegarle puñetazos a Hitler y a cruzar los campos de batalla todavía mantenía cierta inocencia allá por 2002. Steve Rogers tenía identidad secreta, llevaba su traje de brillantes colores y jamás mataba, y eso debía de quedar así. Sin embargo, por aquellos años el personaje cambiaría permanentemente gracias a dos catástrofes: The Ultimates y el 11S.
The Ultimates ya la conocéis, a principios de la década pasada a Marvel le dió por sacar una línea editorial entera con versiones «modernizadas» de algunos de sus personajes, siendo The Ultimates una versión de Los Vengadores «actualizada». En realidad, estos Vengadores resultaron ser bastante menos héroicos, más pendencieros y el Capitán América de Ultimate, más que al original creado por Simon y Kirby, se parecía más al USAgente, una mal imitador suyo reaccionario y borrego al que más de una vez tuvo que poner en su sitio por anteponer al gobierno de EEUU a los habitantes de EEUU. Lejos de ser ese Capitán América de Ultimate un personaje poco carismático, lo cierto es que para muchos lectores de la época resultaba tremendamente divertido y más interesante que el «soso» original, con lo que para muchos se convirtió en lo que debería ser el auténtico Capitán América, alejándolo absolutamente de todo su fondo filosófico. Sin embargo y como decía, ese Capitán América era una versión alternativa, algo que a priori no debería afectar al original ni matar esa «inocencia», pero claro, llegó el 11S.
La masacre de las Torres Gemelas afecto tremendamente a la Marvel de aquellos tiempos, no en vano la editorial siempre estuvo muy ligada a la ciudad de Nueva York y gran parte de su personal fue testigo directo, con lo que añadió un pequeño icono a todas sus portadas que sirviera como memorial de la tragedía, hizo especiales de homenaje a los bomberos y se extralimitó un pelín sacando una serie de bomberos y policías llamada The Call of Duty que nada tenía que ver como la archifamosa serie de videojuegos a pesar de compartir prácticamente el mismo logotipo.
Por lo demás y dejando de lado el archifamoso número 36 de Amazing Spider-Man -en el que Spiderman llega tarde al derrumbamiento de las torres y trata como puede de rescatar gente, escrito por JM Straczynski en una sola noche durante una especie de epifanía- Marvel no había introducido la masacre en sus cómics ni había enfrentado al Capitán América a la terrible realidad que se estaba viviendo en aquellos momentos, una en la que la paranoia lo invadía todo y en la que los controles en los aeropuertos alcanzaron unas cotas de absurdo que todavía vivimos hoy en día. EEUU estaba renunciando a su libertad en favor de una seguridad contra «el terror», los elementos más reaccionarios de su sociedad pedían sangre musulmana -así en general- y el Capitán América guardaba silencio. Hasta 2002.
Y es que hasta 2002 había estado llevando el Capitán América Dan Jurgens, que ni de lejos estaba consiguiendo repetir su éxito con Superman ni parecía tener gran interés en tratar el espinoso asunto. Su Capitán América se debatía entre sus intentos de tener una identidad civil y su responsabilidad como leyenda viviente, con lo que se veía más que necesario un relanzamiento del personaje, nuevas ideas, que el Capitán América recuperara su voz y tratara de poner paz en la crispación en la que se veía sumergido el país, y sin embargo seguía metido en unas historias la mar de «conservadoras» y lo más arriesgado que se hacía con el personaje en aquel momento fue en una miniserie a cargo de Darko Macan y Danijel Zezelj -Captain America Dead Man Running- en la que se enfrentaba a las narcoguerras y las jugadas sucias de los políticos corruptos que las promovían. Pero todo iba a cambiar por completo, porque el Capitán América iba a recuperar su voz, iba a poner las cosas en su sitio e iba a… Oh mierda:
¿Es el Capitán América de John Ney Rieber y John Cassaday una traición al espíritu del Capitán América? ¿Al adalid de la libertad y la justicia, al que se enfrentaba a su propio gobierno, al que llegaba a donde fuera con tal de hacer lo correcto y que los demás también lo hicieran? ¿Al hombre que dejó de ser el Capitán América por matar a un terrorista? No, simplemente Marvel no supo estar a la altura de la situación. Su Capitán América intentó enfrentarse a Osama Bin Laden en la figura de un tal Faysal Al-Tariq, un tipo que quería vengar el intervencionismo yanqui en países musulmanes a base de bombardear pueblos de EEUU y reventar iglesias con todos sus feligreses dentro. Durante el primer número de su etapa, Rieber muestra a un padre dolido por la muerte de su hija en un atentado tratando de vengarla emprendiéndola a navajazos con un vecino musulman, situación que frena el Capitán América en una aparición de escenografía casi bíblica -parece la virgen apareciéndose en Lourdes, no te digo más- y diciéndole al padre que entiende que quiera justicia, pero que tienen que ser mejores que esto -bien- pero que guarde su ira para «el enemigo». El enemigo, ¿pero quién era el enemigo?
Es fácil pensar que cuando te han atacado tienes que buscar al responsable y hacérselo pagar, aunque solo sea para evitar que vuelva a hacerlo, pero es la retórica belicista y reaccionaria la que pierde a este Capitán América. Su respuesta a esta situación está en hablar de «los enemigos de la libertad» y en creer a pies juntillas en el poder «del pueblo y del sueño americano», un discurso que al final del día está completamente hueco. Durante toda la etapa habla constantemente «del terror» y «del odio», mostrándonos enemigos a priori planos, caricaturescos y haciendo alusiones a la paranoia de aquellos tiempos con los sobrecitos llenos de ántrax que alimentaron el pánico de aquellos días -y que supuestamente fueron responsabilidad de un señor con bigote de EEUU y no de un terrorista extranjero- a terroristas bomba, niños soldado entrenados fanáticamente -aunque uno se cambia de bando al ser salvado por el Capi- y finalmente al propio Al-Tariq, que tiene que llenar de cables y bombas una iglesia para reventarla por completo cuando cualquier villano normal del Capitán América sería poner una única bomba muy gorda y santas pascuas.
Rieber trata de contrarrestar todo esto contando que el pueblo que ha reventado Al-Tariq fabrica minas antipersonales y de ahí viene la venganza del villano, y a lo largo de los siguientes números dejará claro que los pecados de la política internacional de EEUU han creado muchos monstruos que siempre la acaban pagándolo todo con civiles inocentes y no con los canallas que les destrozaron la vida. El recuerdo de la masacre de Dresde a finales de la Segunda Guerra Mundial y los remordimientos del Capitán América al respecto se repiten en varias ocasiones, pero esa reflexión queda completamente desdibujada por unas portadas de Cassaday dignas del excepcionalismo más Rooseveltiano -del de Theodore, que era muy facha- y una dialéctica a ratos pomposa que hace que se pierda por completo el mensaje. Y es una tragedia, porque Rieber está intentando hacer lo correcto pero tiene al dibujante, a sus editores y hasta a sus propios «impulsos literarios» en contra. La oportunidad histórica se perdió y este cómic degeneró en un puñado de tópicos que no hicieron otra cosa que alimentar la paranoia y casi hasta justificar las atrocidades de unos y de otros porque total «el otro también las haría». Todo esto quedaría solo como una anécdota, como un quiero y no puedo ni me dejan, si no fuera porque a Rieber se le ocurrió contar en el tercer número que el Capitán América, creyendo que había matado a Al-Tariq, decide quitarse la máscara delante de las cámaras de televisión para revelar que no es América la que ha matado a ese hombre, si no un hombre, Steve Rogers. Oh.
Esto nunca fue retconeado, y a partir de ese momento el Capitán América pasó a perder su identidad secreta. Y puede que los cómics de Jurgens olieran un poco a rancio ya en aquellos tiempos, y que Steve Rogers para muchos fuera casi tan lastre como lo era Donald Blake para Thor, pero aun así uno se acuerda de Bernie Rosenthal y todos los vecinos de Brooklyn de Steve Rogers, de tantas y tantas historias de Steve colandose en sitios como un civil, de como intentaba sacar adelante su trabajo como dibujante, y la forma estrambótica en la que Jim Steranko mantuvo secreta su identidad secreta. El Capitán América perdió la inocencia en aquel momento, y probablemente sea en esta historia la última vez que el personaje trató de ser político aunque no le saliera bien. Hoy, con un presidente de EEUU que separa a niños de sus padres, el Capitán América debería estar repartiendo puñetazos como en los viejos tiempos, pero ese tiempo ya pasó y a Disney no le hace gracia que sus propiedades se metan en política. Que al final lo mismo se podría decir de Superman, pero cuando estamos hablando de la encarnación del sueño americano… La cosa clama al cielo.