Estamos en 1993, y el experimento Image afronta su segundo año con buenas perspectivas; tras su nacimiento amparada bajo otra editorial -Malibu Comics- todos empiezan a dar por hecho que se van a independizar por completo gracias a títulos como WildCATs, Youngblood o Spawn. Daba absolutamente igual que todas estas series tuvieran una periodicidad un tanto irregular, su explotación incesante del fenómeno especulador les garantiza unas ventas absurdamente altas para la calidad del producto. Es una época en la que estar en lo más alto de las listas de ventas te garantiza la mejor publicidad, con lo que todas las editoriales empiezan a sacar cómics con distintas portadas, cromos y demás. Pero en esas listas, y alejado de la mayor parte de esos trucos, suele estar en lo más alto -sólo por debajo de la imbatible X-Men, eso sí- Spawn, la serie de Todd McFarlane para Image.
No es que Spawn fuera una buena serie, más bien era una serie horrenda. Escrita con una prosa más cercana a la telebasura que a un best seller de la época, hablamos de un cómic en el que lo más transgresor eran los excesos de los psicópatas a los que se enfrentaba el protagonista, un mercenario resucitado por el diablo en un cuerpo deforme y que vivía como un indigente tirado en un callejón. Spawn era un cómic a ratos adolescente y la mayor parte del tiempo infantil, nefasto en todas sus características excepto en el color y la rotulación, que sin embargo trataba de venderse como una obra de autor que rompía con una tradición de casi un siglo de abusos por parte de las editoriales hacia los autores. Pero el que Spawn fuera un absoluto desastre no quería decir que su creador fuera un perfecto imbécil, porque McFarlane desde un primer momento puso en marcha su maquinaria multimedia y con el dinero que le daba el personaje ya estaba empezando a financiar su fábrica de juguetes. Además, y consciente de sus propias limitaciones como escritor, McFarlane empieza a contratar para la serie a los mejores escritores del momento; Frank Miller, Neil Gaiman, Alan Moore, Grant Morrison… Son los nombres de los autores que pasarían por los primeros números de la serie, dejando ideas y conceptos que el propio McFarlane pasaría a desarrollar durante los veinte años posteriores. Sin embargo, y de entre todos aquellos nombres, destacaría el nombre de Dave Sim.
Porque Dave Sim no había escrito superhéroes en su vida, ni había manifestado jamás la intención de hacerlo, más bien al contrario: como símbolo de la resistencia indie contra Marvel y DC, Sim había criticado el género por considerarlo uno de los mayores males del medio. Para Sim, los superhéroes habían saturado por completo el mercado americano, pasando por encima de todos los demás géneros y convirtiendo al cómic en algo marginal respecto al cine o la televisión. Si sumamos a todo esto que por aquel entonces llevaba ya casi veinte años publicando su propia serie -Cerebus- en blanco y negro y renegando por completo de su traducción a otros idiomas porque lo consideraría una traición a su propia obra, tenemos que Dave Sim ya era considerado un tipo un tanto peculiar en aquellos tiempos. Respetado -porque Cerebus no era mal producto y sus críticas a las dos grandes no dejaban de tener bastante razón- pero peculiar. Por eso el hecho de que McFarlane pidiera su colaboración para el número 10 de Spawn, justo cuando se cumplía el primer año del personaje en el mercado e Image se consolidaba como una alternativa superventas a las dos grandes, sonaba más a manifiesto que a otra cosa. Y precisamente eso es lo que era.
Porque «Crossing Over» no es un relato convencional, es más bien un delirio de surrealismo mal entendido en el que Sim -y McFarlane- da rienda suelta a sus neuras aprovechando que el personaje fue noqueado en el número anterior. El cómic está escrito en primera persona por parte de alguien que «es Spawn, pero no es Spawn» porque conoce y siente todo lo que le pasa al personaje pero también al resto de criaturas que poblaban la serie; Sim lo que viene es a personalizar a McFarlane con Spawn -todos sabíamos que era su Mary Sue- y contarnos como ese Spawn viaja al último nivel del infierno y descubre un lugar con gente con una bolsa en la cabeza y con las manos atadas, una metáfora de los creadores de cómics anteriores a McFarlane que estaban sometidos por los perversos designios de las grandes corporaciones. Y es en ese momento en el que nos encontramos con esta doble página, con los personajes de Marvel y DC pidiendo socorro:
Spawn se muestra horrorizado, ¿cómo es esto posible? ¿Quién tortura estas nobles almas? ¿Cómo es esto posible? Los héroes le piden que los libere, que luche por ellos, y es en ese momento en el que, de entre todos ellos, aparece Superman -voy a dejarme de medias tintas que bastantes tiene ya este cómic- y, cual Son Goku reuniendo las energías del universo, le cede todo su poder y el de los demás personajes para que los libere, para que haga justicia. Spawn entra en modo dios y usa todo ese poder para romper la prisión, pero no vale de absolutamente nada y una versión femenina de Violator -el único supervillano que había tenido hasta entonces Spawn, que luego se cambiaría de nombre a «The Clown» porque eso de violar suena muy mal- se ríe de sus esfuerzos mientras presume de su disfraz hecho con billetes de dólar. A la vista de todo esto, Superman acaba dejándose caer abatido en su celda, susurrando sólo una palabra:
Es en ese momento en el que aparece Cerebus, el personaje de la serie de Dave Sim y le viene a contar a Spawn que no hay nada que hacer -porque lavarse las manos es lo que hacen los héroes de hoy en día- y que mejor que se vaya a su casa, esa mansión donde Spawn vive con la mujer y la hija de McFarlane gracias a que «su creador sigue con el y nunca lo vendió». Y nada, que Cerebus se va con su mierda y le deja a Spawn disfrutando de su sueño americano, su familia y sus millones, dando el dudoso mensaje de que el creador que no sigue con sus personajes es un traidor a ellos y no es feliz, del mismo modo que cualquier personaje que creara McFarlane para Marvel o DC ahora está encerrado en una celda y maldiciendo el nombre de Todd. Ni puñetera idea, yo lo que sé es que estos dos son un par de hipócritas de tomo y lomo.
Porque no lo olvidemos, mientras Dave Sim y Todd McFarlane proclaman esto, Frank Miller lleva más de una década pelándose el culo a favor de Jack Kirby, han pasado casi quince años desde que Neal Adams se peleó contra DC para que le dieran una mísera pensión a Siegel & Shuster mientras se movilizaba para crear un sindicato de autores de cómic. Y sin embargo llega 1993 con los Liefeld, McFarlane y Lee se alicatándose el baño con lingotes de oro y lo único que se les ocurre hacer es una editorial para llevarse todo el dinero fresco a su bolsillo. Este cómic ya era hipócrita en su momento -porque ni McFarlane con todo su dinero ni Sim estaban realmente presionando para cambiar esa situación- pero lo es aún más con la perspectiva del paso del tiempo. Dave Sim ha acabado siendo más una parodia de si mismo que grita que las mujeres le roban la luz -¡y eso que en EEUU no hay un impuesto al sol!- mientras que McFarlane estuvo encantadísimo de dejar que otros autores crearan personajes para su universo Spawn y quedárselos en propiedad, porque supongo que les habrá construido una buena urbanización. No pasó lo mismo con Angela, personaje creado para Spawn por Neil Gaiman y que McFarlane se empeñó en arrebatarle como si fuera una de las dos grandes, provocando el desembargo de los abogados de la Marvel de Quesada que no solo le devolvieron Angela a Gaiman -que a su vez se la cedió a Marvel por joder- si no que le arrebataron la posesión de los derechos de Miracleman que McFarlane había comprado de forma dudosa unos años antes. Todo un idealista este Todd, si señor.