Hay una tendencia muy moderna que se ve mucho últimamente que es la de hablar de algo sin tener ni puñetera idea. La gente habla de política o de fútbol sin tener el más mínimo conocimiento al respecto y tratando de hacer parecer que su palabra es ley, con lo que en Brainstomping hemos decidido seguir la tendencia recuperando algo que ya hicimos hace unos años, La Semana de la Ignorancia, pero en versión M’Rabo. Porque claro, M’Rabo es un soso de mierda y siempre tiene que arruinarlo todo a golpe de imponer su criterio porque si no llora, con lo que voy a tener que ceñirme a sus tonterías y os vais a perder mi post maravilloso sobre la organización política de Vanuatu; y es que según él sólo debo tratar temas de los que aquí se habla normalmente como cómics, videojuegos, películas o libros. Así que terminemos con los preliminares y vayamos al grano:
Vicente Molina-Foix acaba de presentar su nueva novela, «El joven sin alma», una historia que podría haber escrito perfectamente M’Rabo Mhulargo si no fuera ya condenadamente viejo desde que dejó el chupete. La novela, que transcurre en Ecuador durante los años 30, cuenta la historia de Edelmiro, un jovencito traficante de mejillones que recibe la visita de tres fantasmas una noche de luna llena en la que andaba ligeramente bebido. Molina-Foix elabora un relato descarnado y desgarrador de la circunstancia de un hombre cuya vida se ha roto antes de empezar, porque esto de ser joven y que te visiten tres fantasmas es algo realmente jodido, porque los tres fantasmas sólo visitan a la gente que ya es vieja y lleva años puteando al personal como Scrooge. Pero Edelmiro no piensa rendirse, y por eso decide poner un anuncio en el periódico -lo que se hacía en tiempos anteriores a Craig’s List y Wallapop- pidiendo que alguien le venda su alma, que le hace falta una.
Soy consciente de que más de uno se está revolviendo en el sillón este planteamiento, porque todos sabemos que somos criaturas químicas y que el concepto de alma es un mito inventado por el hombre primitivo para resistirse a la idea de que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Pero es que el viaje de Edelmiro juntando los pedazos de su alma perdida mientras los fantasmas le dan el coñazo es todo un ejercicio de introspección narrativa, porque para muchos es un credo vital el aferrarse a un pasado inexistente para justificar un presente insatisfactorio.Molina-Foix nos enfrenta al espejo del pasado, del presente y los miedos al futuro, y en cada uno de los personajes que responden al anuncio de Edelmiro vamos localizando una faceta de la personalidad de Edelmiro, una realidad incómoda a la que el personaje -y el lector- no quiere enfrentarse, porque nuestro mayor temor siempre será el de que nuestro reflejo nos pida cuentas cual retrato de Dorian Grey.
Pero nuestro protagonista no se queda en esa anécdota, porque Edelmiro es Quijote, Edelmiro es Sam Spade y Edelmiro es Fausto, pero ante todo Edelmiro somos nosotros mismos, criaturas que nacen de la oscuridad y trastablillean por un mundo que no comprenden y no les comprende. Buscaremos siempre esa seguridad, esa mentira piadosa que es la infancia, porque como decía todo aquello era un engaño y el futuro siempre es algo más tenebroso, más peligroso, como si empezáramos haciendo malabarismos en una cuerda sobre una piscina y paulatinamente la fueran llenando de cocodrilos hasta nuestro inevitable final. El joven sin alma está repleto de estas deliciosas metáforas, de estas miradas al espejo de la realidad y esa confrontación del muchacho con sus fantasmas.
Sin embargo, que no se crea el lector que El joven sin alma es otro de tantos relatos moralistas plagiarios de la literatura victoriana, porque se estaría equivocando por mucho. Estamos hablando de un libro tremendamente introspectivo, que bajo su metafórico relato principal nos está señalando directamente a nosotros mismos, a nuestro proceder cotidiano y a como avanzamos entre las tinieblas de la vida dando por hecho que la realidad es la que percibimos y no la que es. Pero tampoco es que predique un ideal platónico o aristotélico, porque el lector espabilado podrá darse cuenta de que el ideal filosófico del libro es más avanzado y apunta a filósofos más contemporaneos, aquellos que son conscientes de que es imposible vivir en la realidad porque nunca podemos apreciarla por completo, ¡y que aburrida sería la omniscencia, digo yo!
Para cuando terminamos El joven sin alma nos queda ese regusto agridulce de sabernos más sabios pero a la vez haber perdido algo de nuestra inocencia, porque nos hace ser conscientes de que todos nosotros vamos sacrificando pedazos de nuestro alma a lo largo de nuestra vida -figuradamente, que ya sabemos que sólo somos impulsos electroquímicos dentro de una maquinaria orgánica abocada a la entropía y la nada en un universo oscuro lleno de materia oscura- y de que, para cuando terminamos el viaje, lo que cuenta es haber sido nosotros mismos y no haber caido en la tentación de ser otra persona que no sea Batman. Porque como bien dice la sabiduría popular, ser tu mismo es una mierda si no puedes ser Batman.